Juana Canal: cómo desentrañar un crimen sepultado por dos décadas

El policía y el guardia civil encargados de la investigación de la muerte de esta vecina de Madrid desgranan en el juicio las pesquisas, desde rastrear un papel perdido en un sótano a localizar testigos

El acusado por la muerte de Juana Canal, y su abogado, Juan Luis Salgado, este martes en la Audiencia Provincial de Madrid.SERGIO PEREZ (EFE)

Esta es la historia de un crimen a punto de no existir, en el que intervinieron unos excursionistas, un guardia civil recién incorporado a su puesto, una denuncia de hace dos décadas y dos equipos policiales que se pusieron manos a la obra para resolver un caso condenado al olvido. Es el relato de cómo ha llegado Jesús Pradales a estar sentado frente al juez desde este lunes, acusado del homicidio en 2003 de su pareja, Juana Canal. Una historia en la que los agentes bucearon en busca de un papel en un sótano inundado, desplegaron drones en un paraje perdido de Ávila y localizaron restos abandonados durante demasiado tiempo.

En el argot lo llama cold case, en español, caso helado, aquellos que se han quedado detenidos en el tiempo porque los investigadores han dado con callejones sin salida una y otra vez o porque no existe la tecnología suficiente para recopilar más pruebas, por ejemplo. En el asunto Juana Canal influyó el protocolo de investigación que en 2003 existía para las desapariciones y la violencia de género. O, mejor dicho, la falta de él. “Se hicieron pocas gestiones por el protocolo que existía en esa época. Hoy no habría sido así. Hoy la desaparición de Juana Canal se habría considerado inquietante o de alto riesgo”, señala el jefe de grupo de la Policía Nacional que instruyó la investigación que ha llevado a este acusado a ser juzgado por homicidio.

A principios de 2022, un nuevo capitán de la Guardia Civil se incorporó a la Policía Judicial de Ávila y solicitó a su equipo que hiciera un repaso de qué casos estaban pendientes. Fue entonces cuando descubrieron el expediente de unos restos hallados por dos excursionistas por casualidad en 2019 en un paraje natural. Los huesos estaban identificados, pero la coincidencia no se había notificado a la familia. Correspondían a una mujer cuya desaparición había denunciado su hijo en febrero de 2003 en Madrid. Decírselo había sido imposible en su día porque el chico murió unos años después. Un fallo de coordinación en ese momento y la llegada de la pandemia impidió localizar a más familiares.

Todo eso cambió en 2022, cuando se puso en marcha la investigación conjunta entre la Policía Nacional y la Guardia Civil para dar respuesta a qué le había pasado a Juana Canal. En el exiguo expediente sobre el caso, los agentes hallaron la denuncia del hijo por su desaparición, en la que ya hablaba de la entonces pareja de su madre, un hombre llamado Jesús Pradales con el que apenas llevaba unos meses de relación. Cuando los investigadores estudiaron a este individuo, descubrieron que había sido acusado y absuelto de malos tratos a su pareja actual. También analizaron sus redes sociales y se toparon con decenas de publicaciones sobre el pueblo en el que habían encontrado el cuerpo de Juana. “Sus padres tienen tres propiedades ahí, es un pintor famoso en la zona y Juana no tenía ningún tipo de relación con el pueblo ni era una amante del senderismo”, ha recalcado en el juicio el instructor del caso de la Policía Nacional.

También encontraron el registro de una llamada que había realizado Juana al 091 la madrugada de su desaparición, en la que alertaba de la agresividad de su pareja. Una patrulla llegó a acudir al domicilio, pero se marcharon tras hablar con ambos. “Se solucionó con lo que se conoce como presencia policial. Tampoco entonces contábamos con la ley contra la violencia de género”, ha recordado el agente. Los policías bucearon, casi literalmente, en un sótano de una comisaría de distrito que había sufrido una inundación, en busca del parte de intervención para obtener más detalles de la que, probablemente, fue la última vez que alguien vio a la mujer con vida, a las 2.26 del 22 de febrero de 2003. Pero fue imposible encontrar el documento.

Lo que sí encontraron fue la denuncia que interpuso el acusado el 23 de febrero a las seis de la mañana por unas supuestas lesiones causadas por Juana. En ese momento, ella ya estaba muerta y su cuerpo yacía enterrado en un terreno cercano a la finca familiar de Jesús. Junto con la denuncia presentaba un parte de lesiones del 12 de octubre firmado a las cinco de la mañana. “Lo que contaba en su relato no se correspondía con lo que ponía en el parte, él hablaba de un cuchillo, pero no tenía ninguna herida cortante”, ha recordado el instructor policial. Los agentes también dieron con un vecino del bloque en el momento en el que presuntamente se cometió el crimen, quien recordaba que llegó a escuchar discusiones provenientes del piso que compartían Juana y Jesús.

Los investigadores decidieron intervenir el teléfono del acusado. De esas conversaciones, dedujeron que, ante la insistencia de su mujer para que le dijera si había hecho algo a esa mujer, Jesús contestaba con evasivas o bromas. Como ha recordado el abogado defensor del hombre, sí que llegó a haber alguna conversación en la que él niega los hechos a su esposa, que le insiste en que jure por sus hijos que no es culpable.

Los agentes avanzaron en sus pesquisas y descartaron la posibilidad de una muerte accidental o una desaparición voluntaria, basándose en la lógica de los hechos. Alguien había ocultado ese cadáver durante 20 años y el lugar escogido guardaba estrecha relación con la entonces pareja de la víctima. De este modo, detuvieron al principal sospechoso que, aunque en un principio negó tajantemente tener nada que ver, acabó dando en las sucesivas declaraciones que ofreció diferentes versiones de lo sucedido. Primero aseguró que estaba cargando bolsas en su coche y cuando subió al piso Juana estaba muerta, después afirmó que en un forcejeo la mujer se había caído y se había dado en el cuello y, en el relato que hizo este martes ante el tribunal del jurado, señaló que se había hecho daño con una mesilla. Para el instructor policial, con 11 años de experiencia en homicidios, estos cambios en la declaración suelen esconder una o varias mentiras.

Pero además, la sucesión de los hechos que narra el acusado, es inverosímil, a juicio de los investigadores. Ni creen que le pudiera dar tiempo a descuartizar a la víctima en el piso, llevarla a Ávila y volver a Madrid antes del amanecer, como él sostiene, ni consideran que sea factible desmembrar un cuerpo en un baño sin dejar ni un solo rastro, más aún cuando el acusado afirma que limpió la sangre pasando por encima la alcachofa de la ducha.

La Guardia Civil y la Policía Nacional desplegaron también un importante dispositivo en la zona con drones y excavadoras en la que fueron hallados los huesos para hallar más piezas que pudieran hablar de cómo falleció Juana. Llegaron a dar con 11 fragmentos más, pero fue imposible precisar la causa de la muerte. El acusado participó en una reconstrucción con los agentes para recordar cómo fue la fría noche de febrero de 2003 en la que ese lugar apartado de todo se convirtió en la tumba de Juana Canal.



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