Los jóvenes que regresan a ser chinamperos en Xochimilco: “Mi abuelo lo hacía por necesidad, yo por gusto”
Una escuela campesina busca rescatar los saberes ancestrales de la agricultura formando a jóvenes que han decidido darle otra oportunidad al campo
Más allá de las trajineras, los mariachis y Lady Gaga con Tim Burton, hay un Xochimilco que muchos saben que existe, pero pocos conocen: el de los chinamperos. Trabajan la tierra de las islas que crearon los aztecas para cultivar en los canales y son guardianes de conocimientos que se han desvanecido con la llegada de cada generación. Ahora muchas de esas chinampas se han convertido en bares o campos de fútbol porque el turismo deja más dinero que la agricultura. Normalmente los muchachos son los primeros en mudarse o elegir otros oficios y profesiones, pero cuatro generaciones de la Escuela Campesina de la Iniciativa Agroecológica Xochimilco (IAX) hablan de un nuevo interés de los más jóvenes por retomar las costumbres del campo que sus padres habían dejado de lado.
Un día normal para un universitario de Ciudad de México suele iniciar en el transporte público para llegar a un aula o laboratorio. En esta escuela, Dante, Gonzalo y Javier empiezan el día astillando madera y removiendo el lirio acuático que no deja circular a las canoas. Se capacitan en técnicas agrícolas, restauración ecológica y en la comprensión de un oficio que ha sido relegado durante décadas. “No hay que romantizarlo”, advierten los jóvenes. “Es demandante física y emocionalmente y hay que aprender a vivir de esto”, dicen los alumnos, que tienen entre 18 y 30 años y en su mayoría tienen un trasfondo de padres o familias campesinas. “Xochimilco es un reflejo de la supervivencia en la necesidad de adaptación a la mancha urbana”, dice Joahna Hernández, de IAX, la asociación civil detrás de la escuela.
Hay más de 20.000 chinampas en Xochimilco y solo 5.000 se dedican a la agricultura. Muchas otras, más de la mitad, están abandonadas. La escuela nació con el objetivo de ayudar a la rehabilitación y de “resignificar el valor del campesino”. Por ello, entre la formación, se rescatan técnicas ancestrales como el chapín, una práctica que requiere de un arduo trabajo y que se utiliza porque el sustrato es muy nutritivo y requiere una menor inversión económica. Para graduarse los alumnos trabajan en la restauración de una chinampa y sus maestros son los propios chinamperos. Por medio de este cultivo producen betabel, rábanos, perejil, cilantro, manzanilla, lechugas y coliflor, entre otras muchas.
El panorama no es sencillo. De acuerdo con el último censo agropecuario del INEGI, solo el 1,5% de la población de la capital trabaja en el sector agropecuario, y casi la mitad de ellos no recibe remuneración. En un contexto de competencia feroz con productos industrializados, los campesinos han ido abandonando el oficio y la escuela busca revertir la tendencia. Cada uno de los 20 estudiantes de cuatro generaciones que han pasado por la escuela llegó por caminos distintos, pero los une la certeza de que el campo sigue siendo indispensable para la vida de la ciudad.
Gonzalo Contreras: “Mi abuelo lo hacía por necesidad, yo por gusto”
Con 23 años, Gonzalo Contreras se mueve entre dos mundos: la cámara y el azadón. Terminó la preparatoria y le apasiona la fotografía. Desde siempre ha vivido en Xochimilco, que suele ser el objetivo de sus fotos. Así redescubrió la tierra que su abuelo trabajaba hasta antes de morir hace siete años. “Mi familia me cuestionó mucho. Mi abuelo trabajaba en el campo por necesidad, luego todos salieron para buscar oportunidades y no entendían por qué yo quería volver. Yo lo hago por gusto”, cuenta. A Gonzalo lo inspira la idea de dignificar el oficio, y lo plasma en videos que comparte en TikTok, donde documenta la vida en la chinampa. En el futuro le gustaría emprender un proyecto que combine su pasión por la fotografía con la agricultura. Aunque algunos familiares le aconsejan buscar un empleo “más estable”, Gonzalo está convencido: “Sin campo no hay vida. Quiero transmitir eso a mi generación”.
Guadalupe Sánchez: “Desde la semilla hasta la cosecha, todo es un proceso. Y en la vida es igual”
Originaria de Xochimilco, Guadalupe Sánchez jamás había sembrado nada hasta hace seis meses. Sus abuelos eran chinamperos, pero la tradición se perdió. Hoy, a sus 24 años, ha decidido retomarla. “Mi papá está orgulloso. Dice que al menos una de sus hijas le dará continuidad a lo que ellos dejaron”, relata. Guadalupe dejó trunca la carrera de enfermería, pero asegura que la agricultura le recuerda a su antigua vocación: “Una planta es como un paciente. Si se enferma, hay que diagnosticarla, cuidarla y devolverle la vida”. Además de estudiante, Guadalupe es madre de una niña de tres años. Sueña con darle la libertad de elegir su propio camino, pero con una condición: “Quiero que conozca lo básico de las chinampas, para que sepa y conozca el valor de la comida”. En su paso por la escuela, ha aprendido que la agricultura enseña paciencia y propósito. “Desde la semilla hasta la cosecha, todo es un proceso. Y en la vida es igual, pues cada esfuerzo, por pequeño que parezca, tiene un objetivo”, comparte.
Javier Meza: “El campo requiere resiliencia”
Con 32 años, Javier Meza es el mayor, graduado de la primera promoción de la escuela. Ingeniero electromecánico de profesión, proviene de una familia campesina de San Francisco Tlalnepantla, en el Xochimilco profundo, donde por generaciones se cultivó maíz de temporal. Relata que la escasez de agua y el cambio climático obligaron a muchos en su barrio a dejar la agricultura, pero él no quiso renunciar del todo. Entró a la escuela campesina para formarse en técnicas agroecológicas, y hoy coordina el proyecto “Adopta una chinampa”, que conecta a consumidores con productores. “Muchos jóvenes ya no quieren dedicarse al campo porque lo ven como un trabajo duro y poco rentable. Pero hay un mercado creciente para lo agroecológico”, asegura. Su experiencia le ha mostrado que los consumidores empiezan a exigir calidad y salud por encima de lo barato. Para él, la agricultura enseña una lección fundamental: la resiliencia. “Cada ciclo de siembra es distinto. El clima, el agua, las plagas… siempre habrá imprevistos. La tierra te enseña a adaptarte”, .
Dante Ayala: “Falta conciencia sobre el trato a los campesinos”
A diferencia de sus compañeros, Dante Ayala no vive en Xochimilco ni tiene una familia dedicada a la agricultura. Estudia el último trimestre de Trabajo Social en la Universidad Nacional Autónoma de México y se unió a la escuela por su inquietud de explorar una realidad que no conoce. Para Ayala, de 25 años, las chinampas más que un espacio de producción, son un espacio biocultural que debería protegerse. Quiere impulsar proyectos que acerquen a más jóvenes urbanos al campo, para que valoren los productos agroecológicos y a quienes los producen. “Hay un problema de relevo generacional: muchos campesinos ya no quieren seguir, y los jóvenes no lo ven atractivo. Pero si no se valora el trabajo, ¿quién nos va a alimentar en el futuro?”, reflexiona.