Deberían ser eternos
Aquellos que te iban a buscar al colegio. Los que te preparaban bocadillos y te compraban juguetes aunque tus padres dijesen que no. Los que te llevaban los domingos al parque y jugaban contigo a pesar de los dolores de espalda, la artrosis o los 70 años que tenían a sus espaldas. Con los que compartías risas, llantos y felicidad después de las comidas de los domingos. Pero con los que ya no puedes hacerlo más. Ya no hay más risas ni bocadillos ni domingos en el parque. Ahora ya no caminan ni mucho menos juegan. Ya no hay cuentos antes de dormir ni besos de buenas noches. No más domingos de pa...
Aquellos que te iban a buscar al colegio. Los que te preparaban bocadillos y te compraban juguetes aunque tus padres dijesen que no. Los que te llevaban los domingos al parque y jugaban contigo a pesar de los dolores de espalda, la artrosis o los 70 años que tenían a sus espaldas. Con los que compartías risas, llantos y felicidad después de las comidas de los domingos. Pero con los que ya no puedes hacerlo más. Ya no hay más risas ni bocadillos ni domingos en el parque. Ahora ya no caminan ni mucho menos juegan. Ya no hay cuentos antes de dormir ni besos de buenas noches. No más domingos de paella. Un día llega esa llamada que nadie quiere recibir y esa noticia que nadie quiere escuchar. La primera pérdida de un niño: la de aquellos que deberían ser eternos. Pero, por desgracia, no lo son.
Gracias siempre, abuelos.
Beatriz Temprano Rios. Vitoria