Columna

Reyes y amos

Lo ocurrido en las residencias no es consecuencia de la política, sino de la cultura. Una cultura tan engrasada ideológicamente como averiada socialmente

Dos trabajadoras asisten a un residente en la residencia de ancianos Monte Hermoso, este miércoles, en Madrid.FERNANDO VILLAR (EFE)

En La singularidad francesa, Guy Sorman relata un encuentro suyo en Downing Street con Margaret Thatcher en 1983. Thatcher le preguntó qué iba a hacer la derecha francesa para recuperar el poder y Sorman respondió: “Desnacionalizar”. “Pésimo término”, dijo Thatcher. “Negativo, reaccionario. Hay que ser positivo y progresista. Nosotros decimos privatización, un término que moviliza a la opinión pública a nuestro favor”. En 1986 Jacques Chirac inventó el Ministerio de Privatizaciones, cuyo mando encargó a un funcionario del Estado, claro.

Guy Sorman es un tipo peculiar, no tanto co...

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En La singularidad francesa, Guy Sorman relata un encuentro suyo en Downing Street con Margaret Thatcher en 1983. Thatcher le preguntó qué iba a hacer la derecha francesa para recuperar el poder y Sorman respondió: “Desnacionalizar”. “Pésimo término”, dijo Thatcher. “Negativo, reaccionario. Hay que ser positivo y progresista. Nosotros decimos privatización, un término que moviliza a la opinión pública a nuestro favor”. En 1986 Jacques Chirac inventó el Ministerio de Privatizaciones, cuyo mando encargó a un funcionario del Estado, claro.

Guy Sorman es un tipo peculiar, no tanto como lo era Margaret Thatcher pero peculiar. Y listísimo, seguro que no tanto como Thatcher, pero muy listo. Ahora está terminando un libro titulado Diccionario de estupideces en el que va a tratar de recopilar todas las ideas que él considera equivocadas, dijo en La Nación, para contradecirlas, algo que ya hizo Ambrose Bierse en el Diccionario del Diablo, pero dejando caer que eran ideas equivocadas sin confirmarlo del todo, que es la mejor manera de conducirse por la vida: piano, piano.

Las palabras tienen tantas vidas como la política. A principios de los ochenta, en muchos países el liberalismo era un proyecto tan revolucionario que todavía estaba enredado en el lenguaje. Hasta que Thatcher dijo que las cosas no se “desnacionalizaban”, pues al fin y al cabo era quitárselas al pueblo, sino que se “privatizaban”, que era dárselas solo a aquel pueblo que las podía hacer funcionar mejor y sacar más partido. Que ese pueblo resultase ser amigo, compañero de pupitre o simpatizante del partido en el poder, en España PSOE y PP, se dio por hecho. Que se enriqueciese se asumió con naturalidad. Que las cosas no funcionasen todo lo bien que debían, o directamente no funcionasen, se llevó con resignación. Al fin y al cabo aquello era un hat trick, tanto daba cómo se hubiese hecho.

Esto no explica totalmente la gestión de las residencias de la Comunidad de Madrid, porque la Comunidad tampoco se explica por los pocos meses de Isabel Díaz Ayuso, ni siquiera por la intervención del PP a lo largo de las décadas. Lo que ha ocurrido con las residencias no es consecuencia de la política, sino de la cultura. Una cultura tan engrasada ideológicamente como averiada socialmente, pero cultura al fin y al cabo; algo tan difícil de desincrustar que se tardarán generaciones. Pero sí puede explicar al detalle la conocida como Operación Bicho, el plan que la Comunidad elaboró para salvar las residencias poniéndolo en manos de una profesional inexperta, hija del impulsor de la privatización de la sanidad madrileña.

Cuando ella le dice a los empleados de una empresa de ambulancias que van a ser los “reyes y los amos” de la gestión sociosanitaria de Madrid, y que su sueño (“tener mi propia empresa”) está a punto de cumplirse, describe la última consecuencia de un proceso que empieza por poner el derecho más básico y universal, el de la sanidad, en manos de gente que tiene sueños. ¿Quién no soñó durante el confinamiento en tener su propia empresa gracias a la pandemia? No hay nada en el mundo de la privatización madrileña que ese sueño no pueda explicar.

Una característica de la epidemia fue mudar el sujeto a “nosotros” a causa de un objetivo tan obvio como el de la supervivencia. La enfermedad tuvo de esta manera una consecuencia social mejor que muchas de sus soluciones, depositadas directamente en el “yo”, casi siempre el más estrepitoso.

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