Columna

Ola de calor

Entre el duelo de los deudos y el miedo de los vivos, no serán unas vacaciones normales, pero malo ha de ser que no vivamos un instante de plenitud con un mes por delante

Varias personas en una terraza de un restaurante de Madrid el 22 de junio.Ricardo Rubio (Europa Press)

Desde bien cría el calor me da la vida y me la quita. Me paso el año añorándolo y, solo cuando se echa encima, como en esta última ola hasta la próxima, recuerdo cómo me trastorna. Evoco entonces el aburrimiento cósmico de mis 10 o 12 años, cociéndome en mi jugo tumbada en el sofá de escay de mi casa en silencio absoluto para no despertar a mis padres de la siesta bajo amenaza de no ir a la playa. Revivo el ansia viva de mis 16 o 17 agostos en casa de mi abuela, tirada yo en el suelo cambiándome de baldosas según las iba mojando con mi calentura, mientras ella se trasponía en el sofá arreándos...

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Desde bien cría el calor me da la vida y me la quita. Me paso el año añorándolo y, solo cuando se echa encima, como en esta última ola hasta la próxima, recuerdo cómo me trastorna. Evoco entonces el aburrimiento cósmico de mis 10 o 12 años, cociéndome en mi jugo tumbada en el sofá de escay de mi casa en silencio absoluto para no despertar a mis padres de la siesta bajo amenaza de no ir a la playa. Revivo el ansia viva de mis 16 o 17 agostos en casa de mi abuela, tirada yo en el suelo cambiándome de baldosas según las iba mojando con mi calentura, mientras ella se trasponía en el sofá arreándose golpes de abanico en el pecho y acunándose con su mantra de ‘ay, mi hombre; ay, mi hombre’ de viuda reciente que a mí se me antojaba entre lóbrego y lúbrico. Rememoro, en cada etapa de mi vida, esas horas muertas de la calorina en las que no sabes si tienes más ganas de vivir o de morirte. Ese calor que funde la médula, roba la energía y calcina la esperanza si no tienes con qué o quién aliviarlo. A ese calor me refiero.

Así, ahogaditos vivos, estamos muchos privilegiados; contando los días para desconectar las neuronas. Cierto que, entre el duelo de los deudos y el miedo de los vivos, no serán unas vacaciones normales, pero malo ha de ser que no vivamos un instante de plenitud con un mes por delante. Un tinto de verano con unos panchitos en una terraza. Un café helado después de comer con amigos. Un polo de horchata. La ducha y el aftersun después de la solana. Verse guapos de blanco, aunque sea embozados. La caricia del aire en la nuca una de esas noches en las que todo parece posible. Una lluvia de estrellas. Algún orgasmo de traca, aunque sea a solas. No les deseo otra cosa que las que me deseo a mí misma. Son baratas. Alguna, gratis, aunque no tenga precio. Ya hablamos a la vuelta al cole y al curro, si es que hay curro o cole al que volver cuando baje este calor y volvamos a añorarlo.

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