El Senado, a punto de pasar a manos demócratas
Después de seis años de dominio republicano, hay un 80% de probabilidades de que los demócratas recuperen el legislativo, si bien por un margen muy reducido
El Partido Demócrata tiene casi tantas probabilidades de producir una mayoría en el Senado de EE UU como de ganar la Presidencia: en ocho de cada diez mundos, el brazo más poderoso del legislativo pasaría a ser azul. La Cámara de Representantes se da por ganada para los de Biden y Harris, pero la batalla por el Senado es mucho más compleja, e importante, habida cuenta de la capacidad que tienen sus 100 integrantes de ...
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El Partido Demócrata tiene casi tantas probabilidades de producir una mayoría en el Senado de EE UU como de ganar la Presidencia: en ocho de cada diez mundos, el brazo más poderoso del legislativo pasaría a ser azul. La Cámara de Representantes se da por ganada para los de Biden y Harris, pero la batalla por el Senado es mucho más compleja, e importante, habida cuenta de la capacidad que tienen sus 100 integrantes de regular el flujo de la política en Washington.
Al durar seis años, los mandatos senatoriales no solo son particularmente largos: además, no van completamente sincronizados con las elecciones presidenciales. En esta se renuevan 35 de sus puestos, y por cosas del azar, los republicanos tienen más asientos en juego: 23, contra 12 demócratas. El actual equilibrio es de exigua mayoría roja (53-47), así que cualquier traspiés electoral en los resultados, cualquier Estado que pase a convertir uno de sus dos senadores de un color a otro, significará un vuelco. Las encuestas pronostican varios. Los suficientes como para producir un nuevo equilibrio espejo del actual: 52-48 para los demócratas según los dos pronósticos más sofisticados publicados en torno a las elecciones legislativas.
Por qué importa tanto el Senado
La confirmación de jueces para la Corte Suprema, o la ampliación de esta misma Corte con nuevos miembros para cambiar la actual mayoría conservadora; de hecho, la confirmación de cualquier juez federal; los puestos clave del poder ejecutivo; y, por supuesto, la aprobación de cualquier ley. Nada de ello puede lograrse sin una mayoría operativa en el Senado. Hace décadas, estas mayorías no estaban tan nítidamente marcadas por la trinchera ideológica como hoy. Los Senadores se comportaban y votaban más por su lugar de procedencia que por su partido, acorde con el espíritu de representación territorial con el que se constituyó esta asamblea, que es también el que le da el mismo número de puestos a un Estado con apenas unos cientos de miles de habitantes que a otro con millones (beneficiando, por cierto, a un Partido Republicano competitivo en las zonas rurales, no en las ciudades). Pero la polarización se ha ido imponiendo hasta el punto de que es noticia cuando un Senador no vota con su partido. Los últimos ejemplos notorios son el difunto John McCain, candidato a la Presidencia derrotado por Obama, y Lisa Murkowski, en la polémica confirmación del juez Brett Kavanaugh. Pero fuera de votos menores, pocos se salen de la línea.
No es que el territorio ya no importe: es cierto que una senadora como Heidi Heitkamp, perteneciente en un Estado conservador (Dakota del Norte), sigue ubicándose más a la derecha de una compañera de partido que venga de, por ejemplo, Nueva York (Kirsten Gillibrand). Pero las negociaciones sobre qué votar en leyes y confirmaciones se producen más a menudo dentro del partido que fuera de él, y pocos se cambian de trinchera por miedo a que sus votantes les penalicen: el abrumador dominio de las cuestiones de índole nacional en la era de Trump, lo polarizador de su figura, es lo que marca más que cualquier otra cosa la intención de voto en cualquier punto de la Unión.
Es por ello que esta elección se entiende como una contienda nacional de primer orden: si los demócratas mantienen la Cámara de Representantes y añaden a su nómina no solo la Casa Blanca, sino también el Senado, tendrán un margen de maniobra muchísimo mayor para gobernar. Joe Biden podrá construir su legado (y desmontar el de Trump) si y solo si su partido acumula todo este poder. La probabilidad de que lo logre, la combinatoria de una triple victoria, es alta: seguramente, por encima del 75%.
Las batallas clave
Como las votaciones se producen al mismo tiempo y la polarización hace cada vez menos probable que haya votantes mixtos (que escogen al candidato de un partido para el Ejecutivo, y al contrario para el Legislativo), un triunfo en el Senado señala el de Biden, y viceversa. Pero el margen en el Senado es sensiblemente menor, particularmente en un puñado de carreras clave que pueden condicionar por completo el reparto final del poder en la capital.
Arizona y Colorado: un nuevo suroeste demócrata. Dos senadores republicanos incapaces de enfrentarse a su presidente (Martha McSally y Cory Gardner) lo harán ahora con un electorado cada vez más liberal-progresista. En Colorado, la derrota de Gardner frente al relativamente moderado Hickenlooper (exalcalde de Denver y exgobernador del Estado) vendrá probablemente con la segunda de Trump, que ya perdió allí contra Clinton. En Arizona, de pasado conservador, la victoria en ambas elecciones es menos obvia, pero las encuestas la ponen al alcance de la mano.
Iowa: empate técnico. Nadie sabe qué va a pasar en el Estado rural por excelencia del Medio Oeste, ni en su carrera al Senado ni en el voto presidencial. Los sondeos dan empates casi perfectos entre Biden y Trump, con ligera ventaja para el segundo, y también entre Ernst (otra republicana que decidió no alejarse de Trump pese a tener unas posiciones inicialmente menos extremas) y Theresa Greenfield.
Georgia: dos en una. Este martes se somete a votación tanto la posibilidad de que el republicano David Perdue, uno de los más conservadores en la asamblea, pierda su escaño a favor del joven Jon Ossoff (33 años), un político cuyo mensaje parece hecho a imagen y semejanza del de Barack Obama. En paralelo, tendrá lugar una votación especial para sustituir al republicano dimitido Johnny Isakson. En esta, siguiendo las normas del Estado, varios candidatos se presentan al mismo tiempo y si (como parece posible) ninguno consigue un 50% del voto, se producirá una segunda vuelta con los dos finalistas en enero. Las encuestas también favorecen aquí al candidato demócrata, el pastor baptista Raphael Warnock.
Maine, o el coste de Trump en un Estado azul. Maine fue para Clinton en 2016. La republicana Susan Collins es una de las senadoras más centradas, pero ni eso, ni el hecho de que una parte no desdeñable de los condados de Maine girasen a la derecha en las últimas presidenciales, le ha salvado por completo del dilema que ha asolado a todos sus compañeros republicanos: cuánto (y cuándo) alejarse de Donald Trump. En el vaivén, y particularmente en su decisión de votar por Kavanaugh para la Corte Suprema pese a las acusaciones de abuso sexual en su pasado y al peligro que esto suponía para los derechos reproductivos en EE UU, una demócrata de nueva generación (otra más) se le ha colado por delante en las encuestas: Sara Gideon.
Las contiendas distintas de las dos Carolinas. Carolina del Sur no está en juego para la Presidencia (los republicanos esperan una victoria fácil), y tampoco debería estarlo para Lindsey Graham, si no fuera porque el destacado senador republicano ha dilapidado su capital político en un viaje desde la crítica hasta la fidelidad absoluta a Donald Trump. Lo más probable es que vuelva a ganar, pero el simple hecho de que haya un tercio de probabilidades de que su rival (el afroamericano Jamie Harrison) le quite el puesto ya merece un titular. El Estado del norte sí está en juego para todo: un candidato demócrata que partía con ventaja se ha metido en un escándalo por infidelidad que de momento no le ha afectado demasiado en las encuestas, que también le dan una cierta ventaja a Biden.
Montana: la carrera conservadora. Steve Daines, el republicano en el escaño, y el actual gobernador del Estado y aspirante a vencerle, Steve Bullock, son candidatos relativamente parecidos. Cierto que el primero es notablemente más conservador, pero ninguno de ellos destaca por posiciones progresistas en un lugar que probablemente no las acogería de buena gana. De hecho, el demócrata juega sus cartas ideológicas para una contienda que probablemente pierda, pero sus probables buenos resultados le permitirán defender su posición centrada, incluso algo escorada a la derecha, en un partido cada vez más definido por las ideas progresistas.
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