Pedro Sánchez, anormal

El escritor Antonio Orejudo analiza en este artículo la carrera política del presidente del Gobierno, que califica como poco anodina

Pedro Sánchez sobre un Peugeot 407.Toño Benavides

Este artículo forma parte de la revista ‘TintaLibre’ de septiembre. Los lectores que deseen suscribirse a EL PAÍS conjuntamente con ‘TintaLibre’ pueden hacerlo a través de este enlace. Los ya suscriptoras deben consultar la oferta en suscripciones@elpais.es o 914 400 13).

1.

Nunca ha habido en España un político tan anormal como Pedro Sánchez. No lo digo porque sea guapo o porque hable inglés con una fluidez aceptable, sino porque toda su trayectoria, desde su irrupción en la política nacional hasta su epístola a los ciudadanos, ha discurrido fuera de la norma. De hecho, cuando regresa a ella es cuando más anormal parece. Los lingüistas saben muy bien que la norma no es la ley. Dictadas por el uso y las costumbres, las normas son tan imperativas como las leyes, aunque a veces no coincidan con ellas.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

2.

La llegada de Pedro Sánchez a la primera línea de la política nacional no fue la del típico tapado al estilo de Adolfo Suárez. Ni se pareció en nada a la de Leopoldo Calvo Sotelo. Tampoco era un favorito como lo fue José María Aznar o Mariano Rajoy ni un surfero encaramado a la cresta de los nuevos tiempos como Felipe González. Tampoco fue llevado en volandas al poder por la ola de una nueva generación de socialistas como le pasó a José Luis Rodríguez Zapatero. Por primera vez en la historia del PSOE, a Pedro Sánchez lo eligieron por votación popular los militantes de su partido, a los que, según cuenta la hagiografía sanchista, se ganó viajando por España en un Peugeot 407. Lo normal en aquellas primarias hubiera sido que ganara el gran Eduardo Madina; pero contra todo pronóstico Sánchez sacó más votos y fue nombrado secretario general. La democracia a veces es una anormalidad.

3.

Lo normal hubiera sido que lo echaran a patadas cuando sacó 90 diputados en las elecciones de diciembre de 2015 o después, cuando obtuvo 85 en la nueva convocatoria de junio. Con las cosas de comer no se juega: Joaquín Almunia en las elecciones de 2000 sacó 185 diputados y dimitió en cuanto se conocieron los resultados. Pero Sánchez no lo hizo: su defenestración (casi literal, por cierto) se produjo poco después, cuando el partido fracasó en las elecciones gallegas y vascas. Pero ni siquiera entonces las cosas discurrieron con normalidad: Sánchez no dimitió como Almunia por el lamentable resultado, sino porque la Ejecutiva que él mismo había elegido lo abandonó en un sainete del que nos ha quedado la imagen de una joven militante desconocida proclamándose en la puerta de Ferraz la única autoridad competente, como en el 23F.

4.

El resto de la historia tampoco discurre por los cauces habituales: Pedro Sánchez dimite y desaparece. Ya nos gustaría que Felipe González hubiera hecho lo mismo. Oficialmente, Sánchez ha cogido otra vez su Peugeot para recorrer España y para escuchar como un patriarca bíblico “a los que no han sido escuchados”. En realidad, se ha ido del país. Yo recuerdo un tuit suyo de aquella escapada con un selfi en la celda donde había estado preso Mandela, una puntada con hilo.

5.

Reapareció en una célebre entrevista con Jordi Évole, para despacharse a gusto contra los poderes establecidos del PSOE, que apoyaban a Susana Díaz, y para denunciar al diario El País, dirigido entonces por Antonio Caño. Esto más que anormal resultó paranormal. Por supuesto, no era la primera vez que PRISA y el PSOE tenían desavenencias. Todo el mundo sabe que la relación entre Zapatero y Cebrián no fue nunca fluida. Pero era la primera vez que El País llamaba en un editorial “insensato sin escrúpulos” a un secretario general del PSOE. Y luego dicen de Savater.

6.

En aquella entrevista con Évole, Sánchez nos pareció un hombre desesperado y dolido. Un político acabado. Lo normal hubiera sido abandonar la primera línea, como estaba previsto que hiciera desde el principio, y resignarse a que el partido eligiera a Susana Díaz como secretaria general. Con el paso del tiempo, nadie se hubiera opuesto a que su figura fuera rehabilitada con uno de esos puestos de vagas competencias, pero bien retribuidos. Esto hubiera sido lo normal. Pero a Sánchez la normalidad le asfixia; su medio natural es la excepción, la ruptura de la norma, ahí es donde lo da todo: se presentó a unas primarias a las que normalmente no tendría que haberse presentado, y las ganó cuando lo normal hubiera sido que las hubiese perdido. Y fue proclamado secretario general por segunda vez.

7.

Un hombre con esta trayectoria no podía llegar a la presidencia del Gobierno a través de unas elecciones generales, eso habría sido un procedimiento demasiado normal y previsible. Para alguien como él, era mucho más adecuado recurrir a una vía excepcional y tortuosa como la moción de censura, un recurso contemplado en la Constitución que se había presentado varias veces a lo largo de la etapa democrática, pero que nunca nadie había conseguido sacar adelante. Lo normal por tanto era perderla, pero él obviamente la ganó.

8.

En este inventario de anormalidades no voy a incluir, como hacen sus adversarios políticos, sus célebres cambios de opinión o sus llamados pactos contra natura. Los cambios son habituales en la trayectoria de cualquier político, y los pactos forman parte de su trabajo.

9.

Los cambios de opinión. Los cambios de opinión no tienen nada de anormal ni relación alguna con las virtudes morales. Como decía Sánchez Ferlosio, la coherencia tiene la misma utilidad que la rima. Que un político diga digo donde dijo Diego hace mucho tiempo que dejó de ser noticia. Y en España, menos todavía. Aquí el Jesse Owens de los cambios de opinión es Felipe González, cuyo salto hacia delante en aquel asunto de la OTAN es un récord que lleva imbatido cerca de cuarenta años. Sólo un superdotado como José María Aznar, capaz de decir sin inmutarse MOVIMIENTO VASCO DE LIBERACIÓN, podría igualar los 8 metros y pico de aquella prodigiosa acrobacia política. Al lado de algo así, decir que no te fías de Pablo Iglesias y luego pactar con él, más que una traición a los electores se me antoja un episodio de ingenuidad conmovedora. Algo así como jurar con los dedos cruzados a la espalda. Hiperventilar en este tema tiene mucho de sobreactuación y esconde en realidad la repugnancia que muchos socialdemócratas de la vieja escuela siguen sintiendo por los comunistas.

10.

Junio de 1999. Felipe González, que está molesto con las críticas de Julio Anguita (entonces líder de Izquierda Unida) a los bombardeos ordenados por Javier Solana (entonces secretario general de la OTAN) sobre la antigua Yugoslavia, dice que Julio Anguita y José María Aznar son “la misma mierda”. Cuando tras las elecciones de 2020 Pedro Sánchez forma un Gobierno de coalición con el comunista de Pablo Iglesias está desviándose de una norma dictada por Felipe González y rompiendo un tabú muy arraigado en el partido desde que, forzado por el propio González, el PSOE renunciara al marxismo en 1979. Es posible que este desvío de la ortodoxia le haya granjeado a Pedro Sánchez más odio en sus propias filas que en las filas de la derecha.

11.

Nota a pie de página: discutir sobre su cambio de criterio en el asunto de la amnistía a los encausados por el procés es una trampa dialéctica que escamotea el verdadero tema de discusión: la conveniencia política del perdón.

12.

Los pactos contra natura. Por definición, un pacto es siempre contra natura. Si fuera a favor de la natura, no sería necesario negociar ni encontrar puntos de acuerdo con el otro porque la coincidencia entre los pactantes sería total. La heterogeneidad ideológica de los llamados “socios de investidura” obligó a Sánchez a hacer unos equilibrios que muchos consideran anormales, pero eso es lo más normal del mundo. Da un poco de vergüenza recordar que en una democracia parlamentaria, donde al presidente del Gobierno no lo eligen directamente los ciudadanos sino el Congreso de los Diputados, lo normal es que los partidos con representación parlamentaria (que por definición y afortunadamente tienen ideologías diferentes) alcancen acuerdos para elegir presidente del Gobierno primero y aprobar leyes después. Si nuestro sistema político está diseñado para que funcione así, y si a nuestros diputados se les paga (con generosidad, dietas y con un iPad) para que hagan precisamente este trabajo, ¿qué hay de anormal en intentarlo? ¿No tendríamos que felicitarnos precisamente porque el sistema funciona con normalidad? El llamado Gobierno Frankenstein podrá gustar más o menos, pero es pura normalidad democrática, es la esencia del parlamentarismo.

13.

De todas las anormalidades que han jalonado estos diez años de trayectoria política nacional, hay una especialmente desconcertante incluso para los más fieles a Pedro Sánchez: la famosa carta. Detengámonos en ella.

14.

Llegar a la Secretaría General en dos ocasiones por voluntad directa de los militantes y no por imposición de los poderes establecidos en el partido es algo que no gusta, pero que llegado el caso se puede aceptar. Incluso pactar con la mierda comunista podría admitirse en circunstancias extremas con el viejo argumento de que es mejor tener al indio Pablo Iglesias meando de dentro hacia afuera que de fuera hacia dentro. Ahora bien, escribir una carta a los ciudadanos y confesar que es un hombre enamorado de su mujer y afectado por los ataques contra ella hasta el punto de tener que retirarse unos días para reflexionar sobre su continuidad es una anormalidad intolerable para quienes piensan que la norma de comportamiento presidencial ha de seguir el consejo del dictador panameño Omar Torrijos, tan caro a Felipe González: “No te aflijas jamás. Si te afliges, te aflojan. Que no te vean débil, no dudes, no tiembles. En cuanto te noten el miedo, estás perdido”.

15.

En sus orígenes clásicos, la epístola fue un género muy utilizado por Séneca y Cicerón y luego por los cuatro evangelistas para dirigirse a su gente. De ahí la tomaron los humanistas italianos, que la convirtieron junto al diálogo en su forma literaria predilecta. Les gustaba la cercanía que daba la carta. Al principio era un género literario asociado a lo masculino. Pero poco a poco las cartas se fueron feminizando, precisamente porque invitaban a la confidencia y a la intimidad.

16.

Las dos primeras fotos que circularon de Pedro Sánchez al poco de ganar la moción de censura fueron las siguientes: una a bordo del avión presidencial, con los ojos velados por unas Ray-Ban Aviator, consultando un informe al lado de José Manuel Albares (futuro ministro de Exteriores), que por contraste multiplicaba la belleza masculina de Sánchez. En la otra foto, aparecía en ropa de deporte, acababa de correr, y podían olerse sus endorfinas. Todo parecía indicar que La Moncloa apostaba por construir un personaje normativo de masculinidad clásica. Habría sido un error seguir por ahí. De hecho, esa política de comunicación quedó rectificada tiempo después con una decisión producto de un fino olfato: someterse a una entrevista en el pódcast La Pija y la Quinqui, que hasta ese momento había sido un canal de comunicación indetectable para los radares boomers, pero extremadamente popular entre un segmento del electorado que estaba por conquistar: la Generación Z. La nueva masculinidad que mostró en este pódcast fue muy diferente a la masculinidad normativa que se adivinaba en aquellas primeras fotos.

17.

La Generación Z tiene una relación conflictiva con los boomers, es decir, con sus padres, es decir con la generación que está accediendo al poder con Pedro Sánchez. Conecta bien con ella, pero al mismo tiempo la considera culpable de su precariedad laboral y de sus dificultades para alquilar vivienda. Justa o injustamente, asocia a los boomers con el binarismo, la tecnofobia, el uso indiscriminado del emoji que se ríe con lágrimas en los ojos y con la masculinidad heterocís y un poco tóxica.

18.

La Generación Z es un caladero de votos.

19.

Los estudiantes que se matriculan en la asignatura Creación Literaria, que imparto en la universidad, pertenecen a la Generación Z. Conocen a la Pija y a la Quinqui. Ninguno lee Babelia. Un día analizamos en clase la carta de Pedro Sánchez a la ciudadanía. El examen detenido puso de manifiesto que no está muy bien escrita. Esta constatación no les produjo rechazo, sino una cierta adhesión emocional. Hace tiempo que la corrección gramatical provoca desconfianza entre los electores. Los políticos que peor hablan son percibidos como los más sinceros. Muchos boomers sintieron incomodidad, rechazo o directamente vergüenza ajena cuando el presidente del Gobierno usó la cercanía femenina que da la carta y no la fría masculinidad del comunicado, para confesar sus emociones. Para muchos socialdemócratas, esta nueva masculinidad es anormal y mucho más difícil de aceptar que un pacto con los comunistas. Para mis estudiantes, en cambio, el gesto de Pedro Sánchez es tan normal que ni siquiera repararon mucho en él. Para ellos es aceptable, e incluso positivo, lo que para muchos boomers ha sido motivo de burla: que el varón que preside el Gobierno revele sin pudor sus sentimientos y (atención, sintagma clave) el estado de su salud mental.

20.

La carta de Pedro Sánchez a la ciudadanía no iba dirigida a los boomers, que tanto tiempo emplearon en comentarla, sino a una nueva sensibilidad con derecho a voto. Lo que los viejos consideran anormal —siempre sucede eso en la dialéctica de las generaciones— es la nueva normalidad. Alguien le dirá que tiene más olfato que sinceridad. Normal.

*Antonio Orejudo es escritor. Entre sus últimas novelas publicadas están ‘Los cinco y yo’ y ‘Grandes éxitos’, ambas en Tusquets.

Archivado En