Columna

Las culpas del rebrote

Pocas veces la precisión de un dato público ha sido tan crucial para el bienestar de la gente

Un grupo de amigos brinda con cervezas en un bar.Getty Images

Supongamos un bar. En ese bar se encuentran cinco amigos. Uno de ellos acaba de llegar de Londres. Estudia allí, y en esa ciudad ha pasado el confinamiento hasta que, al fin, ha podido volver a casa. A ver a su familia, por la que estaba lógicamente preocupado (sus padres ya están algo mayores). En fin, se toman unas cervezas, pican algo, y se van pronto para la calle porque el aire acondicionado se ha roto, es verano y el bar es pequeño. Pero la dueña necesitaba abrir: ni con las ayudas llega para pagar sueldos, ni deudas, ni alquiler del local.

A las dos semanas uno de ellos da positi...

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Supongamos un bar. En ese bar se encuentran cinco amigos. Uno de ellos acaba de llegar de Londres. Estudia allí, y en esa ciudad ha pasado el confinamiento hasta que, al fin, ha podido volver a casa. A ver a su familia, por la que estaba lógicamente preocupado (sus padres ya están algo mayores). En fin, se toman unas cervezas, pican algo, y se van pronto para la calle porque el aire acondicionado se ha roto, es verano y el bar es pequeño. Pero la dueña necesitaba abrir: ni con las ayudas llega para pagar sueldos, ni deudas, ni alquiler del local.

A las dos semanas uno de ellos da positivo por SARS-CoV-2. Tiene apenas algo de fiebre y tos. Su amigo de Londres era portador asintomático. En los aeropuertos apenas le tomaron la temperatura (36,5) y le pidieron que rellenase un formulario explicando si había estado expuesto (se contagió en el viaje en un rato en que se subió la mascarilla para tomar café, así que no pensó en marcar “sí”). Se lo cuenta a sus amigos en el grupo de WhatsApp, avisándoles de que les contactarán para pedirles que se queden en casa, hacerles la prueba y preguntarles por sus propios contactos. Pero pasan las horas y nadie llama. Una de ellas no ve el mensaje hasta el día siguiente, porque estaba en una casa rural con sus amigos del colegio a los que llevaba meses sin ver. Uno de ellos está pasando por una mala época y necesitaba apoyo moral: montaron el finde para él.

Un mes después, los contagios derivados de esa noche en ese bar estrecho suman cientos en la ciudad. Como el sistema de rastreo es incompleto, nadie tiene demasiado claro dónde ni cómo empezó todo. Pero si lo supiéramos, ¿por dónde empezaríamos con las culpas? ¿Por la dueña del bar? ¿Por sus trabajadores, que le pedían abrir? ¿Por los amigos que se reunieron? ¿Acaso el estudiante que quería ver a su familia? ¿El Gobierno central, autonómico o local, por no controlar el bar ni los contagios?

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La responsabilidad acaba en todos nosotros, sin duda, pero empieza en las autoridades por una razón sencilla: son las que producen la información con la que todos los miembros de la cadena de contagio toman decisiones. Si por falta de pruebas o rastreadores dicha información da una impresión errónea de tranquilidad, las necesidades materiales o emocionales se impondrán al miedo.

Pocas veces la precisión de un dato público ha sido tan crucial para el bienestar de la gente. @jorgegalindo

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