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El descaro autoritario de Erdogan

El intento de encarcelar de por vida al principal rival del presidente turco muestra la decisión de descabezar a la oposición

La Justicia turca ha aceptado la acusación de la Fiscalía que afirma que el alcalde de Estambul y líder de facto de la oposición, Ekrem Imamoglu, fue el cabecilla de una organización criminal que presuntamente cometió, directamente o a través de otros, más de un centenar de delitos. La Fiscalía pide una pena de hasta 2.352 años de cárcel.

No es el único caso abierto en contra de Imamoglu, quien se encuentra inhabilitado desde 2022 y en prisión preventiva desde marzo. Hasta 11 expedientes están en trámite contra él, por delitos que van desde el espionaje y el terrorismo hasta llamar “tonto” a un fiscal. Tampoco es el único alcalde del socialdemócrata Partido Republicano del Pueblo (CHP, por sus siglas en turco) procesado. En los últimos meses, ciudades como Esmirna, Antalya y Adana también han visto a sus alcaldes detenidos por distintos motivos.

Desde la cárcel, Imamoglu ha afirmado que las acusaciones contra él parten de la voluntad del presidente de la República, Recep Tayyip Erdogan, de destruir o, al menos, descabezar a la oposición. No es una acusación sin fundamento: cuando fue elegido por primera vez alcalde de Estambul, en 2019, la Comisión Electoral, controlada por el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) de Erdogan, forzó una repetición de los comicios. El CHP volvió a ganar. La detención de Imamoglu se produjo el mismo día de las primarias de su partido, en el que 15 millones de personas votaron por él como candidato en las próximas presidenciales, que están previstas para 2028.

A la ofensiva judicial contra políticos de la oposición se suma la persecución a periodistas, abogados y otras figuras contrarias a Erdogan y su Gobierno. Todo esto se produce con el CHP liderando los sondeos, fruto del creciente descontento de una generación que no ha conocido otra cosa que el AKP en el poder y una modernización en los mensajes y las formas de la política de la que Imamoglu ha sido punta de lanza.

Erdogan, primero como primer ministro y luego como presidente, lleva 22 años al frente de Turquía. Desde que asumió el poder en 2003, ha alejado a su país de los estándares democráticos europeos hasta el punto de que la adhesión a la UE, que en tiempos fue un objetivo declarado del presidente, hoy es impensable. En este tiempo ha maniobrado para posicionar a Turquía como un intermediario geopolítico entre Oriente y Occidente, como se ha reflejado en sucesivas crisis migratorias y en las guerras de Siria, Ucrania y Gaza.

La democracia turca, siempre frágil en el mejor de los casos, necesita todo el apoyo que pueda, y más en estos tiempos iliberales. No se puede mirar hacia otro lado ante el descaro con el que Erdogan está llevando a su país por la senda del autoritarismo. Las relaciones de España y la UE con Turquía deberían tenerlo en cuenta.

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