Editorial

Ayuso en su laberinto

Lo que parecía sencillo ha terminado por convertirse en un vodevil en el que se revela lo que parece un regalo indebido, proyectos personales de la presidenta y unos contratos que aparecen y desaparecen

Isabel Díaz Ayuso, en una videoconferencia desde el apartotel en que se hospeda, el pasado 27 de marzo.

El laberinto en el que se ha precipitado la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, por la utilización de dos apartamentos que, con un precio especial, le habría facilitado un empresario hotelero en el centro de la ciudad ha venido a mostrar que el Partido Popular no resiste casi nunca la tentación de anteponer el ventajismo a la claridad. Desde el inicio de la crisis sanitaria, la fuerza principal de la oposición ha querido convertir Madrid en un modelo de gestión desde el que cuestionar las iniciativas del Gobierno. Díaz Ayuso ha desplegado, en ese sentido, una enorme activi...

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El laberinto en el que se ha precipitado la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, por la utilización de dos apartamentos que, con un precio especial, le habría facilitado un empresario hotelero en el centro de la ciudad ha venido a mostrar que el Partido Popular no resiste casi nunca la tentación de anteponer el ventajismo a la claridad. Desde el inicio de la crisis sanitaria, la fuerza principal de la oposición ha querido convertir Madrid en un modelo de gestión desde el que cuestionar las iniciativas del Gobierno. Díaz Ayuso ha desplegado, en ese sentido, una enorme actividad propagandística orientada a transmitir el mensaje de que las cosas pueden hacerse mejor y ha contribuido así a polarizar la gestión de una crisis que, antes que nada, necesitaría de acuerdos y de políticas pactadas. Y no de la delealtad institucional que supone animar a manifestaciones de protesta en la calle en mitad de un estado de alarma sanitaria.

Desde que Díaz Ayuso supo que estaba contagiada del coronavirus y que debía mantenerse aislada, era lógico que la Comunidad de Madrid le facilitara un lugar idóneo para seguir cumpliendo con sus obligaciones. Tenía también sentido que el sitio elegido estuviera a la altura del cargo que ejerce, que fuera adecuado para realizar tareas protocolarias y que dispusiera de facilidades para cumplir con sus responsabilidades. El problema es que el PP no podía hacer con naturalidad aquello que afea con demagogia a los demás: el uso por parte de autoridades públicas de condiciones propias del cargo.

Lo que parecía sencillo ha terminado por convertirse en un vodevil en el que se revela lo que parece un regalo indebido, proyectos personales de la presidenta y unos contratos que aparecen y desaparecen como en una comedia de enredo. Y, como marca de la casa, el afán del PP por aparecer como el ejemplo de gestión pública que no es y por transformar un episodio lleno de opacidades en un gesto garboso: la propia presidenta es la que, dice, pagará de su bolsillo unas facturas que, como los contratos, no es capaz de presentar. No hacía ninguna falta.

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