El falso encierro
La verdad del encierro revela el hartazgo y la dolorosa definición de la palabra distanciamiento
Supongo que lo saben las parejas: convivir y compartir todas las horas de un día son en realidad el falso encierro, pues ambos, cada quién en cada cuál vive su soledad acompañada. Al parecer, lo opuesto no se cumple, simplemente por falso: quien no está físicamente contigo no está aunque parezca lo contrario, a pesar de la presencia proyectada en la pantalla y el silencio que se extiende.
Dicho lo anterior, uno cree que debió haberse citado el último viernes de marzo en el mundo abierto. Citarse en el Museo del Prado y quedarse encerrados tres meses sin custodios o haberse visto en el l...
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Supongo que lo saben las parejas: convivir y compartir todas las horas de un día son en realidad el falso encierro, pues ambos, cada quién en cada cuál vive su soledad acompañada. Al parecer, lo opuesto no se cumple, simplemente por falso: quien no está físicamente contigo no está aunque parezca lo contrario, a pesar de la presencia proyectada en la pantalla y el silencio que se extiende.
Dicho lo anterior, uno cree que debió haberse citado el último viernes de marzo en el mundo abierto. Citarse en el Museo del Prado y quedarse encerrados tres meses sin custodios o haberse visto en el lobby del Hotel Palace y navegar los meses de la pandemia en el escalofriante room service de los fantasmas, espectros de huéspedes de tiempos pasados y bailes en el vacío. Quizá también se pudo haber acordado un viaje en crucero, no en la majadería de los Concordia contemporáneos, sino en trasatlánticos de humo y niebla, con traje de etiqueta y músicos en cubierta y llegar a un puerto donde se transborda a un inmenso avión de ocho hélices que tiene más espacio para pasajeros que el de la cancha reglamentaria para baloncesto y volar en una cama inmensa habiendo fijado la cita sin saber en realidad que la cuarentena habría de mantenerlos inevitablemente unidos en un falso encierro de ensueño, inventando las horas al sol en el diminuto espacio del salón y fingiendo que hay una piscina olímpica en el baño de todos los días y que el comedor solo se reserva para las cenas de lujo, con velas y vestidos para la ocasión, en cuanto llega la comida para llevar que es traer a cuento la sobremesa inevitable, las miradas y la noche.
El falso encierro de haber quedado y obligarnos a respetar el confinamiento juntos, en fila imaginaria para la película de la tarde y luego, la función de madrugada y suponer que las palomitas son de mantequilla… Encierro falso de conversaciones abiertas y de que parece que no pasa el tiempo, hasta que una de las dos partes, uno o el Otro, se hartan del acuerdo y distinguen la otra función del tapabocas con el que se callan mutuamente y se impiden los besos de veras, pues quizá la verdad del encierro revela el hartazgo y la dolorosa definición de la palabra separación o distanciamiento, quizá lo único que en realidad los une.