Columna

Dinero manchado

Tenía poco trabajo el Rey, algo más que el de servir de espejo del decoro, y lo destrozó no en un acto descabellado sino en miles, de los que conocemos solo unos pocos

El príncipe Mohamed Bin Salmán, con Juan Carlos I.BANDAR ALGALOUD / SAUDI ROYAL CO (EFE)

Las mañanas en el campo son más hermosas por una razón muy sencilla, y es que, en verano sobre todo, la naturaleza provoca el milagro de que el campo huela a campo. Algo de lo que se da cuenta hasta el mayor de los necios, o sea, yo mismo.

Los pájaros parecen recuperar sus energías y, cuando los incendios provocados por la inacción de algunos gobernantes perezosos y las manos criminales de unos no menos perezosos gilipollas, todos los alrededores de paseantes como Pepe y Cuqui hierven incapaces de sujetar tanta vida como la tierra alberga.

Esos momentos de comunión con la vida má...

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Las mañanas en el campo son más hermosas por una razón muy sencilla, y es que, en verano sobre todo, la naturaleza provoca el milagro de que el campo huela a campo. Algo de lo que se da cuenta hasta el mayor de los necios, o sea, yo mismo.

Los pájaros parecen recuperar sus energías y, cuando los incendios provocados por la inacción de algunos gobernantes perezosos y las manos criminales de unos no menos perezosos gilipollas, todos los alrededores de paseantes como Pepe y Cuqui hierven incapaces de sujetar tanta vida como la tierra alberga.

Esos momentos de comunión con la vida más primitiva, cuando a cada insecto trata de comérselo otro de mayor tamaño, hay que gozarlos como si se trataran de los últimos de su clase. No solo porque quizás lo sean, que todo puede suceder.

Y, de pronto, la realidad más cruda, que suele ser la más cotidiana porque no nos ponemos en el lugar del más pequeño de los dos insectos, se abre paso y nos anuncia que Donald Trump ha vuelto a hablar, o que el emérito se va, vaya usted a saber dónde. Lo ha hecho sin devolver céntimo a céntimo el dinero que le donó graciosamente un monarca saudí, el mismo que ha impedido que se juzgue al asesino de Jamal Khashoggi. Ese monarca que lo dio para mejorar su imagen algo deteriorada. De Khashoggi, de su cuerpo mutilado, está manchado ese dinero que puede ser que disfrute en parte alguien de naturaleza tan frugal como la hermosa Corinna, aunque no es reina. Y habría que devolvérselo al monarca saudí, con todas las manchas.

No estaría bien que la Hacienda Pública española recuperara ese dinero para cubrir agujeros de los ERTE. Porque es dinero sucio, tanto como el corazón del príncipe Salmán, el presunto canalla que posiblemente mandó matar al periodista. Y que quizá tuvo algo que ver con los 3.000 muertos de las Torres Gemelas el 11-S.

Un dinero que ha servido para limpiar la imagen del Rey de Arabia y que hoy sirve para ensuciar la imagen de España, y la complicada responsabilidad fiscal de los españoles.

Tenía poco trabajo el Rey, algo más que el de servir de espejo del decoro, y lo destrozó no en un acto descabellado sino en miles, de los que conocemos solo unos pocos.

No hay manera de que uno pueda pasear tranquilo por el campo en verano.

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