Tribuna

Cultura y reconstrucción poscovid-19

Junto a la economía verde y la digitalización, la industria de contenidos creativos se presenta como uno de los vectores del plan de recuperación para Europa por su capacidad de crecimiento y de innovación

Eulogia Merle

España tiene la oportunidad de convertir la cultura en uno de sus vectores de crecimiento para después de la pandemia y definir a través de ella su relato de reconstrucción de imagen-país. Siempre estuvo ahí esa posibilidad. Sin embargo, las circunstancias históricas y la consolidación del modelo de desarrollo franquista a partir de los años sesenta dificultaron la capacidad para que la cultura aumentara el peso que tiene en el PIB nacional.

La crisis en 2008, y ahora la pandemia, han desbaratado el relato de crecimiento de la dictadura basado en la industria automovilística, la constru...

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España tiene la oportunidad de convertir la cultura en uno de sus vectores de crecimiento para después de la pandemia y definir a través de ella su relato de reconstrucción de imagen-país. Siempre estuvo ahí esa posibilidad. Sin embargo, las circunstancias históricas y la consolidación del modelo de desarrollo franquista a partir de los años sesenta dificultaron la capacidad para que la cultura aumentara el peso que tiene en el PIB nacional.

La crisis en 2008, y ahora la pandemia, han desbaratado el relato de crecimiento de la dictadura basado en la industria automovilística, la construcción y el turismo. Un relato que ahogaba la potencialidad de la cultura al ocupar un papel secundario, vinculada al turismo y los servicios, con una imagen simplista de nuestro patrimonio simbólico y una sectorialización clientelar del apoyo a la cultura. Algo que lastró su dinamismo productivo y favoreció su precariedad.

La Transición perpetuó el modelo. Se democratizaron los actores públicos, aunque se mantuvo dependiente de la política y de los vaivenes partidistas y presupuestarios. Con todo, estos factores no impidieron que se creara un ecosistema de industrias culturales, pero siempre agónico y con déficits estructurales de precariedad y dependencia pública. Esto hizo que las mejoras actuaran de manera parcheada y que siempre quedara pendiente, Gobierno tras Gobierno, una reformulación definitiva de su diseño.

Esta tarea se abordó tras la crisis de 2008. Un empeño que trascendió la divisoria partidista, pero que no pudo materializarse por la intensidad financiera y presupuestaria de la crisis, así como por una falta de continuidad estratégica, a pesar de la sintonía que existió entre sus protagonistas políticos.

Todas estas circunstancias impidieron hasta ahora la potencialidad de crecimiento de la cultura. Y lo han hecho a pesar de que es el activo más importante que tenemos como país. Algo que es mérito exclusiva de ella o, mejor dicho, del talento excepcional de nuestros creadores, de una herencia patrimonial extraordinaria y de una lengua global que compartimos con América Latina y que compite de tú a tú con el inglés.

Hoy, por primera vez en la historia reciente de nuestro país, podemos cambiar este estado de cosas. Se lo debemos, por desgracia, a la pandemia, pero debemos ser capaces de trascender este motivo y ver una oportunidad cuyo éxito depende solo de nosotros. La covid-19 ha modificado, por fin, el modelo económico de la dictadura. Esto nos obliga a identificar vectores de crecimiento alternativos, sostenibles y basados en ventajas competitivas reales. Por eso, todos los que estamos comprometidos con la cultura de nuestro país debemos empujar en la dirección de apoyar al Gobierno en convencer al conjunto de la sociedad de que la cultura ha de ser el pilar de nuestra reconstrucción económica.

Para lograrlo hay que aprovechar la coyuntura favorable que brinda el debate del Marco Financiero Plurianual 2021-2027, así como el plan de recuperación para Europa que aúna el potencial presupuestario de la Unión. El propósito de ambos es volcar las energías europeas sobre los vectores de crecimiento que ayuden a restañar el impacto de la pandemia. Y la cultura ha de ser uno de ellos junto a la economía verde y la digitalización o, en su caso, asociada a ellos. Tendría que serlo por sí misma, al ser uno de los activos de la economía del conocimiento a través de las industrias de contenidos. Pero, también, porque contribuye a que la sostenibilidad y la tecnología saquen toda su potencialidad. No en balde, el capital simbólico que aporta la cultura refuerza el valor de la sostenibilidad y hace que la revolución digital se piense desde políticas que estén centradas al servicio de la humanidad.

Es aquí donde España debe reclamar que la cultura sea uno de los vectores del plan de recuperación para Europa. De este modo, podríamos ver cómo la cultura en español encuentra la cobertura financiera que favorezca su activación como sector de crecimiento y escale puntos en el PIB. Algo, por cierto, que la pandemia ha evidenciado doblemente. Primero, porque la experiencia de la covid-19 ha demostrado que la cultura es un bien de primera necesidad al ayudarnos a sobrellevar emocionalmente el impasse trágico del confinamiento. Una circunstancia que el horizonte de incertidumbres que se dibuja en el futuro hará que siga siendo un instrumento de emancipación crítica frente a una realidad hostil que tendremos que seguir transitando. Y segundo, porque ha confirmado, también, que es un negocio extraordinariamente rentable alrededor del consumo de contenidos y la generación de datos que provocan el desarrollo de una economía de conocimiento basada en un ecosistema profesional de clases creativas e industrias culturales maduro. Especialmente debido a su adaptación en los últimos años a una demanda online y a un trabajo en remoto que convierten la cultura en nuestro país en un ecosistema innovador, provisto de habilidades digitales y con modelos de negocio rodados y que les capacita para dar el salto de crecimiento que ahora es posible.

Y por último, a este sumatorio de circunstancias, hay que añadir dos datos más. El primero es la existencia en nuestro país de unas infraestructuras tecnológicas que solo superan Corea del Sur, Japón y Finlandia. Una ventaja competitiva adicional demostrada durante el confinamiento y que habla del acierto de nuestro país al invertir en ellas a lo largo de la última década. Y el segundo, que disponemos de un tejido de instituciones culturales de prestigio a escala mundial que sirven de soporte de una política cultural para el siglo XXI. Para ello es necesario repensar reticularmente su trabajo y crear una malla nodal que, coordinada por el Estado y en colaboración con las comunidades autónomas, transforme El Prado, el Reina Sofía, la Biblioteca Nacional, el Teatro Real, el Liceu, el MNAC, el MACBA o el Instituto Cervantes en clusters de innovación y laboratorios de experiencias creativas que contribuyan a repensar el material simbólico de la nueva cultura en digital que se insinúa más allá de los contenidos.

Un proyecto de urgencia que la cultura en español necesita si quiere convertirse en un actor global que engarce Europa y América Latina. Algo que exigiría de España que decida ser dos cosas a la vez: la esquina norte, europea y mediterránea de Iberoamérica y la esquina sur, latinoamericana y atlántica de Europa.

José María Lassalle fue secretario de Estado de Cultura entre 2011 y 2016 y de Agenda Digital entre 2016 y 2018.

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