La rebelión de Carlos, un pensionista contra los bancos

Un valenciano de 78 años pide menos internet y más trato humano en las sucursales bancarias y se hace viral con 160.000 firmas

Una pareja de ancianos con mascarilla sentada en un banco de Madrid el pasado julio.A. Pérez Meca (Europa Press)

La generación que cambió España lleva dos años sucumbiendo a una pandemia. Los mayores son los que más han sufrido. Los que más hemos olvidado. Por si fuera poco, ahora ven cómo la revolución tecnológica les afecta aún más que en 2020. Hoy todo está rodeado de un clic, una eternidad para aquellos que correteaban por calles de piedra en los años cuarenta. Les resulta imposible codearse con tareas tan sencillas como ir al banco, teclear un PIN, un PUK, hacer un Bizum o enviar una transferencia digital.

El silencioso cerrojazo de las sucursales en los pueblos vaciados y en las ciudades lle...

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La generación que cambió España lleva dos años sucumbiendo a una pandemia. Los mayores son los que más han sufrido. Los que más hemos olvidado. Por si fuera poco, ahora ven cómo la revolución tecnológica les afecta aún más que en 2020. Hoy todo está rodeado de un clic, una eternidad para aquellos que correteaban por calles de piedra en los años cuarenta. Les resulta imposible codearse con tareas tan sencillas como ir al banco, teclear un PIN, un PUK, hacer un Bizum o enviar una transferencia digital.

El silencioso cerrojazo de las sucursales en los pueblos vaciados y en las ciudades llenas es la última puñalada para unos abuelos que ven cómo su día a día se resume poco a poco en una petición de ayuda constante. Casi cualquier recado necesita ya una aplicación conectada a un aparato que ellos difícilmente manejan, por muchas instrucciones escritas en un folio a bolígrafo por sus hijos y nietos que se guarden bajo el cristal de la mesa del salón. La tecnología no marida bien con los que vivieron con Franco.

El olvido recalcitrante que están viviendo los que un día emigraron, regresaron o labraron una familia en un país de blanco y negro, está llegando a un punto que roza lo inhumano. Basta pasear por las puertas de cualquier banco azul, naranja, verde, rojo o negro para observar las colas de cabellos blancos implorando un auxilio al primer viandante que pasa por su lado. Un aullido desesperado fruto del desprecio de quien un día decidió cuidar de sus salarios. Donde había una conversación, ahora hay un cartel o un empleado que les indica que ya no hay nada que hablar ni preguntar, que se vayan al universo digital. A ninguno les falta la cartilla con su pensión en la mano, boyantes o escuálidas. A ninguno le importa desnudar sus números ante un desconocido con tal de que le expliquen por qué Telefónica o Gas Natural les han cobrado más de la cuenta este mes. La atención telemática se ha impuesto sigilosa a los buenos días.

El valenciano Carlos San Juan de Laorden tiene 78 años. Urólogo y cirujano se jubiló a los 67, cuando le detectaron que los temblores de la mano no eran unos simples calambres, sino párkinson. “Me hubiera gustado llegar a los 70 de profesión”, cuenta ahora por teléfono. Laorden está harto de su banco. “Me obligan a usar la informática. La aplicación, de verdad, es muy difícil”. Dice que una mañana de finales del pasado año llegó a Bankia, su cajero de confianza. No funcionaba nada. “Pusieron un cartel que decía que solo atendían con cita programada y ahí nadie cogía el teléfono”.

Carlos Laorden, en una imagen cedida por la familia.

Laorden ha ido presenciando cómo le trataban de forma paternalista, poco a poco. “Venga con un familiar y todo será más rápido”. “Tiene que ir aprendiendo informática; le viene bien”. “Que se lo hagan sus hijos”. “Señor, si viene, puede enfermar”. Unas frases con reflujos inmediatos: “Yo”, recuerda Laorden, “soy mayor, pero no idiota”. Al escuchar tantas y tantas quejas de sus coetáneos, se le ocurrió una mañana recoger firmas. Con ayuda de su familia publicó una petición en Change.org, una empresa que recoge peticiones de todo el mundo en la red. “Están excluyendo a quienes nos cuesta usar internet. Tengo 78 años y me siento apartado por los bancos. Atención humana en sucursales bancarias”, escribió. Logró 101 firmas de amigos y familiares en un par de días. “Más ya es muy difícil”, se dijo.

Tres semanas después, se ha hecho viral en Twitter con miles de comentarios. Ha logrado 165.000 firmas. Y subiendo. “Lo que pido, con respeto, es que si los bancos ganan miles de millones y cuando les fueron las cosas mal les salvamos con nuestros impuestos, creo que no les costaría nada tener una atención personal con nosotros”. Pues tampoco es mucho.

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