Cartas al director

Ya no nos callaremos

Estoy agotada. Exhausta de descubrir cada día, cada semana, cada mes un nuevo abuso policial, otra impunidad, la enésima injusticia. Este escenario se repite una y otra vez, y me desgasta emocionalmente.

Lo que le pasó a George Floyd podría haberle pasado a cualquiera de mis hermanos o a mi padre. El simple hecho de que se trate una vez más de “uno de los nuestros” (una persona racializada) me conmueve como si se tratara de mi propia familia. No puedo evitar ponerme en el lugar de esta hermana, esta madre, esta mujer que perdió trágicamente a su hermano, su padre, su marido, de m...

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Estoy agotada. Exhausta de descubrir cada día, cada semana, cada mes un nuevo abuso policial, otra impunidad, la enésima injusticia. Este escenario se repite una y otra vez, y me desgasta emocionalmente.

Lo que le pasó a George Floyd podría haberle pasado a cualquiera de mis hermanos o a mi padre. El simple hecho de que se trate una vez más de “uno de los nuestros” (una persona racializada) me conmueve como si se tratara de mi propia familia. No puedo evitar ponerme en el lugar de esta hermana, esta madre, esta mujer que perdió trágicamente a su hermano, su padre, su marido, de manera injusta y gratuita.

Por eso decidí unirme a Assa Traoré y a otras 80.000 personas en la pacífica e histórica manifestación del pasado 2 de junio en París, para pedir justicia para su hermano, Adama Traoré, y muchas otras víctimas de la violencia policial. Pude ser testigo de una verdadera efusión de solidaridad entre personas de todas las comunidades, de todas las edades, y fue tan conmovedor como aterrador porque en cualquier momento la policía podía gasearnos, y desgraciadamente eso es lo que ocurrió.

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Soy consciente de que mi realidad y la de mis hermanos no es la misma, porque, por ejemplo, yo por ahora nunca he tenido que enfrentarme a un control policial, mientras que algunos de mis hermanos sí. En efecto, al ser hombres negros tienen diez veces más posibilidades de ser controlados sin un motivo aparente que yo y 20 veces más que un hombre blanco. Así que es 20 veces más probable que mueran a manos de un oficial de policía. Y en ese caso, ¿a quién llamamos si la policía nos mata? Ser negro es, por desgracia, tener miedo de la policía cuando se supone que nos protegen.

Mi sensibilidad humana me empuja a tratar de comprender la realidad de ser un hombre negro en Francia o en cualquier otro lugar del mundo, porque por desgracia el racismo es una plaga universal.

En Francia, y aún más en España donde viví unos años, ser una persona de color es un obstáculo y se traduce en una discriminación diaria en el trabajo, en los bares, en la calle, en el transporte, en el acceso a la vivienda e incluso en las vacaciones, por citar solo algunos ejemplos. Sí, en vacaciones, porque ser negro también significa elegir estratégicamente el destino según el nivel de aceptación del color de nuestra piel. Así que no necesariamente me aventuraré a viajar a ciertos países porque mi experiencia no será pacífica ni agradable.

Ser una mujer negra también significa evitar enfadarse en situaciones en las que debería hacerlo legítimamente por temor a que se me tache sistemáticamente de agresiva. Por lo tanto, aprendes a tragarte la rabia y a no reaccionar cuando te increpan y te insultan de “negra de mierda” por reprocharle a un desconocido que no para de mirarte el escote en la calle.

Es una triste realidad que hemos interiorizado durante demasiado tiempo hasta el punto de normalizarla, pero no debería ser así. ¡Esto tiene que acabar!

¿Demasiado negra para ser francesa? No lo creo, nací en Francia de padres de origen congoleño y por lo tanto me siento tan francesa como congoleña y lo seguiré reivindicando porque estoy orgullosa de la riqueza que me proporcionan mis dos culturas y deseo un día poder transmitirlas a mis hijos sin tener que mostrarles, explicarles cómo sobrevivir en un sistema racista.

Aprendes a vivir aguantando constantemente “micro” agresiones del tipo "¡qué bien te expresas!”, “eres hermosa para ser una mujer negra”, “¡a ti te ha dado bien el sol eh!”, desconocidos que te tocan el pelo, otros que se levantan cuando te sientas junto a ellos en el metro.

Pero ya no vamos a callarnos ni a seguir inventando excusas para personas que simplemente carecen de educación básica y con demasiada frecuencia de humanidad. Es hora de despertar y tomar medidas. Nadie debería morir por el color de su piel.

Es absurdo pensar que se trata de una lucha que solo concierne a los demás, porque al final es una cuestión humana, no una cuestión racial. Hágase esta simple pregunta: “¿Aceptaré que uno de mis parientes sea tratado de esta manera, y que el culpable no sea procesado?” No lo creo. Y es por eso que estamos luchando, y debería ser la lucha de todos.

Las redes sociales y nuestros teléfonos son ahora nuestra única arma para denunciar la violencia policial. Sin embargo, quieren quitárnoslo con un proyecto de ley que prohíbe la difusión de estas imágenes que son, en definitiva, una prueba que nos protege porque demuestran quienes son los verdugos.

Aunque tengamos la sensación de que las cosas no avanzan estoy convencida de que sí lo hacen, aunque sea lentamente. Y habiendo vivido en España puedo decir que todavía hay un largo camino por recorrer porque el racismo, la crasa ignorancia y el privilegio de los blancos está aún más latente allí. Pero todavía tengo esperanza.

Si escuchar hablar de racismo os cansa, pues imaginaos experimentarlo y vivirlo a diario...

Esa carta no es una queja sino simplemente una llamada a la concienciación.

Conciencia de lo que sucede a vuestro alrededor, más allá de vuestra realidad, conciencia de que el privilegio de los blancos y el racismo existen y tienen que terminar.

Marie-Louise Upelele, París (Francia).

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