Columna

Con racismo no hay democracia

En la lucha contra Bolsonaro, los negros brasileños mandan un mensaje a la clase media progresista blanca

Imagen utilizada en el manifiesto, con negro sobre blanco en la bandera brasileña.

Desde que Jair Bolsonaro decidió anticipar el fin del mundo, la mayoría de los brasileños solo tienen una certeza: mañana será peor. Es una profecía inequívoca. El antipresidente es creativo inventando horrores. Como cuando envió a sus seguidores a invadir hospitales abarrotados empuñando sus móviles para grabar a los enfermos y demostrar que no hay tantos casos de “gripecita” como dicen.

Sin embargo, ni toda la truculencia de Bolsonaro y su grupo ha sido capaz de aplastar la potencia emergente de dos movimientos que, desde hace unos años, exigen más poder: el de los negros y el de las...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Desde que Jair Bolsonaro decidió anticipar el fin del mundo, la mayoría de los brasileños solo tienen una certeza: mañana será peor. Es una profecía inequívoca. El antipresidente es creativo inventando horrores. Como cuando envió a sus seguidores a invadir hospitales abarrotados empuñando sus móviles para grabar a los enfermos y demostrar que no hay tantos casos de “gripecita” como dicen.

Sin embargo, ni toda la truculencia de Bolsonaro y su grupo ha sido capaz de aplastar la potencia emergente de dos movimientos que, desde hace unos años, exigen más poder: el de los negros y el de las mujeres.

El domingo pasado Brasil desayunó con un anuncio de página entera en los dos principales periódicos: “Mientras haya racismo, no habrá democracia”. Abajo, la Coalición Negra por Derechos, que reúne a 150 organizaciones, declaraba que la mayoría negra del país no aceptaría un nuevo pacto democrático sin que el fin del racismo estuviera en el centro del debate como condición innegociable.

Era un mensaje directo a la clase media progresista blanca que había articulado manifiestos suprapartidarios afirmando que la sociedad civil estaba dispuesta a defender la democracia. Sin embargo, en ningún momento citaban el racismo estructural del país como una abominación que superar. La derecha y el centro pueden unirse a la izquierda para defender la democracia amenazada por la extrema derecha de Bolsonaro, cada vez más alineada con el fascismo. Pero el tema del racismo, en un país que hasta hace poco creía que era una “democracia racial”, sigue siendo un campo minado. Y la estrategia es evitarlo para obtener frentes amplios. Al darse cuenta de que se estaba creando un nuevo pacto en el país, los movimientos negros decidieron ocupar un espacio central en los periódicos liberales para afirmar su centralidad en el debate.

La tensión racial atraviesa el campo democrático que se prepara para enfrentar a Bolsonaro. En las hinchadas y los movimientos populares, los negros son quienes han salido a la calle para protestar contra “el fascismo”. La clase media progresista, en su mayoría, ha defendido “quedarse en casa”, para no agravar una pandemia fuera de control. Los manifestantes han replicado que, como negros y pobres, nunca han podido dejar la calle para protegerse.

Los partidos han fracasado en liderar la oposición. Quienes han levantado las protestas han sido movimientos sociales y grupos espontáneos de personas. El domingo también se lanzó el levantamiento #MujeresDerribanABolsonaro. Una de las articuladoras es Ludimilla Teixeira, negra y anarquista, que en 2018 ideó la principal acción contra la candidatura de Bolsonaro, el #ÉlNo. Advirtieron en un manifiesto: ahora es “Él Cae”.

Traducción de Meritxell Almarza.

Archivado En