Cataluña decide
Las elecciones del 14 de febrero, o cuando quiera que estas tengan lugar, son el instrumento para poder recuperar relevancia tras el tiempo y las oportunidades perdidas
Cataluña ha vuelto a quedar atrapada en un enredo judicial. Ahora la cuestión es cuándo celebrar las elecciones autonómicas pospuestas con la pretendida excusa de la pandemia, aunque se imponga de forma rotunda la evidencia del manejo de otras razones menos nobles. Queda en manos de los tribunales precisar si existe cobertura jurídica para poder suspender las elecciones ya convocadas y posponerlas hasta el mes de mayo o, de no disponerse de ese margen, confirmar la fecha del 14 de febrero en los términos decididos inicialmente por la Generalitat. Hasta entonces, la realidad política (y la epid...
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Cataluña ha vuelto a quedar atrapada en un enredo judicial. Ahora la cuestión es cuándo celebrar las elecciones autonómicas pospuestas con la pretendida excusa de la pandemia, aunque se imponga de forma rotunda la evidencia del manejo de otras razones menos nobles. Queda en manos de los tribunales precisar si existe cobertura jurídica para poder suspender las elecciones ya convocadas y posponerlas hasta el mes de mayo o, de no disponerse de ese margen, confirmar la fecha del 14 de febrero en los términos decididos inicialmente por la Generalitat. Hasta entonces, la realidad política (y la epidemiológica) sigue su curso y la campaña, aunque no esté formalmente inaugurada, ya ha empezado para todos.
El debate todavía está centrado en la idoneidad de los candidatos que cada partido ha elegido para liderar su lista al Parlament. Bajo esta rúbrica tan personal, la designación de Salvador Illa ha agitado el ambiente insuflando moral de victoria al Partit dels Socialistes de Catalunya. Sin restar mérito al sólido perfil político que siempre ha demostrado Miquel Iceta, la realidad es que el todavía ministro ha sido un revulsivo para una campaña que, al margen de la narrativa bajo la que se articule, exigía un esfuerzo añadido para no perderse en el desguace de siglas, familias y partidos que conforman hoy la oferta política independentista en Cataluña.
Más allá de la atención que las personas representen en estos momentos iniciales de la carrera hacia la Generalitat, la realidad es que la historia reciente de Cataluña obliga a insistir en la importancia que debe tener en estas elecciones dar a conocer con detalle los ejes sobre los que se ordena el proyecto que cada uno de los partidos tiene pensado para los próximos cuatro años. ¿Para qué quieren el poder? La pandemia y las brutales consecuencias sanitarias, económicas y sociales que está dejando en todo el país pueden ayudar a reordenar prioridades y jerarquizarlas para, sin renunciar a ninguna aspiración legítima, centrar las energías en ejercer con tino el autogobierno del que se dispone; y hacerlo de la forma que resulte más eficaz para la mejor defensa de los intereses de todos los catalanes. El pragmatismo no está reñido con la épica política, pero sí se aleja de los delirios estériles que tan poco productivos han sido para Cataluña en la última década.
Los catalanes van a tener oportunidad para ejercer el poder de decidir la manera en que quieren ser gobernados a partir de ahora. Quienes observamos con atención —y el máximo de los respetos— el proceso que concluirá con un nuevo presidente de la Generalitat deseamos que el resultado permita devolver a Cataluña no sólo la vitalidad perdida de sus instituciones, sino también el compromiso con el que esta comunidad autónoma ha participado e influido siempre en las decisiones del Estado. Las elecciones del 14 de febrero, o cuando quiera que estas tengan lugar, son el instrumento para poder recuperar relevancia tras el tiempo y las oportunidades perdidas.