Editorial

Proceso contra El Asad

El juicio de Coblenza y su documentación probatoria alientan la esperanza de una futura acción de la justicia internacional contra el régimen sirio

Protesta en Salónica (Grecia) contra los crímenes del régimen de El Asad, en diciembre de 2016.SAKIS MITROLIDIS (AFP)

El juicio por crímenes contra la humanidad iniciado en Coblenza a finales de abril contra dos mandos militares del régimen de Bachar el Asad trasciende el caso de las torturas denunciadas por un refugiado sirio que tropezó casualmente en 2014 con uno de sus torturadores en un centro de acogida en Berlín. Incluso trasciende la imputación concreta a los dos implicados directamente por el asesinato de 58 personas y de torturas sobre 4.000 detenidos que ha podido acreditar la Fiscalía alemana.

La justicia de Alemania, el país que más refugiados sirios ha acogido e integrado desde 2015, se e...

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El juicio por crímenes contra la humanidad iniciado en Coblenza a finales de abril contra dos mandos militares del régimen de Bachar el Asad trasciende el caso de las torturas denunciadas por un refugiado sirio que tropezó casualmente en 2014 con uno de sus torturadores en un centro de acogida en Berlín. Incluso trasciende la imputación concreta a los dos implicados directamente por el asesinato de 58 personas y de torturas sobre 4.000 detenidos que ha podido acreditar la Fiscalía alemana.

La justicia de Alemania, el país que más refugiados sirios ha acogido e integrado desde 2015, se encuentra ahora con la oportunidad de iniciar un proceso que se dirija directamente contra el régimen de El Asad. No es una tarea sencilla y la prueba es la duración de dos años que se prevé para esta causa. Los dos acusados cometieron los crímenes justo cuando empezaba la brutal represión del régimen sirio contra los manifestantes que aspiraban a un régimen de libertades, en plena revuelta árabe de 2011, unas protestas que en el caso de Siria terminaría convirtiéndose en una guerra civil, con un balance trágico de 400.000 muertos y 11 millones de desplazados y refugiados. No fueron por tanto crímenes aislados ni estrictamente individuales, sino parte del engranaje represivo de una dictadura criminal cuyo funcionamiento merece ser conocido públicamente al detalle y condenado de forma ejemplar.

Desde entonces, todos los intentos por parte de las instituciones internacionales de evitar, refrenar o al menos condenar la masacre a la que El Asad ha sometido a sus conciudadanos han sido en balde. Gracias a la impunidad obtenida por el veto de Rusia y China en el Consejo de Seguridad y por el creciente desentendimiento de Estados Unidos de los asuntos de la región, el régimen sirio está alcanzando la gratificación a su crueldad con el pleno control territorial y la reapertura de relaciones diplomáticas con buen número de países.

El juicio de Coblenza y su abundante documentación probatoria alientan la esperanza de una futura acción de la justicia internacional específica contra El Asad y su régimen. A falta de un tribunal especial para Siria y de una acción de la Corte Penal Internacional, que requerirían el ahora imposible consenso del Consejo de Seguridad, ha sido Alemania la que ha recogido el testigo imprescindible de la justicia universal, fundamentada en el principio de que ningún delito contra la humanidad debe quedar sin castigo, con independencia del lugar donde se cometa y de la nacionalidad de quienes lo cometan. Los juicios de Núremberg contra el nazismo son el ya remoto antecedente en 1946 de este principio que ahora ha correspondido salvar y defender precisamente a la justicia alemana.

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