La cálida y humana torpeza
Los lectores escriben sobre la presencia de la inteligencia artificial en lo cotidiano, la imposibilidad de soñar de los jóvenes y el acceso a la carrera judicial
Hay mañanas en que le pregunto a una máquina cómo me siento. Ella responde con datos, con algoritmos disfrazados de consuelo. Me organiza la agenda, me recuerda beber agua, me dice qué decir, cómo. Y, sin embargo, me descubro más sola. La inteligencia artificial ha llegado como un espejo: nos devuelve versiones optimizadas de nosotros mismos; pero, ¿dónde queda el error, el titubeo humano, la pausa? Hemos ganado eficiencia, sí. Pero también hemos perdido el gesto torpe del encuentro, el calor de una respuesta imperfecta y viva. Todo es más fácil, menos real. ¿Qué pasa con lo que no se puede predecir? ¿Con el temblor de una voz que no entiende, pero escucha? Tal vez no estamos hablando con las máquinas: estamos dejándoles hablar por nosotros. Y, en ese silencio cómodo, cada vez más brillante, más automático, me pregunto: ¿cuánto tiempo tardaremos en olvidarnos de sentir?
Mar Fernández Calvo. Gijón
Un futuro inimaginable
Antes, los veinte eran una década de comienzos: el primer coche, la primera casa, los primeros pasos hacia una vida que se sentía propia. Hoy, sin embargo, todo parece ir hacia atrás. La incertidumbre no es solo una sensación: es casi el aire que se respira, un estado permanente. Es difícil no pensar en la vida que tuvieron nuestros padres, en sus rutinas ya asentadas, sus logros posibles dentro de un horizonte previsible. Todo eso, de algún modo, se ha ido diluyendo. Como juventud, hemos aprendido —o nos han enseñado— a soñar en corto. Vivimos esperando lo inmediato: el próximo festival, el nuevo iPhone, alguna experiencia fugaz que alivie el vacío del presente. No es por capricho, ni por falta de ambición. Es que la posibilidad de imaginar un futuro más digno nos ha sido, poco a poco, arrebatada. Soñar a lo grande ya no parece una opción. Y, sin embargo, debería serlo.
Alfonso Navarro Guinea. Valencia
Jueces que hayan vivido
Vengo a poner en tela de juicio la esencia del acceso a la judicatura. Actualmente, y desde hace demasiado tiempo, para ser juez los recién graduados en Derecho emplean los años siguientes en preparar una oposición muy dura que requiere dedicación plena. Esto plantea serias dudas sobre quiénes pueden permitirse esto. Nadie duda del esfuerzo intelectual y personal que ello implica. Pero, ¿debe acceder a la cúspide del sistema judicial un estudiante, excelso, sacrificado, que ha competido en mérito y capacidad, pero que no tiene más experiencia vital y profesional que ser opositor? Niego la mayor. Creo que para ser juez o jueza antes se debería haber ejercido un tiempo el derecho, tener una visión de conjunto más fundamentada y diversa, y haber experimentado ser ciudadanos integrados en la sociedad, más allá del cuarto de estudio.
Patricia Fernández del Reguero. Valladolid