El doble rasero de la nacionalización de Joel Embiid
Es muy diferente la actitud de recibimiento institucional y social hacia las personas migrantes en función del beneficio que se les presuponga: no es lo mismo ser deportista de élite que una persona anónima que solo quiere trabajar
Hace unas semanas, diversos medios se hicieron eco de la noticia que publicó RMC Sport sobre que el jugador camerunés y estrella de la NBA, Joel Embiid, había iniciado los trámites administrativos para poder obtener la nacionalidad francesa y así, poder disputar con la selección de baloncesto los Juegos Olímpicos de París 2024. El artículo añadía que una vez que Embiid finalizara la temporada con Philadelphia 76ers, que fueron eliminados en las semifinales de Conferencia a mediados de mayo, viajaría a Francia para terminar de tramitar el expediente.
Han corrido ríos de tinta sobre el salto cualitativo que supondría para el combinado francés poder contar con el pívot de 28 años, pero más allá de la faceta baloncestística, que se le otorgue a un deportista de élite la nacionalidad de un país con el que tiene una vinculación sumamente escasa es un debate que también ha de ponerse sobre la mesa.
Esta práctica no es nueva en el ámbito del baloncesto, ya que durante las últimas décadas se ha producido con bastante asiduidad, especialmente con jugadores estadounidenses. Se ha llegado al punto de que ha habido jugadores que han conseguido la nacionalidad de países que no sabían ni ubicar en el mapa, como Mike Tobey, que obtuvo la nacionalidad de Eslovenia para poder participar con la selección en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020.
En otras ocasiones, el jugador interesado nunca había pisado el país que les daba la nacionalidad, como Earl Calloway con Bulgaria. Frecuentemente, son las propias federaciones de baloncesto de los diferentes países quienes contactan con los jugadores para ofrecerles la nacionalidad y quienes presionan a los gobiernos para que lleven a cabo los trámites pertinentes. En ese sentido, destaca especialmente el caso de Eslovenia, donde la federación de baloncesto promovió que se flexibilizara y modificara la legislación que únicamente permitía dar la nacionalidad a personas que hubieran vivido durante un año o más en el país. Esta modificación fue lo que permitió que Anthony Randolph pudiera obtener la nacionalidad y disputar el Eurobasket de 2017 con la selección eslovena, un país del que apenas sabía nada.
España no ha sido una excepción y, de cara al Eurobasket que se juega este verano, la Federación ha estado intentando nacionalizar de manera exprés al base americano Lorenzo Brown, un deportista que únicamente ha pisado el país cuando ha venido a jugar en Euroliga contra equipos españoles y cuyo vínculo con España es inexistente. Sin embargo, la lesión de Ricky Rubio y la retirada de Sergio Rodríguez de la selección de baloncesto, entre otras razones, ha fomentado que la FEB haya buscado esta alternativa de cara a la competición que se disputa este verano.
Este caso marca un precedente, porque aunque España se ha servido de las nacionalizaciones en anteriores ocasiones (como Wayne Brabender, Chicho Sibilio, Johnny Rogers, o más recientemente Serge Ibaka o Nikola Mirotic, entre otros) para completar el equipo nacional, siempre ha sido con jugadores que llevaban tiempo afincados en España, jugando para equipos españoles. Todo lo contrario que el caso de Lorenzo Brown, cuya única relación conocida con el país es haber sido entrenado por el seleccionador español, Sergio Scariolo, durante su etapa en Toronto Raptors.
Es un proceso completamente legal en el que todas las partes salen beneficiadas: jugadores, representantes, federaciones y competiciones. Aunque también es cierto, que en algunos casos se ha demostrado que la nacionalidad se ha obtenido de forma fraudulenta, como el Caso Pasaportes, o como la boda de conveniencia de Will McDonald. Incluso es frecuente que exista la sospecha de que las federaciones han ofrecido incentivos económicos para que los deportistas jugaran para su país, como Shammond Williams con Georgia.
En el caso de jugadores de baloncesto, el umbral de aceptación es muy alto porque se presupone que su presencia puede generar mejores resultados deportivos
En cualquier caso, todos son ejemplos que sirven para demostrar lo fácil que puede ser obtener la nacionalidad de un país, independientemente del origen, si este tiene un interés determinado en la persona. Algo que, especialmente en los europeos, contrasta drásticamente con las inmensas dificultades que muchas personas migrantes encuentran, ya no para conseguir la nacionalidad, sino para simplemente poder regularizar su situación. Trabas administrativas, policiales y judiciales con las que se topan constantemente y que en muchos casos les empujan a la precariedad y a que sus derechos no sean respetados. Todo ello, pese a ser personas que sí tienen un vínculo estrecho con ese Estado, puesto que residen, trabajan, forman parte de la comunidad. Es aquí donde entra en juego el doble rasero: en el agravio comparativo de cómo es la actitud de recibimiento institucional y social hacia las personas migrantes en función del beneficio que se les presuponga, ya sea real o imaginado.
En el caso de jugadores de baloncesto, el umbral de aceptación es muy alto porque se presupone que su presencia puede generar mejores resultados deportivos al tapar los déficits que pueda tener la selección en determinada posición. Por ese motivo, existen grandes diferencias a la hora de obtener la nacionalidad respecto a otra persona de su misma edad y origen que también la quiera a la que se le presuponga un beneficio bajo. La más obvia que se puede encontrar es en los requerimientos para los trámites, siendo mucho más flexibles y laxos, tanto en tiempos como en procedimientos.
Otra parte fundamental a señalar es cómo contrasta el proceso de obtención de la nacionalidad, puesto que para los jugadores lo gestiona un organismo (la federación de baloncesto) que depende del Gobierno del país. No es la propia persona la que tiene que invertir su tiempo y sus recursos en bregar con las instituciones para regularizar su situación. Sin embargo, la diferencia más curiosa es el papel secundario que pasan a ocupar los prejuicios y los estereotipos basados en la diferencia cultural característicos del discurso que aboga por una postura restrictiva y punitiva hacia la población migrante que busca regularizar su situación.
Qué dice de los valores de una sociedad que pondera más un resultado deportivo que a personas que recogen la comida que se come en el país, o que construyen las casas donde vive la población de ese país, o que cuidan de las personas dependientes
Todo esto no es exclusivo del ámbito del baloncesto (o del deportivo en general) en el que, que un gobierno ofrezca la nacionalidad a un jugador, se ha convertido en una especie de mercado de fichajes, sino que se produce en muchos más niveles. El patrón común es la diferencia en el acceso y el proceso en función del beneficio que se presuponga a la persona que busca obtener la nacionalidad, basada en una percepción totalmente subjetiva vinculada al potencial rendimiento económico. Esto es algo que frivoliza totalmente con la situación de muchas personas migrantes que solo encuentran dificultades en regularizar su situación, cuando con casos como estos queda demostrado que es una cuestión de mera voluntad política.
Qué dice de los valores de una sociedad que pondera más un resultado deportivo que a personas que recogen la comida que se come en el país, o que construyen las casas donde vive la población de ese país, o que cuidan de las personas dependientes, por poner algunos ejemplos. Quizá sean personas que no posibiliten la lucha por una medalla olímpica, pero que generan mucha más riqueza para el país en otros muchos aspectos (cultural, económico, etcétera) y que, como la pandemia ha demostrado, son esenciales para el funcionamiento de la sociedad.