El sueño europeo en tierra incógnita

El nuevo mandato de Von der Leyen tendrá que pertrechar a la UE para un nuevo mundo, lo que requiere reinventar el proyecto comunitario desde la defensa hasta la vivienda

Ursula von der Leyen, durante una conferencia de prensa después de su reelección como presidenta de la Comisión Europea, este jueves en Estrasburgo.Johanna Geron (REUTERS)

Al final de su discurso de investidura ante el Parlamento Europeo, Ursula von der Leyen mencionó este jueves a los “tres prisioneros que en la isla de Ventotene en los años cuarenta esbozaron la visión de un continente unido”. Se refería a Altiero Spinelli, Ernesto Rossi y Eugenio Colorni, quienes, desterrados a la isla-cárcel por el fascismo, lograron proyectarse con las ideas más allá de barrotes, mares, fronteras y del tiempo en el que vivían —1941— para diseñar intelectualmente algo muy pa...

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Al final de su discurso de investidura ante el Parlamento Europeo, Ursula von der Leyen mencionó este jueves a los “tres prisioneros que en la isla de Ventotene en los años cuarenta esbozaron la visión de un continente unido”. Se refería a Altiero Spinelli, Ernesto Rossi y Eugenio Colorni, quienes, desterrados a la isla-cárcel por el fascismo, lograron proyectarse con las ideas más allá de barrotes, mares, fronteras y del tiempo en el que vivían —1941— para diseñar intelectualmente algo muy parecido a los fundamentos de lo que sería la Unión Europea en el célebre Manifiesto de Ventotene. Hoy, en circunstancias diferentes, también es necesario atreverse a imaginar nuevas construcciones comunes, pertrecharse para nuevos caminos. Quiera o no, la UE entra en tierra incógnita, y hay que prepararse para avanzar en ella.

La tierra incógnita es el espacio creado por varios fenómenos coincidentes. El resurgir del imperialismo ruso, el probable regreso a la Casa Blanca de un Donald Trump decidido a completar el proyecto aislacionista, proteccionista, nacionalista que dejó inconcluso en el primer mandato, una China cada vez más asertiva, conectada con Rusia y protagonista, con EE UU, de una competición descarnada. Todo ello mientras, dentro, las fuerzas soberanistas contrarias a la integración no son mayoría, pero son más fuertes que nunca. Se suman también el cambio climático, las revoluciones tecnológicas, y otros cambios desestabilizantes. La UE llega a este espacio con graves dependencias, de seguridad, tecnológica, de materias primas estratégicas, con una tendencia demográfica desfavorable. Es posible que pronto, con la llegada de Trump, se quede sustancialmente sola, por ejemplo frente a la amenaza rusa, y enzarzada en un conflicto comercial con EE UU y China a la vez.

Pequeñas reformas incrementales no parecen una opción racional para adecuar a la UE a este nuevo espacio y tiempo. Y el discurso de investidura de Von der Leyen, un guion que cuidadosamente recogía los anhelos principales de las distintas familias cuyo apoyo era necesario para obtener el segundo mandato, refleja la conciencia de la urgencia de un cambio profundo.

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En primer lugar, señaló el objetivo de la competitividad. Es correcto apuntarlo como prioridad, porque es condición necesaria para el cumplimiento de otros, sean sociales, verdes, o geopolíticos. Solo la competitividad nos podrá otorgar la fuerza que garantiza la autonomía. En ese sentido, Von der Leyen anunció un fondo europeo de competitividad. Muy bien. Pero, en este sector, no es solo una cuestión de canalizar mejor los capitales privados y ampliar la inversión pública. Será imperativo un esfuerzo de reinvención del tradicional marco del mercado común, que no solo implica culminarlo en los aspectos incompletos —el de los capitales, por ejemplo— sino modificar políticas que han sido el alma del proyecto común hasta hora: la competencia y las ayudas de Estado. Habrá que repensarlas para garantizar la consolidación de empresas con el tamaño suficiente para competir a escala global, para lograr atraer la implantación de proyectos industriales estratégicos de empresas internacionales, y hacerlo garantizando el equilibrio interno entre Estados miembro. Un reto conceptual grande.

En segundo lugar, la seguridad. Von der Leyen habló de “construir una auténtica unión europea de defensa”. Como en el anterior apartado, esto implica un giro copernicano, en un sector en el que la competencia sigue residiendo en manos de los Estados miembro, pero en el que es posible imaginar políticas que, por la vía industrial y la cooperación voluntaria dé luz a algo que no existía. El camino —entre competencias nacionales y el marco OTAN— es tortuoso, no es evidente, pero es necesario. La política alemana también habló, en otro plano de seguridad, de la conversión de Europol en “una agencia policial verdaderamente operativa”, otro asunto de encaje potencialmente delicado.

Hay mucho más. Un ejemplo de ello es el anunciado plan europeo de vivienda asequible. De nuevo, nos hallamos ante un asunto en el que la UE no tiene una competencia definida. Pero nada prohíbe la convergencia de voluntades políticas para abordarlo juntos. Y es oportuno hacerlo, porque es una de las cuestiones nucleares del descontento que empuja a tantos fuera del sistema —vía voto radical o vía abstención—. Dar respuesta de forma comunitaria puede revertir en resultados positivos, incluido aquel de ver a la UE como fuerza motriz resolutiva en problemas esenciales de la vida cotidiana.

Von der Leyen también habló de la construcción de un “escudo democrático europeo”, de mecanismos que defiendan la calidad democrática frente a los múltiples ataques que sufre. Se trata de un experimento muy delicado. Todos los asuntos que afectan a las reglas del juego, los pilares de la democracia, deben ser abordados con cautela, nunca por iniciativa partidista, siempre a través de una reflexión que involucre de entrada a todos los sectores políticos y sociales implicados y con la firme voluntad de buscar consensos amplios que aseguren cambios atinados y compartidos de las reglas del juego común. De otra forma, intentos de protección o regeneración están condenados a acabar más bien en agitación y degeneración por la vía de aumentar la polarización, la sospecha, el resentimiento que —como las injerencias y la desinformación— corroen la democracia. Hay que debatir cómo reforzar y afianzar nuestras democracias frente a nuevos y graves peligros, y ello empieza perfilando el proceso correcto.

Hay más todavía. Von der Leyen dijo que cree que es necesario un cambio de tratados, entre otras cosas para adecuar la UE a un formato con nuevos miembros. La reforma de los tratados es, notoriamente, una aventura complicada, una potencial caja de Pandora. Pero, aquí también, la imaginación debe proyectarse allá donde sea preciso para adaptarnos al nuevo tiempo, al nuevo camino.

La tarea se antoja inmensa. Dos luces deberían guiar el camino. Es imprescindible aliviar el descontento de las amplias capas de población para las cuales el mundo actual resulta hostil y amenazante. Es innegociable pertrecharnos para, juntos, disuadir o afrontar panoramas que pueden contemplar grandes disrupciones.

Una serie de conversaciones mantenidas esta semana en Estrasburgo, en el marco de un viaje financiado por el Parlamento Europeo, componía un cuadro de apreciable disposición de las familias políticas europeístas a cooperar entre ellas en la construcción de nuevas facetas comunitarias. Mientras, los dos grupos ultras más extremos se oponen de manera furibunda a ese salto de integración, mientras en el grupo de Giorgia Meloni hay mucho rechazo y algún síntoma contemporizador. Pero no cabe duda de que, en su conjunto, de ese flanco vendrán problemas, no soluciones.

En cuanto a la mayoría europeísta, puede haber incidentes en el camino, sobre todo en materia verde y migratoria. Pero, en ambas, legislaciones de envergaduras han sido aprobadas en el mandato anterior, y lo que corresponde ahora es la aplicación. Así que cabe esperar que las turbulencias de la mayoría europeísta, la convergencia del PP con fuerzas de ultraderecha, sean limitadas, puntuales. La implementación de aquellas políticas es importante, pero hoy el elemento crucial es la concepción de nuevas políticas para el nuevo tiempo. La tierra incógnita que se extiende delante de nosotros será mejor afrontarla juntos que por separado. Mejor con valentía que con miedo. Con atrevimiento e imaginación, como los tres grandes presos del fascismo en Ventotene.

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