Oscar Puente, con perdón
El ministro de Transportes le pide responsabilidades a Renfe como si Renfe no fuese él
Llevo todo el verano rumiando esta columna. Se me ocurrió por primera vez el día de junio que fui a tomar un Alvia desde Sevilla pero me acabaron cambiando a otro tren que me dejó tirada tres horas sin agua en plena ola de calor...
Llevo todo el verano rumiando esta columna. Se me ocurrió por primera vez el día de junio que fui a tomar un Alvia desde Sevilla pero me acabaron cambiando a otro tren que me dejó tirada tres horas sin agua en plena ola de calor en un andén de Toledo. Lo volví a pensar aquella tarde de julio que intenté enlazar desde Ponferrada con León subiéndome a un decrépito regional cubierto de graffitis, que finalmente no pudo salir puesto que la temperatura en su interior, con el aire acondicionado estropeado, era de 46 grados y el conductor no quería arriesgarse a que alguien sufriera un golpe de calor, dado que, encima, no había interventor en todo el trayecto para avisar de cualquier eventualidad. Tuve que tomar un Alsa que me pagué yo misma. Me vino de nuevo a la cabeza el domingo que, a punto de coger un Intercity en Gijón, supe que debía cambiarme a un convoy operado por una empresa privada en algún punto de mi itinerario hacia otro extremo de España. Después me enteré que si hubiese cogido el tren a las 14.45 en lugar de las 17.30 habría llegado también tarde a mi destino. Más adelante me inspiró la Virgen de Agosto: el día 15 de ese mes, cuando algunos bosques de Galicia ardían gracias a las chispas de unas catenarias mal vigiladas, estuve en la estación de Valladolid (la ciudad de la que fue alcalde el hombre actualmente responsable de nuestros trenes) y comprobé que el encantador bar donde antes ponían una tapita de callos gratis se ha convertido en una infame franquicia donde los bocadillos cuestan 10 euros. La semana pasada leí: “Oscar Puente insta a Renfe a comprar más trenes” como si Renfe no fuese él. Este fin de semana tomé un AVE desde Chamartín, una estación en obras. En todas las paredes se leía este chulesco eslogan, en perfecta sintonía con el estilo comunicativo del ministro de Transportes: “Disculpen las mejoras”. Así que por fin me he puesto con la columna, que en realidad iba a empezar con esta frase: “Su ego extiende cheques que su desempeño no puede pagar”.