El voto de castigo a Morena o algo de fierro viejo que venda
Los resultados de las elecciones en Ciudad de México hablan de una urbe diversa que espera más que una polarización simplista de parte de sus políticos
Un mapa de Ciudad de México partido por la mitad y pintado en dos colores no habla lo suficiente sobre la naturaleza política de las 8,8 millones de personas que aquí vivimos. El gráfico ha inundado los diarios y las redes sociales este lunes tras conocerse los resultados de las elecciones y definirse una épica: Morena, el partido del presidente, Andrés Manuel López Obrador, perdió el control de la capital de México a manos de la coalición PRI-PAN-PRD, con candidatos, en ...
Un mapa de Ciudad de México partido por la mitad y pintado en dos colores no habla lo suficiente sobre la naturaleza política de las 8,8 millones de personas que aquí vivimos. El gráfico ha inundado los diarios y las redes sociales este lunes tras conocerse los resultados de las elecciones y definirse una épica: Morena, el partido del presidente, Andrés Manuel López Obrador, perdió el control de la capital de México a manos de la coalición PRI-PAN-PRD, con candidatos, en buena parte, salidos de la formación conservadora Acción Nacional. El debate que intenta explicar tal historia se ha encendido y se concentra en heridas sociales como el clasismo, el complot y la venganza. Deja fuera la esencia progresista de una urbe que ha sido gobernada por partidos de izquierda desde hace 25 años.
¿Cómo fue que la ciudad pionera de México –la del metrobús, la ecobici, la interrupción legal del embarazo y el matrimonio igualitario– decidió un 6 de junio que Morena dejase de gobernar en la mitad de su territorio? La jornada del domingo ha puesto en evidencia que no existe en este momento un partido o movimiento político que comprenda a sus habitantes y menos que les represente. Morena, abanderada como izquierda, fue dejando de lado el sentido común por el que el progresismo apuesta en la capital y al que supuestamente estaba adherida la formación. Como en todas las rupturas, la de los capitalinos progresistas con el partido del presidente se dio con la suma de pequeños gestos hasta tener un punto de quiebre.
Al progresismo de la Ciudad de México no le gusta que su plaza principal amanezca un día amurallada, ni la represión policial contra las mujeres; tampoco que los servidores públicos no rindan cuentas expeditas sobre el mantenimiento del transporte cuando su negligencia le puede costar la vida a cualquiera; ni el abandono en medio de la peor crisis económica en décadas durante una pandemia; menos que sus barrios vivan olvidados durante años para que en los meses de campaña electoral su maltrato sea utilizado como una herramienta para hacer proselitismo, un brochazo a la vez; ni que los presupuestos para la salud, la ciencia y la cultura sean relegados. La capital de México, vista desde cualquiera de los 31 Estados, durante la primera mitad del siglo XXI ha sido un referente de pasos hacia el futuro. Una ciudad cosmopolita que te maltrata como te hechiza, con una diversidad donde todas las opiniones caben, con una historia fascinante, una resiliencia envidiable, y la capacidad y valentía de transformarse sin la necesidad de que ningún político se adjudique sus cambios.
Las explicaciones del giro político en Ciudad de México han comenzado en Palacio Nacional. López Obrador, habituado al discurso polarizador para sacar rédito, ha dicho una de las frases más simples y sensatas: “Se tiene que trabajar más con la gente”. Morena –como los partidos tradicionales ya lo hicieron antes– abandonó la calle y se volcó a construir una narrativa en blanco y negro. Estás conmigo o sin mí. Una sentencia en la que no caben los grises y en la que es muy difícil negociar y consensuar. “No logramos combatir el voto de odio y temor hacia nuestro movimiento promovido sobre todo en clases medias y altas”, justificó Citlalli Hernández, secretaria general de Morena. “Le fallamos a Claudia Sheinbaum y a López Obrador”, añadió la también senadora por la Ciudad de México. Su argumento, además, excluye la responsabilidad del funcionario como servidor público para los ciudadanos, sean del estrato social del que sean.
Este voto de castigo, del que habla Hernández, no tiene premio para la oposición y la mitad de los habitantes de la Ciudad de México no se convirtieron en conservadores. Los candidatos de la coalición PRI-PAN-PRD se presentaron como la única alternativa para demostrar un descontento y les funcionó. No es porque tengan las propuestas precisas para las horas que vive la capital, ni un historial político impecable, sino porque han persuadido a los votantes en el momento preciso: la ruptura del progresismo con Morena. Además, sus objetivos, hasta ahora, no han estado alineados con los intereses que dominan la urbe. La llegada de la oposición a Ciudad de México, tras más de 25 años, podría parecerse a una boda en la que los novios no se conocen: las incompatibilidades están por descubrirse.
El símbolo por excelencia del reciclaje en Ciudad de México son los camiones de fierro viejo con ruidosos altavoces que recolectan electrodomésticos y enseres domésticos en desuso para transformarlos en algo de utilidad. Cuesta trabajo creer que la política oxidada y rancia pueda transformarse en una herramienta útil para sus ciudadanos. Estos partidos podrían comenzar por evitar los errores de Morena y entender que los ciudadanos no son una masa homogénea que se puede dividir solo por clases sociales, escucharlos y comprender que la organización vecinal es una herramienta poderosa para el servicio público. Un mapa bicolor de la Ciudad de México no alcanza para explicar los matices de la vida política de esta vibrante capital. Los que gobernarán Ciudad de México durante los próximos tres años –desde cualquier esquina política– podrían hacer como los trabajadores del fierro viejo y reinventarse.
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