Pero

Esta crisis desembocará en una época de gloria para las conjunciones adversativas. Muy especialmente para la que reina sobre todas ellas: “pero"

Un hotel medicalizado, en Madrid.Samuel Sanchez

Creo que esta crisis desembocará en una época de gloria para las conjunciones adversativas. Muy especialmente para la que, en castellano, reina sobre todas ellas: “pero”. Las adversativas poseen el singular talento de frustrar enunciados. Se dibuja ante nosotros un panorama de frustraciones que exigirá, me parece, un uso masivo del “pero”.

La pandemia ha forjado un amplio consenso, en España y en otros muchos lugares, sobre la necesidad de contar con una buena sanidad pública. Fíjense en que los viejos adalides de la privatización, los que pregonaban maravillas sobre la medicina privada...

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Creo que esta crisis desembocará en una época de gloria para las conjunciones adversativas. Muy especialmente para la que, en castellano, reina sobre todas ellas: “pero”. Las adversativas poseen el singular talento de frustrar enunciados. Se dibuja ante nosotros un panorama de frustraciones que exigirá, me parece, un uso masivo del “pero”.

La pandemia ha forjado un amplio consenso, en España y en otros muchos lugares, sobre la necesidad de contar con una buena sanidad pública. Fíjense en que los viejos adalides de la privatización, los que pregonaban maravillas sobre la medicina privada y, al tiempo, hacían lo necesario para que las residencias de ancianos quedaran en manos de grandes grupos financieros, presumen ahora de haber dicho y hecho lo contrario. Queremos hospitales grandes, modernos, eficientes y gratuitos.

Vamos con la imprescindible adversativa: queremos una buena sanidad pública, pero en el futuro vamos a tener enormes dificultades para financiarla. Cuando más gasto necesitamos, menor es la recaudación fiscal. Deseamos más salud, pero no más impuestos. Aspiramos a sentirnos más protegidos, pero la pavorosa recesión tirará en el sentido contrario.

Cuarentenas, confinamientos, alejamientos y renuncias han avivado en cada uno un ansia rotunda de libertad. Pero, pero. El gran susto nos hace valorar igualmente la seguridad y no opondremos demasiada resistencia cuando se nos diga que podemos al fin andar por ahí según nos apetezca, pero debidamente controlados a través del teléfono móvil. La vigilancia telemática será útil para prevenir rebrotes de la covid-19 y para controlar nuevas epidemias. También será útil para la vigilancia en general. Alguien sabrá en todo momento dónde estamos y qué hacemos. Viviremos en libertad vigilada.

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Estos meses, cuyo final no vemos aún con claridad, dejan una evidencia: disponer de industria propia es muy conveniente cuando los productos industriales del vecino dejan de ser accesibles. La pelea mundial por hacerse con respiradores o simples mascarillas ha sido, y es todavía, salvaje. Es probable que los países volcados en los servicios (España, por ejemplo) tiendan en adelante a una cierta reindustrialización. Pero, en la práctica, eso requiere dosis generosas de proteccionismo. Preparémonos para una época de distorsiones y contorsiones comerciales.

Cuánto queremos a nuestros mayores. Hacemos lo posible por protegerlos del virus; cuando no lo hacemos, y basta con revisar la mortandad en los geriátricos para ser conscientes del fracaso colectivo, nos sentimos mal. Pero en cuanto se disipen los vahos contagiosos toparemos con una realidad incómoda: por distribución de renta, por acceso al empleo, por casi cualquier parámetro menos el de la salud pura y dura, quienes peor lo pasan y lo pasarán son los jóvenes. La generación que nació a la vida con la gran recesión de 2008 y alcanza la sazón con esta pandemia ha soportado ya importantes dificultades; ahora se encontrará con un terreno desequilibrado en su contra. Como antes de la pandemia, pero peor.

Las frustraciones anteriores a la pandemia generaron el auge de populismos, nacionalismos y autoritarismos. Pronto, cuando queramos más pero podamos menos, habrá más razones para sentirnos frustrados. La era de las conjunciones adversativas debería ser, por lógica gramatical, adversa. Muchas personas se crecen ante la adversidad. Pocas sociedades lo hacen.

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