La sed de ‘motosierra’ frustra a Núñez Feijóo
Es un secreto a voces que hay consensos básicos que el PP no va a destruir, lo cual es una decepción para los que quieren un cambio radical
El mayor problema de Alberto Núñez Feijóo es que una parte de la derecha no cree que sea una alternativa real a Pedro Sánchez. Vivimos tan inmersos en la polarización que incluso cuesta pensar que el líder del Partido Popular no sea ese ultra que la izquierda asegura que es. Ahora bien, si Vox crece hoy en las encuestas a costa del PP, es porque ...
El mayor problema de Alberto Núñez Feijóo es que una parte de la derecha no cree que sea una alternativa real a Pedro Sánchez. Vivimos tan inmersos en la polarización que incluso cuesta pensar que el líder del Partido Popular no sea ese ultra que la izquierda asegura que es. Ahora bien, si Vox crece hoy en las encuestas a costa del PP, es porque muchos ciudadanos que votarían a Feijóo no creen que este vaya a hacer cosas tan distintas a las del Gobierno progresista, por paradójico que resulte.
Emerge aquí el precedente de Mariano Rajoy. Pese a prometer bajadas fiscales en campaña electoral, Rajoy tuvo que enfrentar las consecuencias de la crisis económica: no solo aumentó la carga impositiva, sino que después llegó a ironizar sobre ello. Sin embargo, en muchas leyes que nada tenían que ver con el bolsillo, su base social también quedó insatisfecha. No derogó la Ley de Memoria Histórica de José Luis Rodríguez Zapatero —a lo sumo, la dejó sin financiación—, y su ministro Alberto Ruiz-Gallardón tampoco logró revertir la reforma del aborto del PSOE ante las protestas en las calles. Como dijo una vez el propio Rajoy: “Si alguien quiere irse al partido liberal o al conservador, que se vaya”. Pronto aparecieron Ciudadanos y Vox para disputarle ese espacio, al sentir que el PP había traicionado a su base social, tanto en lo moral como en lo económico.
Así pues, la memoria de los votantes conservadores sigue jugando en contra del PP actual. Muchos de ellos creen que Feijóo será timorato –una especie de Rajoy 2.0, o un PSOE azul, como dicen algunos jóvenes– y no se atreverá a derogar la llamada “obra del sanchismo”. Génova 13 anunció hace semanas que presentaría una batería de leyes que suprimiría nada más llegar al poder, pero poco se ha sabido desde entonces. El líder popular no tiene el desacomplejamiento de Isabel Díaz Ayuso para enfrentarse a la izquierda. La desilusión se hace notar ya en una parte del espectro conservador: creen que un cambio de Gobierno no será esa estruendosa ruptura que esperaban. De ahí que se inclinen por Vox, pensando que estos sí presionarán al PP para salir del inmovilismo o de los consensos bipartidistas.
Primero, porque Feijóo difícilmente podrá ser una alternativa económica radical o liberal al Ejecutivo presente, como ansiarían algunos. Muchos trabajadores y empresas se quejan de las subidas en las cotizaciones sociales durante los años de Sánchez. Esta semana estalló la polémica por las cuotas de autónomos. Ahora bien, de alguna forma habrá que pagar el incremento del gasto en pensiones, que aumentará progresivamente hasta 2050, según se jubile la generación del baby boom, o las revalorizaciones de las pensiones conforme al IPC —que el vicesecretario de Economía del PP, Alberto Nadal, parece respaldar—. Cuando en una democracia se crean ciertos derechos asociados a un mayor gasto público, rara vez estos se eliminan sin coste en las urnas. Lo mismo aplica para el ingreso mínimo vital u otras prestaciones. Menos aún si los colectivos afectados son tan decisivos como los mayores de 65 años.
Segundo, el PP critica la inacción del Gobierno con la vivienda y motivos no faltan. Muchos afectados se han tomado como una burla tanto el teléfono del “empoderamiento” puesto en marcha por la ministra Isabel Rodríguez, como un reciente anuncio televisivo donde aparecen unos abuelos viviendo en un piso compartido para acabar diciendo —de forma no irónica— que el Ministerio trabaja para solucionar el problema. Sin embargo, la realidad es que los precios siguen subiendo en comunidades muy tensionadas donde gobierna el PP, como en el caso de Madrid. Construir es caro, supone sacar dinero de otras partidas que lucen más a los gobiernos porque sus efectos son más inmediatos, y cada vez resulta más complejo dar solución a un problema tan desbordado.
Tercero, el PP apoya tanto como el PSOE la llegada de personas migrantes. Por más que Feijóo proponga nuevas medidas frente a la inmigración para parecer más duro que Santiago Abascal, el consenso sobre atraer trabajadores extranjeros a España para cubrir puestos poco cualificados es compartido en el bipartidismo, aunque sea con la boca pequeña. Se consigue vender un “milagro económico” basado principalmente en el aumento del número de trabajadores; y la patronal se beneficia porque puede pagar sueldos más bajos. La propia Ayuso enarboló más alto que nadie la bandera de la Hispanidad este pasado 12 de octubre, y Abascal tampoco se quedó atrás reivindicando los lazos con Latinoamérica: incluso la ultraderecha hace suyo ese marco.
En consecuencia, es un secreto a voces que algunas políticas tan criticadas de Sánchez tendrán que ser asumidas en parte por los populares. El mayor lastre de Feijóo es, curiosamente, lo que solía ser estructural en el bipartidismo: las alternancias en el poder nunca traían aparejados cambios abruptos o radicales. Ni siquiera Sánchez llegó arrasando la obra entera de Rajoy –ahí sigue sin derogar la llamada Ley Mordaza–, de modo que el ideal de la motosierra hasta la fecha en España no se ha aplicado. Algunos lo verán como un triunfo, visto lo polarizados que estamos, y a otros les sabrá a poco, frustrados.