Editorial

Mal estilo y ventajismo

Boris Johnson amenaza con imponer aranceles antieuropeos y obstaculizar la inmigración de la UE

El primer ministro británico, Boris Johnson.Frank Augstein (AP)

La revelación de que Dominic Cummings, el asesor áulico de Boris Johnson sobre todo para las cuestiones del Brexit, rompió el confinamiento obligatorio para los infectados por el coronavirus viajando a Durham —como confirmó la policía— constituye una anécdota, pero muy significativa, del estilo que impregna al equipo negociador del futuro tratado bilateral entre el Reino Unido y la Unión Europea. Su desplante a los periodistas —“¿a quién le importa si no parece correcto?”, les respondió— lo ratifica. Ocurre esto tras una abigarrada serie de actitudes agresivas con la UE a cargo del Gobierno de...

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La revelación de que Dominic Cummings, el asesor áulico de Boris Johnson sobre todo para las cuestiones del Brexit, rompió el confinamiento obligatorio para los infectados por el coronavirus viajando a Durham —como confirmó la policía— constituye una anécdota, pero muy significativa, del estilo que impregna al equipo negociador del futuro tratado bilateral entre el Reino Unido y la Unión Europea. Su desplante a los periodistas —“¿a quién le importa si no parece correcto?”, les respondió— lo ratifica. Ocurre esto tras una abigarrada serie de actitudes agresivas con la UE a cargo del Gobierno de Johnson. En efecto, en poco más de una semana ha aireado denuncias, sin pruebas, contra países europeos por no proteger los derechos de sus súbditos en ellos residentes. Ha lanzado una poco diplomática diatriba pública contra las posiciones del negociador europeo, Michel Barnier. Ha amenazado con imponer —de no mediar acuerdo— aranceles antieuropeos, en la estela de Donald Trump: contra sectores especialmente sensibles, como la automoción y la hortofruticultura mediterránea, y de aplicación mucho más amplia que la que tenía prevista.

También ha presentado y aprobado en los Comunes una ley que obstaculiza la futura inmigración europea, incluida la de los esforzados profesionales sanitarios, si bien tras el escándalo político y popular se ha resignado a anunciar que rebobinaba en este aspecto concreto. Propone por escrito rebajar la intensidad de los controles aduaneros —pactados con la UE en el acuerdo de retirada— sobre las mercancías británicas llegadas a Irlanda del Norte. Y ha publicado finalmente sus documentos negociadores, como se comprometió en la última ronda, pero mucho después de que lo hiciera la otra parte. Estamos así ante un Gobierno que se pretende liberal, pero enarbola amenazas proteccionistas. Que hace alarde de compasión conservadora y se ceba contra los más desprotegidos, los inmigrantes. Que se vanagloria de transparencia y es renuente a airear sus propios textos. Que asegura desear un buen acuerdo y hace lo imposible por frustrarlo.

Al menos algunos de sus documentos ya publicados dejan claros sus propósitos inamistosos. Se cerrará a todo pacto serio en cuestiones de impuestos (contra lo que propugna Bruselas, mantener al menos el estatus actual) a fin de “no constreñir de ninguna manera” su “soberanía fiscal”: prefigura así una competencia fiscal desleal. Y pretende someter a los pescadores continentales en sus aguas a asfixiantes e inseguras renegociaciones anuales (frente a los marcos plurianuales vigentes, con posibles ajustes urgentes, también con Noruega), mientras su exportación de pescado sería “cubierta” por el libre comercio general con la Unión. Es lo que suele contener el mal estilo: ventajismo.

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