Editorial

Un conflicto nada remoto

El conflicto armenio-azerbaiyano en el Alto Karabaj va camino de convertirse en una grave confrontación global entre Rusia y Turquía

Manifestantes prenden una bandera de Azerbaiyán durante una manifestación a favor de Armenia en Atenas.YORGOS KARAHALIS (AP)

El conflicto armenio-azerbaiyano en el Alto Karabaj va camino de convertirse en una grave confrontación global entre Rusia y Turquía. Los presidentes Vladímir Putin y Recep Tayyip Erdogan, marcados por los respectivos pasados imperiales de sus países, practican una expansiva política de autoafirmación y alimentan el patriotismo de sus conciudadanos con una retórica nacionalista plagada de mitos.

El rumbo de Moscú y Ankara no ayuda a resolver los problemas reales —de seguridad, económicos, políticos y territoriales— de las dos comunidades que hoy se enfrentan en el complejo en...

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El conflicto armenio-azerbaiyano en el Alto Karabaj va camino de convertirse en una grave confrontación global entre Rusia y Turquía. Los presidentes Vladímir Putin y Recep Tayyip Erdogan, marcados por los respectivos pasados imperiales de sus países, practican una expansiva política de autoafirmación y alimentan el patriotismo de sus conciudadanos con una retórica nacionalista plagada de mitos.

El rumbo de Moscú y Ankara no ayuda a resolver los problemas reales —de seguridad, económicos, políticos y territoriales— de las dos comunidades que hoy se enfrentan en el complejo entorno multiétnico del Cáucaso. En la actual fase de recrudecimiento de las hostilidades, la victoria aplastante de una de las partes tendría como consecuencia nuevas matanzas y limpiezas étnicas. Pero sean cuales sean los resultados, el actual estallido muestra que no es posible volver al statu quo vigente desde el alto el fuego de 1994. Limitarse a exhortaciones formales a las partes para que se sienten de nuevo a la mesa de conversaciones es irresponsable, frívolo e ineficaz.

En su maximalismo, los dirigentes de Armenia y Azerbaiyán, Nikol Pashinián e Ilham Alíev, no han sido capaces de un compromiso basado en concesiones mutuas que integre los intereses de ambas partes. Pero Pashinián y Alíev son también rehenes de sus élites políticas, que condicionan su margen de maniobra. Por eso, el conflicto exige un esfuerzo internacional mancomunado que debería estar liderado por países alejados de los intereses de la zona y aceptados como mediadores por azerbaiyanos y armenios. Hoy el protagonismo de la mediación no puede recaer en Rusia y Turquía porque sus dirigentes actuales, Putin y Erdogan, han demostrado que su egoísmo, sus quimeras y la visión idealizada y mesiánica de sí mismos predominan sobre su sentido de la responsabilidad por el mundo.

Así las cosas, el Alto Karabaj necesita auténtica diplomacia para lograr una hoja de ruta que permita la coexistencia de armenios y azerbaiyanos. Para ser viable, la solución debe poder ser exhibida como una ganancia por las dos comunidades y, en su búsqueda, puede ser útil la experiencia acumulada en los arreglos que pusieron fin a las guerras desintegradoras de Yugoslavia. Armenia y Azerbaiyán tendrían que volver a los principios consensuados sobre el Alto Karabaj, aprobados por la conferencia ministerial de la OSCE en Madrid en 2007, que conjugaban la integridad territorial con el principio de autodeterminación. Para llegar a una solución, que puede no ser ideal, se requerirá habilidad, voluntad, tiempo, paciencia, sentido ético y tal vez pacificadores —que en ningún caso deberían ser rusos o turcos—. La comunidad internacional no puede cerrar los ojos y desentenderse del conflicto en ese remoto lugar global del Alto Karabaj.

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