Columna

Populismo de centro

Solo el tiempo dirá si la celebrada apuesta de moderación de Casado es algo más que una mera estrategia retórica

Del Hambre

De la sensación de pérdida siempre nace un nosotros, aunque sea muy tenue. El duelo colectivo genera un sentido de comunidad política, y es algo que deben respetar los dirigentes. Algo así vino a decir Macron en el solemne funeral de Estado al maestro asesinado, Samuel Paty, al señalar que el sentimiento de tristeza compartido por los franceses obligaba a todos “a expresarse correctamente; a actuar con exigencia”. Con sus palabras, Macron dibujaba impl...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

De la sensación de pérdida siempre nace un nosotros, aunque sea muy tenue. El duelo colectivo genera un sentido de comunidad política, y es algo que deben respetar los dirigentes. Algo así vino a decir Macron en el solemne funeral de Estado al maestro asesinado, Samuel Paty, al señalar que el sentimiento de tristeza compartido por los franceses obligaba a todos “a expresarse correctamente; a actuar con exigencia”. Con sus palabras, Macron dibujaba implícitamente la distinción entre dos momentos políticos distintos, con necesidades y deberes diferenciados: el momento electoral y el institucional. El primero está plagado de promesas y cabalga sobre un lenguaje cercano para seducir al votante, aunque el populismo lo reduzca a la peligrosa idea de que el político de turno diga “lo que la gente piensa de verdad y no se atreve a expresar”. El segundo es más profundo: no se basa tanto en la promesa como en la restricción, no tanto en la proyección de una utopía pasada o futura como en la más compleja pedagogía de la renuncia. En el primero, el político-candidato habla a su parroquia; en el segundo, el dirigente evita el lenguaje divisivo y prefiere, en lugar de cohesionar a los suyos, buscar aquello que es susceptible de ser compartido por todos.

Algo así trató de hacer esta semana en nuestro Parlamento Pablo Casado. Con su discurso, produjo un inesperado golpe de efecto: en lugar de intentar cohesionar a los votantes de derechas en torno al odio a Sánchez, ejerció un renovado liderazgo para convencerles de que las posturas de Vox deben ser abandonadas por el bien del país. Lo hizo a costa de establecer una extraña equidistancia entre Sánchez y Abascal, presentando a ambos como parte integrante del mismo proyecto de ruptura democrática, un recurso polarizador que le permite colocarse como la única alternativa sensata, emergiendo como la figura moderada del centro.

Quizá les suene: se llama populismo de centro, y es un movimiento ciertamente delicado, pues el hombre-pueblo se erige como aquel que representa verdaderamente las aspiraciones de una sociedad moderada y con sentido común. Es lo que ha hecho Macron en Francia, un país con serios problemas para reconstruir una alternativa de gobierno que no sea la extrema derecha. No es nuestro caso, pero conviene recordar que el discurso institucional también consiste en aceptar y reconocer que el sistema funciona con el código Gobierno-oposición, no en eliminar o demonizar al adversario. Desafortunadamente, Casado no es Macron, ni su discurso —el mejor que ha hecho hasta la fecha— aguanta la comparación con el hermoso alegato del presidente de la República, pero solo el tiempo nos dirá si su celebrada apuesta de moderación es algo más que una mera estrategia retórica. @MariamMartinezB

Archivado En