Columna

El orden establecido

Uno de los mitos más consolidados de la monarquía parlamentaria española es que los Reyes no dan entrevistas

Abrazo de padre e hijo durante el acto de abdicación de Juan Carlos I en 2014.GORKA LEJARCEGI

Uno de los mitos más consolidados de la monarquía parlamentaria española es que los Reyes no dan entrevistas. No sólo eso, sino que, en caso de hablar con periodistas, lo hablado jamás se publica. Ese mito extendidísimo no sólo convive, sino que es compatible, con el hecho de que la monarquía sea la institución cuya opinión se ha emitido de más maneras posibles, desde medios más diferentes y durante un periodo más prolongado de tiempo. Lo que ha ocurrido es que ese posicionamiento —no siempre malo, no siempre bueno— no ha podido estar nunca sujeto a juicio público porque jamás se ha puesto en ...

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Uno de los mitos más consolidados de la monarquía parlamentaria española es que los Reyes no dan entrevistas. No sólo eso, sino que, en caso de hablar con periodistas, lo hablado jamás se publica. Ese mito extendidísimo no sólo convive, sino que es compatible, con el hecho de que la monarquía sea la institución cuya opinión se ha emitido de más maneras posibles, desde medios más diferentes y durante un periodo más prolongado de tiempo. Lo que ha ocurrido es que ese posicionamiento —no siempre malo, no siempre bueno— no ha podido estar nunca sujeto a juicio público porque jamás se ha puesto en su boca. De hecho, más que dar su opinión, la monarquía ha creado durante décadas un marco informativo según el cual casi todo se puede publicar, siendo el casi aquello que atañe a su supervivencia y a su impunidad. Tal fue así que durante los años más eufóricos del juancarlismo había republicanos famosos sólo por el hecho de serlo. No se trata del conocido relato sino de algo aún más conocido y antiguo: el orden establecido.

De ahí que ahora, tras el estupor inicial por las revelaciones de los periódicos, haya reacciones tan a la desesperada que intentan absolver al rey emérito ya no por honesto, ni por íntegro ni por ejemplar, sino por enamorado. Así, Corinna Larsen se ha aprovechado de un hombre entregado, la investigación sobre Juan Carlos I es un caso aislado que no afecta a la monarquía y, a falta de responsabilidades judiciales, las responsabilidades institucionales ya se han tomado. No se trata de impedir siquiera el cuestionamiento de la institución, sino de advertir que esta es hereditaria de padres a hijos, pero esos padres y esos hijos funcionan como poderes independientes uno del otro, aun cuando, echando un vistazo al árbol genealógico de los Borbón, se llegue a la conclusión de que el caso aislado no es Juan Carlos I, sino Felipe VI. Y para esto último hay que confiar.

Mientras, el orden establecido y sin establecer cree que, efectivamente, Corinna Larsen no se hubiera acercado a Juan Carlos de Borbón si fuese empleado de una tienda de lujo, ni siquiera todo un encargado, del mismo modo que está confirmado que, en esa relación interesada, el rey era él, no ella, por más que se le pidan cuentas. También se intuye que si Corinna fuese la reina, y Juan Carlos de Borbón su amigo entrañable, no sería calificado con tanta alegría como “hombrezuelo”. Y una última lección a aprender, otra vez y después de tantos siglos: el amor también es un interés; no todas las personas de las que nos enamoramos nos corresponden con él, normalmente encuentran algo con lo que compensarlo: a veces la juventud, a veces la belleza, a veces el dinero, no necesariamente en este orden, ni necesariamente las personas compensadas lo son por creérselo.

Otro mito consolidado de la monarquía parlamentaria española es que quienes quieren república, quieren caos; un mito casi tan fuerte como aquel que reconoce que el melón debe abrirse en cualquier momento, pero “ahora no toca”. El caos es uno de esos conceptos más fáciles de asumir en la calle que en la aduana de un aeropuerto, de tal manera que provocará más miedo un señor quemando un retrato de un rey que un rey investigado por llevar un maletín con millones sin tributarlos en su país. Y esto tiene que ver también con el orden establecido, sus disposiciones históricas, sus cláusulas morales y la obediencia, nuestra, debida.

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