¿Cuándo se convirtió el calendario de Adviento en un objeto de consumo más y un estrés para los padres?
La cantidad de vídeos, tutoriales y listados con los que prometen ser los mejores almanaques es abrumadora. Ya sea una compra de última hora o algo cuidado y hecho a mano, al menos sirve para que los niños practiquen la espera y la paciencia.
Cada año llegan antes. Con chocolates, caramelos, juguetes, libros diminutos, material de papelería, experiencias, actividades familiares… Los calendarios de Adviento colonizan las tiendas y los perfiles más mañosos de las redes sociales antes de que haya dado tiempo a sacar el abrigo del armario. Asumimos con normalidad que la Navidad no puede llegar si no nos hacemos con uno. O si no lo fabricamos. Porque este peculiar artefacto, diseñado para contar los días que faltan para “el gran día”, se ha convertido en un producto cada vez más sofisticado y hasta profesionalizado, ahora despojado de su función religiosa para convertirse, cual mariposa, en un objeto comercial.
Habrá quien, como yo, se pregunte en qué momento aquel ingenuo almanaque, pensado hace dos siglos para que los protestantes alemanes enseñaran a esperar el 25 de diciembre, se metamorfoseó en esta criatura capitalista que hoy despliega su dominio en todos los rincones del planeta. Solo hay que teclear “calendario de Adviento para niños” y el buscador puede devolverte en medio segundo más de 12 millones de resultados. La cantidad de vídeos, tutoriales y listados con los que prometen ser los mejores calendarios de Adviento es abrumadora.
La mecánica es sencilla: 24 cajitas numeradas o, en su defecto, huecos con ventanas o bolsitas, que contienen “algo”. Cada número corresponde al día que debe abrirse y solo entonces se descubre el pastel. La gracia, dicen, está en saber contener las ganas y no abrir todas de golpe. Para practicar la espera. La paciencia. No puedo evitar imaginar a Mafalda ante uno de estos calendarios. Quizás habría lanzado algún comentario irónico sobre el control que se ejerce en esa espera. O puede que se quejara del consumismo que rezuma cada numerito.
Nada sale gratis. Un ejército desgastado de madres (y algunos padres) intentan mantener este ritual familiar de recompensas diarias. Porque en esta era de profesionalización de la crianza que nos ha tocado vivir no puede faltar el calendario de Adviento perfectamente armado, con sus sorpresas didácticas y, si es posible, también instagramables. Y ahí están, a las 23.00 del 30 de noviembre, rellenando casilleros diminutos con chocolatinas que no se derritan, notitas motivacionales y pequeñas manualidades que tendrán una esperanza de vida tan efímera como esta columna. Alguien se preguntará mientras lo monta —quizás yo misma— cómo fue que una tradición religiosa se transformó en un proyecto anual que requiere logística, presupuesto y hasta un máster en creatividad. Está bien tener más recursos, más referentes, más información y más autocrítica hacia nuestros roles paternos y maternos. Cada generación llega más formada a la crianza. La cuestión es que por el camino también estamos sobradamente preparados para la ceremonia del consumo.
Para los despistados o poco duchos en las manualidades, el supermercado del barrio tiene la solución: cajitas vistosas de cartón con chocolates para el niño y para la niña. Aunque el objetivo aquí no son tanto los progenitores descarriados como las abuelas. ¿Quién no querría sorprender a su nieto con 24 bombones con forma de perrito o mariposa? Pobre abuela. Aquel gesto amoroso instaura, sin que ella sea consciente, una liturgia doméstica que nadie se atreverá a interrumpir, aunque no le guste. Ya lo dijo Don Draper en Mad Men: “Lo que tú llamas amor, lo inventamos tipos como yo para vender medias”.
Si te pones las gafas de la picaresca verás que aquí todos quieren capitalizar la espera. Hasta Netflix pensó en monetizar la idea del calendario de Adviento con la producción en 2018 de El calendario de Navidad, una película que tiene todos los ingredientes para alimentar la magia de estas fechas. Hay empresas de lujo que diseñan calendarios únicos, grandes superficies con modelos infinitos de almanaques, editoriales que crean su propia versión literaria. El espíritu ha mutado completamente.
El Adviento ahora nos prepara para lo que está por llegar, y no es un bebé recién nacido en un pesebre, sino un profundo agujero en la cuenta del banco. Porque los gastos pequeños que se esconden en cada casilla son en realidad las piedrecitas brillantes que nos conducen, como en el cuento de Hansel y Gretel, hasta el gran gasto final que llega en (casi) todas las casas en Navidad.