La debilidad de Macron
El liderazgo del presidente francés se resiente por la falta de solidez de su partido
Las crisis de los partidos tradicionales en Europa han alumbrado movimientos identificados con líderes fuertes, pero con dificultades para establecerse de manera duradera. Las elecciones al Senado francés, celebradas el domingo y en las que se renovaba la mitad de la cámara territorial, son el ejemplo más reciente. La República en Marcha de Emmanuel Macron mantendrá la veintena de escaños que ya tenía, lo que le sitúa en cuarta posición, por detrás de la Unión Centrista, el Partido Socialista y la derecha de Los Republicanos. El resultado era esperado, pero confirma la debilidad del partido pr...
Las crisis de los partidos tradicionales en Europa han alumbrado movimientos identificados con líderes fuertes, pero con dificultades para establecerse de manera duradera. Las elecciones al Senado francés, celebradas el domingo y en las que se renovaba la mitad de la cámara territorial, son el ejemplo más reciente. La República en Marcha de Emmanuel Macron mantendrá la veintena de escaños que ya tenía, lo que le sitúa en cuarta posición, por detrás de la Unión Centrista, el Partido Socialista y la derecha de Los Republicanos. El resultado era esperado, pero confirma la debilidad del partido presidencial francés, derrotado por la mínima en las europeas de 2019 ante la extrema derecha y con claridad en las municipales del pasado junio.
Francia no es el único país europeo donde han surgido partidos sobre las ruinas del bipartidismo. El auge de personalidades como Macron o, en registros ideológicos distintos, Beppe Grillo en Italia o Pablo Iglesias en España, ha ocurrido en una década marcada por las consecuencias de la Gran Recesión de 2008, la falta de respuestas del centroizquierda socialdemócrata y el centroderecha de raíz democristiana ante las desigualdades crecientes y las nuevas fracturas sociales, así como la irrupción de una política personalista y emocional propiciada por las redes sociales. Estas figuras coincidían en el rechazo a la llamada vieja política. La división entre izquierda y derecha quedaba sustituida por el pueblo contra la casta o, en el caso de Macron, los europeístas contra los nacionalistas. Con un punto en común: el hiperliderazgo.
En Marche!, embrión de la actual formación de Macron, se fundó en 2016 para llevarlo al Palacio del Elíseo. Las siglas, EM, coincidían con las del candidato y el éxito fue rotundo —victoria en las presidenciales y en las legislativas de 2017—, dentro de un sistema constitucional, el de la V República, con una jefatura del Estado fuerte y contrapoderes débiles, que propicia el hiperliderazgo desde los tiempos de su fundador, el general De Gaulle.
Gracias a su mayoría en la Asamblea Nacional y a la ausencia de opositores de peso, Macron puede gobernar hasta el final del mandato, en 2022, y es el claro favorito para las próximas presidenciales ante la candidata de la extrema derecha, Marine Le Pen. Pero el modelo de un líder fuerte con un partido débil entraña riesgos, como demuestra la sucesión de derrotas electorales de La República en Marcha. Un efecto de la falta de implantación territorial es el aislamiento de la cúpula ante las realidades del país. Sin discusión de ideas ni una cantera de dirigentes de recambio, estos partidos pueden acabar convirtiéndose en cáscaras vacías y con fecha de caducidad. Las democracias, y más en momentos de presiones autoritarias e iliberales, necesitan partidos sólidos, con debate interno y conectados con la sociedad.