Editorial

Dar ejemplo

La participación de muchos políticos en un innecesario acto social es un error que debilita las peticiones de responsabilidad a la ciudadanía

El ministro de Sanidad, Salvador Illa, a su llegada al Casino de Madrid este lunes.Raúl Terrel (Europa Press)

Escasa autoridad moral tienen los líderes políticos —del Gobierno, la oposición del PP y Ciudadanos, la Comunidad o el Ayuntamiento de Madrid— cuando participan en reuniones sociales masivas mientras están exigiendo a los ciudadanos justamente que no lo hagan. Resulta chocante que representantes de los dos principales partidos, tan desacostumbrados al consenso, hayan coincidido en un error y una imprudencia a todas luces evidente. En un tiempo difícil por las restricciones de los contactos, por la pérdida de empleos, por el ascenso de los contagios a pesar de todas las medidas y por la tensión...

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Escasa autoridad moral tienen los líderes políticos —del Gobierno, la oposición del PP y Ciudadanos, la Comunidad o el Ayuntamiento de Madrid— cuando participan en reuniones sociales masivas mientras están exigiendo a los ciudadanos justamente que no lo hagan. Resulta chocante que representantes de los dos principales partidos, tan desacostumbrados al consenso, hayan coincidido en un error y una imprudencia a todas luces evidente. En un tiempo difícil por las restricciones de los contactos, por la pérdida de empleos, por el ascenso de los contagios a pesar de todas las medidas y por la tensión a la que se ven sometidos los equipos sanitarios, varios ministros (de Sanidad, Defensa, Cultura y Justicia), el presidente del PP, la de la Comunidad de Madrid y el alcalde de la capital, entre otros representantes políticos, participaron en la noche del lunes en el Casino de Madrid en una entrega de premios organizada por un periódico, dudosa actividad esencial como aquellas a las que se reclama que se limiten los ciudadanos.

A pesar de las distancias de seguridad, las separaciones de mesas o el supuesto cumplimiento del aforo y los protocolos que alegan los organizadores, lo cierto es que los representantes políticos han faltado al deber de ejemplaridad que cabe esperar de ellos, especialmente en el inicio de un estado de alarma que llega para quedarse durante largo tiempo y mientras las medidas restrictivas se multiplican sin un horizonte claro de eficacia ni temporalidad. El comisario de Comercio de la UE, Phil Hogan, tuvo que dimitir en agosto al trascender que había asistido a una cena de gala en un club de golf en Irlanda con más de 80 personas cuando las autoridades del país limitaban a un máximo de 15 la asistencia a actos públicos.

El ministro Salvador Illa se disculpó ayer en el Congreso por lo ocurrido y reconoció que se equivocó, lo que le honra. El decreto del estado de alarma plantea nuevas restricciones y, muy probablemente, impedirá la normal celebración de la Navidad a las familias, lo que hace aún más incomprensible la fiesta celebrada en el Casino de Madrid. Los contagios siguen aumentando en la mayor parte de España a pesar de los confinamientos perimetrales, del cierre de la hostelería en Cataluña o demás medidas que ruedan ya desde hace semanas. Numerosos expertos advierten de la presión creciente sobre las UCI y el sistema sanitario en general, que puede verse desbordado en noviembre. La conveniencia de restricciones más duras, como los confinamientos domiciliarios, está ya bajo debate. Y el teletrabajo vuelve a extenderse como herramienta cotidiana. Muchas razones para que quienes van a imponer obligaciones ejerciten con especial pulcritud la ejemplaridad. Ninguna otra actitud se comprenderá.

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