Los expertos
Rige el criterio de que establezco mi verdad, para quien conmigo va. Las víctimas se convierten en armas arrojadizas
Hace unos días leí un manifiesto de intelectuales turcos, desesperados ante la supresión de libertades que sufre su país. No faltan razones. Para quien quiera verlo, la ley sobre las redes sociales facilita su control por el Gobierno: establece una rígida censura de Estado sobre Twitter o Facebook. En la misma dirección, entender el significado de la conversión de Santa Sofía requiere no olvidar las palabras y la imagen del ministro religioso en su inauguración, esgrimiendo la espada de la conquista y proponiendo un futuro de expansión neo-otomana para la Turquía de Erdogan. En la UE, Josep Bo...
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Hace unos días leí un manifiesto de intelectuales turcos, desesperados ante la supresión de libertades que sufre su país. No faltan razones. Para quien quiera verlo, la ley sobre las redes sociales facilita su control por el Gobierno: establece una rígida censura de Estado sobre Twitter o Facebook. En la misma dirección, entender el significado de la conversión de Santa Sofía requiere no olvidar las palabras y la imagen del ministro religioso en su inauguración, esgrimiendo la espada de la conquista y proponiendo un futuro de expansión neo-otomana para la Turquía de Erdogan. En la UE, Josep Borrell es bien consciente del amenazador estado de cosas. De acuerdo con la propuesta de este diario, tales son los hechos. Luego vendrá el comentario.
La observación puede aplicarse al funcionamiento de la libertad de expresión en nuestro país. Las tensiones derivadas de la crisis sanitaria y económica, sobre un fondo político frágil, se han traducido en panorama de acusaciones cruzadas, donde ni siquiera hay acuerdo sobre datos tales como la cifra de muertos en la pandemia. Rige el criterio de que establezco mi verdad, para quien conmigo va. Las víctimas se convierten en armas arrojadizas.
Lo más grave es que en este marco, nuestro Gobierno ha elegido el camino de construir su propia verdad desde muy pronto, empleando todos sus medios para salvar el escollo del 8-M, que de ser asumido, tampoco hubiera resultado muy costoso. Ahora, gracias a la confesión del ministro Illa, sabemos que ha llegado a mentir acerca de la ficticia comisión de expertos para la desescalada, con tal de mantener un tinglado (des)informativo que le era rentable en términos políticos. Como consecuencia, resulta lícito suponer que cada vez que el portavoz sanitario —Simón o Illa— incurría en contradicciones, sobre las mascarillas —primero causantes de ansiedad, luego obligatorias— o sobre la compra de material sanitario, estábamos ante verdades fabricadas. Lo mismo, cada vez que eran invocados, por ellos o sus medios, unos “expertos” inexistentes. Y no estaban en juego palabras, sino muertes.
En el esclarecedor reportaje publicado en El País Semanal sobre Iván Redondo queda de manifiesto su tacticismo. No es cosa irrelevante, porque en la situación actual equivale a miopía, al centrarse solo en un objetivo privilegiado: la consolidación de Sánchez en el poder. Esto importará mucho al presidente y a los suyos. El interés de los ciudadanos consiste en no ser objeto de mal gobierno: ejemplo máximo, Ayuso en Madrid. Así, ante otro episodio reciente, el despropósito del PIB, impropio de un economista, cabe exigir que Sánchez esté rodeado de técnicos, no de propagandistas, capaces como se ve, de transformar la información en manipulación. Volviendo a Turquía, la degradación de la democracia ha de cortarse antes de ser irreparable.