¡Levanta el culo, pobre!

Pasa una cosa con Kim Kardashian y con las que salieron con casillas de ventaja en la partida de la vida: de tanto repetir que lo suyo es meritocracia se han creído su mentira

Kim Kardashian y su hermana Khloe en una fiesta en 2009 en Las Vegas.Chris Weeks (WireImage)

Kim Kardashian tiene algo que decir a las que sueñan con su vida: “Levanta el puto culo y ponte a trabajar. Parece que nadie quiera hacerlo hoy en día”. Se lo ha contado a la revista Variety en una entrevista conjunta con las mujeres de su familia por el estreno en abril del nuevo programa de telerrealidad que preparan, The Kardashians. “Con el debido respeto, no es que esté siendo una perra [bitch, en el inglés original]; solo estoy siendo objetiva”, zanjó.

“¡Dejad de ser...

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Kim Kardashian tiene algo que decir a las que sueñan con su vida: “Levanta el puto culo y ponte a trabajar. Parece que nadie quiera hacerlo hoy en día”. Se lo ha contado a la revista Variety en una entrevista conjunta con las mujeres de su familia por el estreno en abril del nuevo programa de telerrealidad que preparan, The Kardashians. “Con el debido respeto, no es que esté siendo una perra [bitch, en el inglés original]; solo estoy siendo objetiva”, zanjó.

“¡Dejad de ser pobres!”, viene a decirnos la que nació entre mansiones con piscina. Porque Kardashian es hija del célebre abogado y empresario mediático Rob Kardashian, el mismo que le dejó a ella y sus hermanas unos 100 millones de dólares de patrimonio cuando murió de cáncer en 2003, cuatro años antes de que el reality sobre su vida y sus múltiples negocios elevaran su fama y, todavía más, su cuenta bancaria. Por eso, a Twitter le faltó tiempo para contestar y regodearse en esa ocurrencia dictada desde el privilegio. Por ahí se exhibieron desde las múltiples ofertas de empleo no pagado que Kim y su madre ofrecen a “becarias” a las que piden ser entusiastas para envolver regalos u organizar los armarios de su casa, o tuits que transitaron entre el sarcasmo (“Kim Kardashian gritando ‘levanta el culo y trabaja’ a los niños indonesios que preparan sus kits de maquillaje”) o la pura impotencia (“Lo que me desconcierta es que lo dice en una era en la que casi todo el mundo tiene tres trabajos, influye de alguna manera en las redes sociales y es freelance. Todo lo que hacemos es trabajar y nos está matando”).

Pasa una cosa con las Kardashian y con las que salieron con varias casillas de ventaja en la partida de la vida. De la amnesia de la que adolecen para poner en contexto a su suerte, de tanto repetir que lo suyo es pura meritocracia se han acabado creyendo esa mentira. Como cuando su hermana Kylie se autoproclamó sin sonrojo como “milmillonaria hecha a sí misma” en la portada de Forbes, o como cuando, durante años, nos quisieron vender desde su reality el cuento de que se partían el culo trabajando y, además, ejercían de sentidas madres de su prole sin que se les cayera una extensión de pestañas. Muchas polémicas levantó en EE UU la nula presencia en pantalla del ejército de niñeras a su cargo, no fuera a ser que si entendíamos toda esa ayuda se rompiera el hechizo que nos hizo pensar que ellas sí podían tenerlo todo sin renunciar a ser una madre entregada.

La periodista Begoña Gómez Urzaiz explicaba recientemente en Ideas cómo ha calado en el imaginario español la idea del “vago de Netflix”, una figura casi mitológica que recae sobre una persona “casi siempre joven, que podría tener empleos a su alcance, pero que prefiere quedarse en casa cobrando subsidios y viendo Netflix o jugando a Call of Duty”. El concepto no es nuevo y tiene múltiples conexiones, sin importar la fecha. A esas vagas a las que critica Kardashian, o los empresarios que lloran en nuestro televisor porque ya no encuentran a camareras a las que seguir explotando, ya las maldecían Margaret Thatcher y Ronald Reagan cuando aseguraban que algunas mujeres solo querían parir hijos para cobrar subsidios y así, mientras se dividía a las víctimas de la crisis, se cargaban desde el descrédito al Estado del bienestar.

A las que nos criaron en esta dieta de meritocracia y excepcionalismo, a las que nos dijeron que explotaría nuestro potencial si trabajábamos duro, se nos ha empachado todo el esfuerzo. Culpen a haber vivido dos crisis, a la incertidumbre y crudeza de una nueva guerra o a una cultura del trabajo agonizante que nos hace replantearnos si lo de “levantar el culo” sirve cuando se rompe la cadena de progreso social. Ya lo dicen en Twitter: pero si todo lo que hacemos es trabajar, Kim. Y nos está matando.

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