Dos Aguas tardó tres años en superar los efectos de las llamas

La localidad valenciana se recuperó pronto del gran incendio que sufrió hace una década

Kike Mateu observa una parte de la ladera que se salvó del incendio en 2012. El hombre de 52 años formó parte de la brigada contra incendios durante las primeras horas.EDP

La vida de los vecinos de Dos Aguas (Valencia) cambió en una tarde calurosa de junio de 2012. Un brutal incendio originado por la negligencia de dos trabajadores en Cortes de Pallás, a 30 kilómetros de distancia, alcanzó el término municipal en 10 horas y ennegreció el blanco de las fachadas. La zona, conocida por sus montes verdes como ‘los Pirineos Valencianos’ o ‘la pequeña Suiza’, quedó completamente arrasada en días. Una década después, la panorámica del pueblo, con la torre de la iglesia como protagonista, es muy diferente...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

La vida de los vecinos de Dos Aguas (Valencia) cambió en una tarde calurosa de junio de 2012. Un brutal incendio originado por la negligencia de dos trabajadores en Cortes de Pallás, a 30 kilómetros de distancia, alcanzó el término municipal en 10 horas y ennegreció el blanco de las fachadas. La zona, conocida por sus montes verdes como ‘los Pirineos Valencianos’ o ‘la pequeña Suiza’, quedó completamente arrasada en días. Una década después, la panorámica del pueblo, con la torre de la iglesia como protagonista, es muy diferente. Nada queda de la dramática huella que dejó uno de los fuegos más destructivos del siglo, que carbonizó más de 30.000 hectáreas.

Los agricultores fueron los grandes damnificados de lo ocurrido. Los suelos afectados tardaron más de tres años en recuperar su actividad, lo que supuso que los trabajadores del campo no obtuviesen ingresos durante ese periodo. Más de 3.500 olivos tuvieron que replantarse en la zona. Lo recuerda Ricardo Ruiz, presidente de la Cooperativa de Cortes de Pallás: “Cuando se queman, necesitan ser arrancados o severamente cortados para que rebroten. Tardan en dar fruto, mínimo tres años, no es de un día para otro”.

A las afueras de Dos Aguas, se encuentra el Hostal Restaurante Lepanto, que cuenta con nueve habitaciones. Virtudes Maestro, su dueña, fue una de las personas más perjudicadas por el incendio, al perderse parte del turismo que ofrecía el término municipal. “Cuando ocurrió, todavía estábamos terminando de pagarlo. Estuvimos tres o cuatro años padeciendo lo sucedido porque la gente ya no venía a visitar el pueblo. Estaba todo muy feo. Perdimos mucho dinero”, lamenta Maestro mientras observa el verde paisaje desde una de las mesas de su negocio.

Las ayudas a los damnificados no tardaron en llegar para un pueblo que vio paralizada su economía. El alcalde de Dos Aguas, José Ramón Grau, afirma que esas ayudas llegaron en varios pagos: “Cuando cambió el gobierno regional dejamos de recibirlas, pero hablamos con ellos y enseguida volvieron a mandarlas. Todos los particulares a los que se les quemó el terreno recibieron compensación económica”. Mientras el alcalde desayuna, como cada mañana, en ‘El Hogar del Pensionista’, un bar muy concurrido situado junto al ayuntamiento, la terraza del local se va llenando de vecinos. Grau, primera autoridad del pueblo desde hace 22 años, vivió uno de los episodios más complicados de la historia de la localidad. Tanto él como los que le acompañan rememoran aquellos momentos. “Fueron días difíciles. Es que de recordarlo me entran ganas de llorar”, relata emocionado el alcalde.

Imagen de satélite de Dos Aguas semanas después del incendio y cómo está en 2022EDP

Los alrededores de Dos Aguas se convirtieron en un desierto de ceniza y solo se salvó, además de las edificaciones, una parte de la ladera más cercana a las casas. Kike Mateu, vecino de 52 años, trabajó durante 25 en la Brigada Contra Incendios de Dos Aguas. Mientras observa desde un mirador la zona que se carbonizó, recuerda emocionado aquellos días. “Fuimos los primeros en acercarnos a Cortés de Pallas y nos ubicaron justo donde se inició el incendio. En los 30 minutos que tardamos en llegar, el fuego se extendió de manera imparable. Estábamos a 40 grados y, además, soplaba aire de poniente. Pensé: ‘Esto no lo apaga nadie’. Me puse a llorar en cuanto lo vi, y eso que he visto decenas de incendios después de tantos años”, explica Mateu. Mientras, busca en su teléfono las fotos que todavía conserva del bosque carbonizado tras el incendio y de cómo fueron las labores en los siguientes meses.

El terreno no tardó en recuperarse, pero el turismo todavía sigue notando los efectos del incendio. “Todo cambió. Me da mucha pena porque antes subía mucha gente a pasar el fin de semana…y, de repente, llega un incendio y te cambia la vida. Todavía no nos hemos recuperado”, explica con tristeza la hostelera.

Los meses siguientes no fueron fáciles para unos habitantes que seguían notando el olor a quemado de los árboles, que soñaban con el rojo de las llamas y que tenían su mirada siempre puesta en el monte. Mateu explica entre risas: “Había una especie de locura permanente. Nos llamaban muy alterados porque veían humo a lo lejos. Nosotros les decíamos: ‘Pero, ¿cómo va a ser un incendio? Si no queda nada por quemar’”.

Para los dosasgüeños, la historia de su pueblo se divide en un antes y un después del incendio. Aunque ha recuperado su característico color, permanece el temor entre sus habitantes a que un nuevo fuego vuelva a carbonizar todo. “Esto está a punto de caramelo”, sentencia el exbombero entre comentarios sobre los efectos de las altas temperaturas de este verano. Los vecinos siguen diferenciando la parte de la ladera que no se quemó en el incendio y lo observan, diariamente, con la esperanza de que el naranja atardecer de la ‘Pequeña Suiza’ no se vuelva a teñir de rojo.


Archivado En