El asesinato del sacerdote Pantaleón, otro golpe a la Iglesia en pleno territorio del crimen
El hallazgo del cadáver del padre mexicano en Guerrero retrotrae a la matanza de los jesuitas en 2022 en Chihuahua y pone en jaque el papel de los religiosos en lugares azotados por la delincuencia organizada
Un vehículo abandonado en cualquier lado, un ramillete de heridas de bala, un cadáver cosido a tiros... Es el resumen del último asesinato en Guerrero, en el Pacífico sur mexicano, que tiene de protagonista a un sacerdote, Bertoldo Pantaleón, que había desaparecido el fin de semana. La Fiscalía de Guerrero ha anunciado el hallazgo del cuerpo este lunes y ahora todo son preguntas sobre por qué, quiénes fueron, cuándo parará la sangría de una vez por todas, en un estado donde la violencia acecha en cada esquina.
La inseguridad es cosa del país entero. Regiones al norte y al sur sufren oleadas de asesinatos, bloqueos carreteros, desapariciones de personas... La violencia golpea como en un subibaja, situación que persiste desde hace años, casi 20 ya, pese a la inercia a la baja de los delitos de alto impacto en los últimos meses. Así, no es difícil encontrar paralelismos de eventos violentos entre presente y pasado. En el caso del sacerdote Pantaleón, la obviedad de recordar ataques contra otros religiosos abruma, caso destacado, el de los sacerdotes jesuitas Javier Campos y Joaquín Mora, asesinados en Chihuahua, en 2022.
Desde hacía tiempo, Pantaleón, de 58 años, era el párroco de Mezcala, comunidad del municipio serrano de Eduardo Neri, no muy lejos de la capital, Chilpancingo, antaño epicentro de la producción de amapola en la zona, junto a los pueblos cercanos de Heliodoro Castillo o Chilapa. A pie de carretera, Mezcala era además el punto de acceso a la conflictiva zona minera de Carrizalillo, lugar donde el crimen organizado ha tenido el control durante años. Caída la economía de la amapola y la heroína, hace ahora ocho años, por el empuje de opioides como el fentanilo, la minería y otras industrias han aumentado en importancia para las mafias.
En un vídeo de homenaje a sus 25 años de sacerdocio, publicado en 2019, Pantaleón explicaba que venía de una familia humilde. Originario del municipio de Ajuchitlán, en la región de Tierra Caliente, en el noroeste del Estado, el religioso compartió crianza con 10 hermanos y entró al seminario pese a las malas caras que encontró en casa. “Al principio, la familia no estuvo de acuerdo, pero uno mismo trata de ir echándole ganas, en el proceso de formación, hasta el grado de llegar a cumplir el objetivo que uno quiere”, decía en el vídeo.
Una persona que lo conocía por su trabajo pastoral cuenta a este diario que “a todos nos ha agarrado por sorpresa [su asesinato]. Vivía en una zona complicada, y sí sabemos que había tenido problemas con alguna gente de Carrizalillo”, cuenta, sin dar más detalle. En el vídeo de 2019, Pantaleón decía que “Mezcala tiene muchas personas muy buenas, con muchos talentos, con muchas virtudes. Aunque también hay muchas personas negativas, que se oponen a las cosas de Dios”.
En el enredado contexto de las batallas criminales de Guerrero, una destaca sobre las demás, a la luz del asesinato del religioso. Se trata de la pugna que mantienen desde hace años dos grupos criminales, Tlacos y Ardillos, batalla que ha cristalizado en diferentes puntos de la región centro, en sus sierras, pero también en la misma capital, en las últimas semanas. Hace unos días, precisamente, pobladores de la sierra al sur de la ciudad bloquearon la carretera que divide Chilpancingo en dos, en protesta por la violencia que se vivía en la zona.
La semana pasada, la capital vivió días complicados. A días de que se cumpliera el primer aniversario del asesinato del alcalde, Alejandro Arcos, la ciudad sufrió jornadas de caos. Rencillas de criminales dejaron vehículos incendiados aquí y allá, además de bloqueos carreteros. Por todo eso, buena parte de las escuelas de la capital cerraron sus puertas en semanas pasadas y muchas de las líneas de transporte público que funcionan en la ciudad y entre la ciudad y las poblaciones cercanas dejaron de funcionar.
En ese caos, criminales asesinaron a dos comerciantes de pollo, reviviendo una rencilla que ha durado años, que tiene de base la extorsión perpetrada por los grupos mencionados arriba, Tlacos y Ardillos, que gravan actividades económicas lícitas, práctica arraigada en la corrupción de las autoridades y la impunidad, consecuencia del colapso de fiscalías y juzgados. La investigación por el asesinato de Arcos prueba lo anterior. La fiscalía local detuvo hace meses al que iba a ser su jefe de policía, Germán Reyes, por colaborar en el asesinato, orquestado presuntamente por Los Ardillos. Pero de momento, no hay más detenidos.
Guerrero ilustra el presente del crimen nacional: grupos delictivos que diversificaron sus actividades y envenenaron tejidos productivos funcionales. Donde antes reinaban la heroína, los cargamentos de cocaína que llegaban por la costa, al norte y al sur de Acapulco, o los cultivos de marihuana, ahora se imponen la extorsión y el control mafioso. La lógica del crimen local se replica en otras regiones como Michoacán, Tabasco o Chiapas. Los éxitos en materia de seguridad del Gobierno de Claudia Sheinbaum palidecen ante contextos como el que permitió el asesinato del religioso Pantaleón.