Ir al contenido
Cartas al director

El valor del silencio

Unos dicen que la lengua de Dios nunca fue muda, pero otros que la voz de Dios es el silencio. A unos les molesta el taciturno que calla, a otros el faraute que no detiene sus palabras. Unos ven el silencio como una manera de ocultar los problemas y otros como un bien imprescindible para saber dónde pueda estar la verdad. Considero que ese silencio, en el que se razona y escucha debe preceder a la voz, imprescindible para decir algo de interés, y no como esos comunicadores y tertulianos que parecen hablar siempre sin reflexión alguna. Ante tanta gente llena del vicio de la locuacidad me encuen...

Google te da acceso gratuito a esta noticia

Y a todo el contenido de EL PAÍS durante 30 días. Gratis, sin tarjeta.

Unos dicen que la lengua de Dios nunca fue muda, pero otros que la voz de Dios es el silencio. A unos les molesta el taciturno que calla, a otros el faraute que no detiene sus palabras. Unos ven el silencio como una manera de ocultar los problemas y otros como un bien imprescindible para saber dónde pueda estar la verdad. Considero que ese silencio, en el que se razona y escucha debe preceder a la voz, imprescindible para decir algo de interés, y no como esos comunicadores y tertulianos que parecen hablar siempre sin reflexión alguna. Ante tanta gente llena del vicio de la locuacidad me encuentro más a gusto en el silencio, y una forma de evitar propasarse o descomedirse con la traidora verborrea quizá sea la brevedad y selección de la escritura: menos perder el tiempo con la oratoria y más ponderar la escritura.

Javier Fatás Cebollada. Zaragoza

Archivado En