Columna

Regreso

Me parece un acto de justicia conocer la vida concreta, específica, de aquellas comunidades asesinadas

Detención de familias judías por los nazis en el gueto de Varsovia.uig / getty images

Estamos tan usados a oír y leer sobre la destrucción de los judíos europeos en el siglo XX que a veces puede parecer un fenómeno natural como las plagas, los terremotos o los huracanes. Sin embargo, lo que se arrasó no era una “raza” como decían los nazis, ni una “identidad” como creían los nacionalistas, ni una “etnia” como se les calificaba en los libros de texto, sino millones de personas de carne y hueso que llevaban unas vidas repletas de inocentes gozos, miserias, alegrías, costumbres, rutinas, trabajos, desdichas, melancolías, canciones o banquetes que se perdieron para siempre. Lo que ...

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Estamos tan usados a oír y leer sobre la destrucción de los judíos europeos en el siglo XX que a veces puede parecer un fenómeno natural como las plagas, los terremotos o los huracanes. Sin embargo, lo que se arrasó no era una “raza” como decían los nazis, ni una “identidad” como creían los nacionalistas, ni una “etnia” como se les calificaba en los libros de texto, sino millones de personas de carne y hueso que llevaban unas vidas repletas de inocentes gozos, miserias, alegrías, costumbres, rutinas, trabajos, desdichas, melancolías, canciones o banquetes que se perdieron para siempre. Lo que se destruyó fue una riquísima cultura que había fructificado, sobre todo en Europa oriental, y que fue aplastada no sólo por los alemanes, sino por todos los pueblos de la zona, croatas, ucranios, polacos, húngaros y así sucesivamente.

Me parece un acto de justicia conocer la vida concreta, específica, de aquellas comunidades asesinadas. Tratar de renovar en la imaginación sus días de trabajo, de celebración, de ocio o de ceremonia. Acaba de publicarse un documento extraordinario: De un mundo que ya no está (Acantilado), emotivos recuerdos de Israel Yehoshua Singer, escritos con una fascinadora ternura y soberbiamente traducidos. Cuenta lo que aman, comen y visten, si se pelean, se casan o divorcian, a qué juegan los niños, en qué se afanan sus padres, cómo son las mujeres, cuáles sus creencias y supersticiones, cómo valoran el dinero, la honra, la jerarquía. Es como vivir en aquel pueblecito polaco, el shtetl de Lentshin, un diminuto enclave de intensa alegría y dolor, a comienzos del siglo XX. Aunque la hayamos oído y leído mil veces, el lector se espanta por la muerte infame que les acecha, pero aquí, ahora, siguen vivos.

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