Columna

Escolástico Méndez tenía un doble

¿Qué pasa con los dobles de una celebridad cuando la celebridad muere? ¿Tienden a reunirse, como los de Elvis? ¿Cuelgan los bártulos en soledad tras expirar el contrato?

Buenos Aires (Argentina), pantalla del estadio del Boca Juniors mostrando una imagen de Maradona.ALEJANDRO PAGNI / POOL (EFE)

¿Qué pasa con los dobles de una celebridad cuando la celebridad muere? ¿Tienden a reunirse, como los de Elvis? ¿Cuelgan los bártulos en soledad tras expirar el contrato?

La primera vez que supe de Escolástico Méndez fue en Río de Janeiro, adonde yo había llegado para cubrir varios partidos del Mundial de fútbol. En el diario Clarín me encontré una nota que avisaba de que en Copacabana andaba suelto Escolástico, el doble de Diego Armando Maradona. “El Manolo del Bombo argentino”, pensé, y salí del hotel y me fui a pasear por Copacabana para ver si lo encontraba y armar un artículo...

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¿Qué pasa con los dobles de una celebridad cuando la celebridad muere? ¿Tienden a reunirse, como los de Elvis? ¿Cuelgan los bártulos en soledad tras expirar el contrato?

La primera vez que supe de Escolástico Méndez fue en Río de Janeiro, adonde yo había llegado para cubrir varios partidos del Mundial de fútbol. En el diario Clarín me encontré una nota que avisaba de que en Copacabana andaba suelto Escolástico, el doble de Diego Armando Maradona. “El Manolo del Bombo argentino”, pensé, y salí del hotel y me fui a pasear por Copacabana para ver si lo encontraba y armar un artículo con él. No hubo éxito.

Escolástico Méndez trabajaba en Buenos Aires de mecánico y decidió dejarlo todo para ser Maradona después de que le parasen varias veces por la calle confundiéndole con el Pelusa. Supongo que pensó que era hora de monetizar el parecido, y durante un tiempo lo hizo a lo grande: viajes y reclamo de restaurantes caros y terrazas. Fue gancho de innumerables bromas, entre ellas, una al Pibe Valderrama, al que llamó a la puerta de su casa en Barranquilla antes del Colombia-Argentina del Mundial de Francia: “¿Cómo está, maestro? ¡Pasad a mi casa!”, le dijo el Pibe mientras lo abrazaba sin creérselo.

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¿Pero qué se hace para ser el doble de un tipo que ha pesado entre 65 y 120 kilos, dependiendo del año, y ha tenido el pelo de todos los colores y tamaños? En la revista The Clinic dijo que su trabajo, como doble de Maradona, era estar atento a los cambios de look del genio. En eso tenía suerte: Maradona ha debido de ser fotografiado uno de cada tres días de su vida: “Cuando Diego estaba muy gordo, llegué a usar una almohada para rellenarme. Cuando está muy flaco, no se puede hacer nada”. Escolástico Méndez, pasados los grandes fastos del Maradona posfutbolístico, incluida La Noche del Diez, el show de Diego al que Escolástico fue invitado, sobrevivía en Caminito, en el barrio de La Boca, cerca de La Bombonera, como atracción turística. Hace siete años cobraba entre cinco y diez dólares la foto.

Ser el doble de alguien es un trabajo muy cansado, sobre todo porque hay que envejecer en sincronía. En las últimas fotos que he visto de Escolástico Méndez, que espero que viva (y de haber fallecido, espero que no lo haya hecho el 25 de noviembre), revivía al Maradona entrenador, aquel de la perilla blanca que también está inmortalizado a lo grande en la pared de un edificio de San Giovanni Teduccio, Nápoles. Para entonces se parecía a Maradona ya de forma graciosa, incapaz de hacerse pasar por él como para engañar a alguien, pero sí adivinarle el aire, sobre todo cuando se ponía las gafas de sol. Sin la camiseta argentina y el balón, Escolástico Méndez podría pasar por un mecánico de un taller de la capital federal.

Me gusta pensar que hubo un momento en el que Maradona corrió más que su doble, driblándolo también a él, si bien para terminar en el estado semimomificado con el que se le paseaba, como un santo en sus últimas procesiones, por los estadios de Argentina para ser ovacionado. Ese Maradona incapaz de vocalizar al que llegaron a sentar un día en un sillón en el banquillo, a la manera de un trono. El Maradona al que le vinieron a las piernas todas las patadas de 20 años atrás, y todos los excesos le cobraron juntos un peaje hasta colapsarle. Un Maradona sin dobles porque ya lo era él de sí mismo, su propia estatua de cera.

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