Quino
En 1972 se celebró en Ciudad de México la primera Feria Metropolitana del Libro. Allí conocí a Quino. Fue un incidente afortunado. Serían las cinco de la tarde cuando me dirigía al stand de nuestra editorial. De pronto vi a un amigo editor que charlaba amigablemente con otra persona. Al saludarlo me lo presentó. Se trataba de Quino. Al rato, mi amigo se excusó y me quedé solo hablando con el creador de Mafalda. De eso han pasado 48 años. Yo tenía entonces 27 y él era un joven de 40. Vital, afectuoso, algo tímido, sencillo y sumamente cercano, aunque su personaje y él mismo eran ya mundialmente...
En 1972 se celebró en Ciudad de México la primera Feria Metropolitana del Libro. Allí conocí a Quino. Fue un incidente afortunado. Serían las cinco de la tarde cuando me dirigía al stand de nuestra editorial. De pronto vi a un amigo editor que charlaba amigablemente con otra persona. Al saludarlo me lo presentó. Se trataba de Quino. Al rato, mi amigo se excusó y me quedé solo hablando con el creador de Mafalda. De eso han pasado 48 años. Yo tenía entonces 27 y él era un joven de 40. Vital, afectuoso, algo tímido, sencillo y sumamente cercano, aunque su personaje y él mismo eran ya mundialmente célebres. No tengo recuerdos muy nítidos de aquella conversación, pero al enterarme de su muerte hace unos días sentí el punzante aguijonazo de la aflicción, del dolor que produce la pérdida de una persona íntegra, del pesar que supone la desaparición de un hombre —en el buen sentido de la palabra, como diría Machado— bueno. Adiós, amigo.
Emilio Castelló Barreneche. Barcelona