El corazón de Garamendi
El primer requisito para que te rompan el corazón es tener uno
Recuerdo ver a mi madre levantarse a las seis de la mañana e ir a trabajar a pesar de que el termómetro le decía que no iba a poder con la vida. El olor a café al alba, los cacharros en el fregadero, pintarse el ojo, portazo final. Ahora el milagro de la telemática nos permite toser sobre nuestros teclados desde casa (la electricidad la paga el trabajador). Todo es mucho más cómodo en la era de la IA, también para los patronos que, como aquel de mi progenitora, ...
Recuerdo ver a mi madre levantarse a las seis de la mañana e ir a trabajar a pesar de que el termómetro le decía que no iba a poder con la vida. El olor a café al alba, los cacharros en el fregadero, pintarse el ojo, portazo final. Ahora el milagro de la telemática nos permite toser sobre nuestros teclados desde casa (la electricidad la paga el trabajador). Todo es mucho más cómodo en la era de la IA, también para los patronos que, como aquel de mi progenitora, se ríen de las bajas y los permisos. Yo no tengo memoria de haber acudido al centro laboral febril pero sí con el alma hecha jirones después de dejarme con un novio. Dos días de mudanza me correspondían para meter en cajas los rescoldos de una vida que ya no sería (adiós a los quince días por casamiento); después vinieron muchas jornadas en las que tuve que meterme en el baño para hipar quedamente y disimular las lágrimas que empañaba con el papel higiénico al que invitaba la empresa. Alguien me mandó una broma esta semana que rezaba: “Pon en tu CV que aguantas cuernos sin bajar tu productividad”. Me hizo una gracia triste. El poscapitalismo te permite tener sentimientos siempre que sepas disimularlos.
Cuando el otro día Garamendi se mofó con risita de sátiro del permiso por defunción o cuidados paliativos me di cuenta de dos cosas: este tipo no ha tenido un horario obligatorio en su vida y el primer requisito para comprender el dolor de corazón ajeno es tener corazón. España es ese país en el que cíclicamente un miembro distinguido de la clase ociosa se ríe de la clase trabajadora. Hay una anécdota que cuenta Javier Luzón sobre Alfonso XIII en El rey patriota. Cuando Maura le “obligó” a ir de gira por toda España bromeó con que él iba a pedir también la jornada de ocho horas, en alusión burlona y borbona a la reivindicación de los socialistas en aquel momento. Al final se consiguieron las ocho horas y Alfonso XIII se tuvo que exiliar. Así que a veces la historia y el karma se ponen de acuerdo, Antonio.