Columna

Comisaria

Pediría a las fuerzas de seguridad que, desde esa lucidez de clase, no desplegaran actitudes más represivas en las concentraciones de perroflautas que en las de ‘cayetaners’

Antidisturbios simulan una intervención por una manifestación no autorizada, en el marco del ejercicio estatal FPEX-17 de la Fuerza de Protección de la Armada, en Ferrol, España.Kiko Delgado

Nuestro amigo Teodoro Mota murió hace poco. Fue presidente de la Asociación contra la Tortura que fundaron Fernando Salas, Jorge del Cura y Begoña Lalana, entre otras personas buenas. La Asociación defendió los derechos humanos de la población reclusa, y denunció la brutalidad policial, que no solo sucede en Estados Unidos; las detenciones ilegales; las torturas en comisaría. Fueron acusados de filoetarras y alimañas. Frente a las amenazas, prevalecía la urgencia de preservar los derechos humanos y condenar el grasiento terrorismo de Estado. Yo, niña de la Transición e hija de socialcom...

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Nuestro amigo Teodoro Mota murió hace poco. Fue presidente de la Asociación contra la Tortura que fundaron Fernando Salas, Jorge del Cura y Begoña Lalana, entre otras personas buenas. La Asociación defendió los derechos humanos de la población reclusa, y denunció la brutalidad policial, que no solo sucede en Estados Unidos; las detenciones ilegales; las torturas en comisaría. Fueron acusados de filoetarras y alimañas. Frente a las amenazas, prevalecía la urgencia de preservar los derechos humanos y condenar el grasiento terrorismo de Estado. Yo, niña de la Transición e hija de socialcomunista, he vivido relaciones tensas con las fuerzas de seguridad. Me han dado miedo. Porque he acudido a manifestaciones anti-OTAN, marchas a Torrejón, he participado en huelgas generales, manifestaciones en favor del aborto, contra la guerra y las guerras, en solidaridad con la causa árabe, en apoyo a trabajadores y trabajadoras despedidos, he rodeado el Congreso, he gritado a las puertas de la sede del PP… Desde que me salieron los dientes he entendido que la calle era espacio de protesta, y en ninguno de esos actos de expresión de la conciencia cívica me he sentido protegida por la policía. Al pasar junto a los antidisturbios el corazón me iba a cien. En una manifestación anti-OTAN me pegaron. Conozco a personas que, por apoyar a okupas en la Guindalera, fueron incomunicadas y vejadas, se les negaron compresas, se las incapacitó para cargo público, tuvieron que estampar su firma en los juzgados durante dos años. En Amor fou lo cuento. La novela no funcionó: nadie creía que el país del que hablaba fuese nuestro democrático país. En 2006 lo era y la ciudadanía más valiente vivía con miedo. Nuestra policía, pese a su nuevo talante democrático, conservaba las inercias prepotentes —adjetivo eufemístico— de Billy el Niño.

Las ficciones, especialmente las televisivas, se encargan de blanquear las malas prácticas policiales justificándolas desde una humanidad que también avala la simpatía por los ladrones, la mujer pirata, Dexter y Curro Jiménez. En su último libro, Rafael Reig me llama “la comisaria Sanz”. Lo he sido de exposiciones y festivales literarios. Pongo la voz de Tito Valverde y juego con esposas. Tengo más de 50 años, aunque no creo que esta sea la causa de mi cambio de relación con la autoridad. Durante el confinamiento de marzo, salíamos a aplaudir y redoblábamos los aplausos cuando pasaba un coche policial. Entonces yo le decía a mi marido: “Pero si nosotros somos los ladrones…”. Los últimos actos vandálicos, negacionistas, irracionales, fascistas, destructivos y perversos me hacen ponerme del lado de quienes nunca habían despertado mis simpatías ni mi confianza. Me acuerdo de Pasolini, ahora que toca, cuando escribió que, en ciertas manifestaciones estudiantiles, la clase obrera era la policía: brazo de madera y carne de cañón de los poderes fácticos. Pediría a las fuerzas de seguridad que, desde esa lucidez de clase, no desplegaran actitudes más represivas en las concentraciones de perroflautas que en las de cayetaners. “Estamos contra el Gobierno, no contra la policía”, grita un aseado vándalo en Logroño. Esa connivencia debería producir un escalofrío a cada uno de los números que esperan, nerviosos, en el furgón.

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