Un país, 160 millones de votos y 50 normas para contarlos

Las disparidades entre Estados y la elevada participación anticipada complican el cómputo de los sufragios

Washington -
Trabajadores electorales escrutando los votos este jueves en Phoenix, Arizona.OLIVIER TOURON (AFP)

No es una elección, son 50. Así suelen explicar los politólogos lo que ocurre en Estados Unidos cuando se celebran comicios presidenciales, que además coinciden con la renovación de parte del Congreso, y a veces con consultas locales, todo el mismo día. El sistema federal permite que cada uno de los Estados que lo componen, y el Distrito de Columbia, establezcan sus propias reglas, que afectan desde a los plazos y a la manera en que los ciudadanos pueden votar ...

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No es una elección, son 50. Así suelen explicar los politólogos lo que ocurre en Estados Unidos cuando se celebran comicios presidenciales, que además coinciden con la renovación de parte del Congreso, y a veces con consultas locales, todo el mismo día. El sistema federal permite que cada uno de los Estados que lo componen, y el Distrito de Columbia, establezcan sus propias reglas, que afectan desde a los plazos y a la manera en que los ciudadanos pueden votar hasta a la opción de detener el escrutinio en algún momento.

A este escenario marcado por la complejidad se ha sumado este año una pandemia que ha convertido el voto por correo en protagonista y ha provocado una ralentización del escrutinio en algunos territorios clave. La ausencia de un resultado final en Estados decisivos días después del cierre de las urnas tiene al resto del mundo intentando entender cómo funciona este proceso, en el que no gana el candidato que más votos obtiene, sino el que logra el apoyo mayoritario del colegio electoral. La principal incógnita es por qué esta vez va tan lento.

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Este año la pandemia cambió las reglas del sistema electoral en varios Estados. Para incentivar la participación y dar seguridad a los ciudadanos, la mayoría de los territorios flexibilizaron los requisitos para emitir el voto por correo, sin necesidad de presentar una justificación para ello. Esto se tradujo en que cerca de 64 millones de electores enviaron su papeleta por correo o la depositaron en algún buzón de un centro electoral. Sumados a quienes acudieron de forma anticipada a centros electorales ya abiertos rebasaron los 100 millones de personas, una cifra nunca vista en la historia de este país. Cerca de 60 millones lo hicieron de forma presencial.

Pero para abordar el aluvión de votos tampoco hay reglas unificadas. Los Estados adoptaron medidas diferentes para afrontarlo. Carolina del Norte, por ejemplo, comenzó el escrutinio de votos anticipados hace semanas. En cambio, en Pensilvania, uno de los Estados que ha centrado las miradas estos días, la ley estatal obliga a comenzar a contar el sufragio anticipado el día mismo de las elecciones, y eso llevó a que el miércoles por la tarde todavía faltasen por escrutar casi un millón de papeletas. El voto por correo ralentiza el conteo porque debe pasar por varios pasos antes del escrutinio, desde que el funcionario electoral tiene que abrir el sobre hasta que debe hacer una revisión exhaustiva para garantizar su validez. También hay Estados como Georgia y Arizona donde si a alguien le rechazan el voto por correo, puede ir a revisar y arreglar el error al colegio electoral correspondiente durante los primeros días de conteo.

Margen estrecho

Con el país terriblemente polarizado y el presidente hablando de fraude, los centros electorales de los territorios que aún no han terminado el escrutinio han tenido especial cuidado en el proceso para evitar situaciones irregulares, lo que sumado a la ola de papeletas llegadas por esta vía ha terminado por demorar todo el proceso. Esos votos deben superar varios pasos antes de incluirse en el escrutinio, incluida la revisión de los funcionarios electorales para que garanticen su validez.

No obstante, la lentitud no se puede achacar solo a la masiva participación anticipada. Durante gran parte de las elecciones del siglo XIX se necesitaron días, si no semanas, para que se declarara al ganador. Aunque tampoco se requiere ir tan atrás. En las elecciones presidenciales de 2000 no se supo quién sería el presidente hasta el 12 de diciembre, más de un mes después de la cita electoral. Ese año la diferencia era tan estrecha entre el republicano George W. Bush y el demócrata Al Gore en Florida que la disputa acabó en una intensa batalla judicial que dio finalmente la victoria al primero.

Otro factor particular de Estados Unidos es que no existe la figura de una institución responsable de anunciar resultados, como por ejemplo hace en España el Ministerio del Interior. La ciudadanía no está atenta a los anuncios de la Casa Blanca sobre participación y escrutinio, sino a lo que tienen que decir los secretarios de cada Estado. Después de anunciar el ganador, la ley federal exige que los gobernadores preparen “tan pronto como sea posible” los certificados oficiales para informar del voto popular en el Estado. Los documentos con los resultados en cada territorio se envían al presidente del Senado y al Archivo Nacional hasta el 23 de diciembre. El escrutinio oficial se envía también al nuevo Congreso electo —se renueva una parte en estos comicios—, que se reunirá en una sesión conjunta el 6 de enero de 2021 y anunciará los resultados.

Durante décadas se ha discutido sobre si cambiar el sistema para elegir al presidente por voto directo. En una encuesta de Gallup publicada en septiembre, el 61% de los estadounidenses se mostraron a favor de eliminar el colegio electoral. Sin embargo, la propuesta divide: el 89% de los demócratas apoya la idea frente el 23% de los republicanos. La enorme brecha se explica porque estos últimos se benefician de la influencia electoral que tienen los territorios rurales menos poblados, que suelen favorecerles.

Cuando los estadounidenses emiten su voto, en el que marcan a un candidato presidencial y a su vicepresidente, en la práctica están eligiéndo a los representantes estatales designados por los partidos políticos. Los llamados compromisarios son los que después votan por el presidente, con la idea de apoyar al candidato que más sufragios obtuvo en su territorio. Esta regla del winner takes all se aplica en todo el país, salvo en Maine y Nebraska. Cada compromisario es un voto electoral. Para llegar a la Casa Blanca se necesitan 270 de los 538 en juego.

Por norma general, el peso de cada Estado va en relación al tamaño de su población. Por ejemplo, California, donde viven 40 millones de personas, tiene 55 votos electorales y Nevada, con tres millones de habitantes, cuenta con seis. Pero con este sistema puede darse el caso de que un candidato gane en el voto popular y pierda en el colegio electoral, como le ocurrió a Hillary Clinton en 2016 frente a Donald Trump, y en otras puede obtener menos del 50% del voto popular, pero hacerse con la presidencia, como John F. Kennedy en 1960. El número de votos electorales de cada Estado no cambia porque voten más o menos personas.

Con la regla de que cada Estado tiene al menos tres votos electorales, muchos critican que hay una sobrerrepresentación de los territorios despoblados en el colegio electoral. Wyoming, por ejemplo, que apenas supera el medio millón de habitantes, cuenta con tres votos electorales. Esto se traduce en que sus votantes tienen una influencia mayor en las elecciones que los de zonas densamente pobladas como Florida y Nueva York, ambos con 29 votos electorales.

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