Tribuna

Cacerolos y cabezabolos

Estos actos políticos son armas de crispación masiva y responden a un solo propósito: calentar al electorado

Varios ciudadanos protestan en la calle Núñez de Balboa de Madrid.INMA FLORES (EL PAIS)

Las últimas semanas compruebo con decepción que cuanto mejor va la curva de la covid-19, más lamentable es la respuesta de los partidos políticos a la crisis. Porque a estas alturas, todos los grandes, cada uno a su manera, han decidido evidenciar que su aportación al mayor reto que ha conocido nuestro país en la historia reciente va a ser cortoplacista, irresponsable y dirigida en exclusiva a un posible rédito político personal o de partido. Tres han sido para mí las imágenes que simbolizan este vodevil político. Cada una de un partido diferente, pero respondiendo a los mismos intereses espur...

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Las últimas semanas compruebo con decepción que cuanto mejor va la curva de la covid-19, más lamentable es la respuesta de los partidos políticos a la crisis. Porque a estas alturas, todos los grandes, cada uno a su manera, han decidido evidenciar que su aportación al mayor reto que ha conocido nuestro país en la historia reciente va a ser cortoplacista, irresponsable y dirigida en exclusiva a un posible rédito político personal o de partido. Tres han sido para mí las imágenes que simbolizan este vodevil político. Cada una de un partido diferente, pero respondiendo a los mismos intereses espurios.

La primera es la de “los cacerolos" del barrio de Salamanca. Decenas de ciudadanos del Madrid rico apiñados y envueltos en banderas de España en una calle estrecha, Núñez de Balboa, con el virus corriendo por Madrid, la ciudad bajo extraordinarias medidas de seguridad y el país en estado de alarma. Vox es el partido que pretende sacar rédito político de este primer símbolo. “Los cacerolos” son su nueva esperanza blanca, ya que Vox aspira a que la indignación de los ricos sea a su partido lo que el 15-M fue a Podemos. Si los indignados cacerolos generan crispación, mejor. Si crece la tensión, mejor. No hay rédito político en la solidaridad y menos aún en la responsabilidad. Hay que gritar libertad, coger el dinero y largarse a la casita de la playa cuanto antes.

La segunda imagen, quizás la primera en lo que a fascinación personal se refiere, es la de Díaz Ayuso posando como la Dolorosa de España en la portada del periódico El Mundo para protestar sobre la primera negativa del Gobierno a que Madrid pasara a Fase 1. En la imagen, pudimos ver a la presidenta de la Comunidad con gesto agónico, manos entrelazadas, vestida de luto y teñida por una tenebrista aura barroca. El objetivo aquí era convertirse en mártir, viuda de España, símbolo de la tragedia y abanderada católica del dolor. El martirio tendrá mejores réditos que la mera indignación, debió pensar Ayuso desde la tranquilidad de su Royal Suite. Esa que Kike Sarasola le ha dejado a precio de saldo para su encierro de viuda Deluxe. Si tratar de capitalizar en votos el dolor puede crispar, mejor. Si crece la tensión contra el Gobierno, mejor. La cohesión ante la crisis no sumará nada a su carrera personal.

La tercera imagen, el tercer símbolo, ha sido el anuncio del pacto entre PSOE, Podemos y EH Bildu para derogar la reforma laboral un día después de que el Gobierno pactara con Ciudadanos la quinta prórroga del estado de alarma. Como la gente está asustada ante un desplome económico que da miedo, lo que más rédito político producirá es la vuelta a los 45 días por año trabajado en caso de despido, han debido calcular. Si esta reforma unilateral crispa a sindicatos y patronales, que no han sido consultados, da igual. Si además es inviable y hay que rectificarla inmediatamente, no importa. Si EH Bildu es la cerilla que faltaba en el polvorín, qué más da. El Gobierno ha debido de pensar que también se merece su propio equipo de indignados, los futuros despedidos en este caso. Los que ya saben que pagarán el pato de esta crisis mientras ven a los ricos “cacerolos” gritar libertad desde sus casas de doscientos metros cuadrados.

Las tres noticias —y sus respectivas imágenes— podrían haber sido portada de El Mundo Today como ejemplos de un nuevo liderazgo, el de los (y las) cabezabolos de la covid. Pero qué va. Todas estas noticias van absolutamente en serio. Y las tres tienen una cosa en común: no sirven para nada. Y los políticos que las aúpan lo saben. Las caceroladas no cambiarán nada. Vox sabe que los ricos estarán en la playa a su debido tiempo. Igual que la Dolorosa sabe que no pasará a Fase 1 por convertirse en drama queen atormentada. Y el Gobierno sabe que no va a derogar la reforma laboral de manera integral. Pero, si estos actos políticos no sirven para lo que supuestamente persiguen, entonces ¿para qué valen? Son armas de crispación masiva y responden a un solo propósito: calentar al electorado.

El problema es que en este momento la cohesión no es una opción. No somos electores entretenidos con el juego político de cada día. Somos ciudadanos preocupados, enfermos, en duelo, encerrados. Somos el electorado más triste al que jamás se han dirigido. Esta vez no se trata de ganar votos sino de ganar un país. La amenaza es importante y no se puede seguir actuando a golpe de estrategia política televisiva o tuitera. Los muertos por los que llora la Dolorosa han sido enterrados de verdad. Los despidos con los que está jugando el supuesto pacto del Gobierno los padecerán familias de verdad. Y los cacerolos del barrio de Salamanca debieran saber que comparten país con personas pobres que ahora son más pobres que nunca en el pasado. Porque esta vez no tienen espacio público con que mitigar la desigualdad que padecen. Así que los cacerolos claman por su libertad de club náutico ante familias con niños que por no tener no tienen ni colegio al que ir. La covid-19 no podemos evitarla, la partitocracia barriobajera, sí. Si los partidos no están a la altura de los ciudadanos, sólo queda una salida: estemos nosotros por encima de ellos.

Nuria Labari es periodista y escritora.

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