Los cementerios, gasolineras o discotecas ya no devalúan la vivienda: “Da igual si ponen una central nuclear al lado, el piso se vende”

Estas instalaciones eran hace tiempo factores negativos que reducían el precio de las viviendas más próximas. Ahora, con un mercado sin apenas oferta y mucha demanda, apenas repercuten en el valor del inmueble, lo que resta capacidad de decisión a los ciudadanos

Francisco Eguibar, en el interior del cementerio británico en el barrio de Carabanchel donde sus muros colindan con viviendas.David Expósito

El panfleto, un papel arrugado y escrito a mano colocado entre los barrotes de la puerta del portal número 11 de la calle Comandante Fontanes, a escasos 10 metros del cementerio británico próximo a Marqués de Vadillo, dice así:

“Busco piso en venta, el estado me da igual. Hasta 300.000 euros. Firmado: Almudena”

A pesar del aspecto casero del anuncio, el interesado real es una inmobiliaria afincada en la cercana calle General Ricardos, en el distrito de Carabanchel. “Lo hacemos así porque ...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

El panfleto, un papel arrugado y escrito a mano colocado entre los barrotes de la puerta del portal número 11 de la calle Comandante Fontanes, a escasos 10 metros del cementerio británico próximo a Marqués de Vadillo, dice así:

“Busco piso en venta, el estado me da igual. Hasta 300.000 euros. Firmado: Almudena”

A pesar del aspecto casero del anuncio, el interesado real es una inmobiliaria afincada en la cercana calle General Ricardos, en el distrito de Carabanchel. “Lo hacemos así porque no hay nada en venta”, declaran al ser cuestionados por el método. En toda la zona de Marqués de Vadillo, según afirma Samuel Nicolás, agente inmobiliario de la zona de 23 años y exentrenador de hockey hielo, la proliferación de este tipo de empresas de compraventa de viviendas “es una locura”. “Es una competencia salvaje para los compradores. En el barrio hay ahora mismo 18 pisos en venta y unos 2.800 solicitantes”, confirma tras consultar los últimos datos actualizados de los que dispone en el ordenador de la oficina.

El mensaje trucado de Almudena denota, por un lado, la desesperación de las inmobiliarias por enterarse antes que las demás de cualquier mínimo metro cuadrado habitable que se quiera vender, y por otro, que en este momento, la falta de oferta es tal, que hasta la mayor miseria que salga al mercado, por pobre que sea, terminará vendiéndose sin que el precio del inmueble se resienta.

La evolución inmobiliaria la explica Lucía Aguirre de Carcer, experta en tasaciones y valoraciones del gabinete de consultoría en materia de tasaciones oficiales e informes periciales Aguirre & Baeza, que explica cómo existen varios hitos o infraestructuras, coloquialmente denominados como “vecinos especiales” que tienen un impacto negativo en el valor de la vivienda. “Uno de los más importantes sería la proximidad a un cementerio, asociado a la muerte o el duelo, que podría reducir el precio hasta un 20%. En Madrid tienes el de la Almudena, el de San Isidro, el Británico o el de San Lorenzo, incrustados en pleno Carabanchel”, explica. “Además, las gasolineras, percibidas como riesgo de incendios y explosiones, o las líneas de alta tensión, son condicionantes físicos que podrían reducir el precio entre un 5 y un 15%. La M-30, por ejemplo, ha abaratado durante años más de un 10% las viviendas que dan a la circunvalación por el ruido”, añade. “El problema es que ahora mismo, sobre todo en ciudades gentrificadas como Madrid, hay tan pocas viviendas a la venta en el mercado, que estos factores negativos que deberían ser razones de peso a la hora de elegir un hogar para toda tu vida, terminan por no tenerse tanto en cuenta por la desesperación de encontrar casa y su afectación al precio se reduce”, concluye.

Viviendas junto a la M-30 en la calle Rafael Bergamín. David Expósito
Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tras sus primeros 8 meses en el oficio, Samuel presume, todavía sorprendido, de la venta más estrafalaria en la que ha participado hasta la fecha. A cien metros de Madrid Río, en la calle Jacinto Verdaguer, un primer piso de 70 metros cuadrados útiles sin reformar, donde todas las habitaciones y parte del salón se asoman a una vieja gasolinera y el resto a un parque infantil tomado día y noche por gente bebiendo alcohol en los bancos.

—¿Qué haces para vender cuando hay condiciones tan desfavorables?

—Tú les dices las cosas buenas lo primero. Luego, cuando te sacan las malas, intentas llevártelas a tu terreno. Les dices que la gasolinera casi ni se usa, que esas personas estarán ahí solo dos o tres meses al año…

Finalmente, la vivienda fue vendida por unos 280.000 euros, prácticamente el precio inicial que fijó el propietario. “Eso sí, hicieron falta más de cien visitas mientras que la media suele ser de 15. Era un cristo. Pero el valor apenas se resintió”, recuerda Samuel.

Un agente inmobiliario trabaja en el interior de una oficina en la calle General Ricardos. David Expósito

El ruido de los obreros, inmersos ya en la reforma del inmueble, se intuye tras la puerta de entrada. Una planta más arriba, Óscar Jiménez, de 45 años, se sorprende desde la cocina del precio que podría alcanzar su propia vivienda a pesar del panorama que tiene a la puerta de casa. “No te olvides de apuntar que también hay un poste gigante de alta tensión. Eso sí que nos da miedo por la proximidad de la gasolinera, que un día salten chispas y explote”, comenta antes de que le interrumpa su hijo:

—Mira papá. Unos borrachos haciendo pis.

“Nosotros estamos que no sabemos para dónde tirar. Buscamos una casa más grande, pero no queremos vender, dicen que es preferible dejar la que tienes de alquiler, en el bloque llegan hasta los 1.400 euros. Nos gustaría irnos a Arganzuela, cruzar al otro lado del río, pero los precios no solo es que sean prohibitivos, sino que ni si quiera aquí en esta misma zona encuentras algo accesible. La situación te obliga a alejarte más y más del centro”, asegura Jiménez, funcionario público al igual que su mujer. “Hace poco estuvimos viendo alguno cerca en la calle de la Verdad, frente al cementerio de San Lorenzo. Los que dan a las tumbas no me interesan, miré por curiosidad los precios y me sorprendió que apenas cambiaban salvo que los compares con alguna urbanización. No lo entiendo”, apunta. “Mi conclusión es que casi no podemos decidir, compras lo que haya y los problemas de alrededor ya verás luego cómo se solucionan, si se solucionan”, concluye antes de que su hijo mayor le vuelva a interrumpir por la medalla de oro el relevo mixto de marcha.

Gasolinera incrustada entre bloques de viviendas en la calle Joaquín Verdaguer, cerca de Marqués de Vadillo. David Expósito

Expulsados de Arganzuela

“Aquí estamos flipando con cómo se infla la burbuja y cómo los precios no bajan. Dicen que va a explotar, aunque nunca pasa”, cuenta, ya desde el otro lado del río, Diego Gómez, de 30 años, responsable de la oficina situada a cien metros de Atocha que tiene Redpiso, en la Paseo de Santa María de la Cabeza. “El mes pasado vendimos uno junto a la Repsol que está ahí enfrente. Nos costó más, los compradores chinos que son los que están ahora al alza aquí no lo querían por la gasolinera, pero se vendió, por 520.000 euros. Va a llegar un momento que da igual si ponen una central nuclear al lado, el piso se vende”, reflexiona. “Está claro que este ya no va a ser lugar para los vecinos de aquí. La gente irá bajando y alejándose de Atocha, de Arganzuela, del río Manzanares”, opina.

El patio interior de un bloque de viviendas incrustado en el interior de una gasolinera del Puente de Praga, en el Paseo de Santa María de la Cabeza. David Expósito

Jorge Quintana Villanueva, de 35 años, se levanta de su asiento contrariado al escuchar debatir a sus compañeros de Gilmar sobre el precio del metro cuadrado en Arganzuela marcado por el portal inmobiliario Idealista, que lo sitúa en el mes de julio en 4.957 euros. “No es real, ahí meten en el mismo saco zulos y áticos. El precio de las cosas es lo que se paga por ellas”, expone. Y pone un ejemplo. “Mira, hace no mucho se ha vendido una vivienda de 60 metros y una habitación en el bloque de al lado a la sala Villanos (antigua sala Caracol) por 305.000 euros después de un precio inicial de 310.000. ¿Tú crees que lo vale teniendo conciertos al lado todas las semanas? Pues lo vale porque lo compran. En una semana estaba vendido. Se hicieron unas 40 visitas y hubo cuatro compradores dispuestos. Las ayudas para hipotecarse alimentan el monstruo”, apunta.

—Entonces, para vivir en Madrid, no se puede elegir el cómo ni el donde, ¿no?

—¿Tú quieres dos habitaciones, un baño y seguir estando a 700 metros del Reina Sofía? Entonces no.

Interior del cementerio británico en el barrio de Carabanchel donde sus muros colindan con viviendas. David Expósito

De vuelta al cementerio británico, el runrún de la radio de un vecino que se despereza en la venta de la cocina se entremezcla con el sonido de la cámara digital de Francisco Eguibar, de 66 años. Las sepulturas de los ciudadanos de nacionalidad británica que desde 1850 fueron enterrados ahí por no poder hacerlo en los cementerios católicos de Madrid conviven, pared con pared, con los patios interiores de unas casas bajas o bloques de cuatro plantas con unas vistas privilegiadas a los difuntos. Eguibar, funcionario administrativo recién jubilado, se mueve por estos estrechos caminitos del campo santo como pez en el agua. Un reloj alado en una de las esquinas del recinto llama su atención. Al levantar la vista del símbolo que Eguibar considera como “el soplo, lo efímero de la vida, la demostración de que estamos aquí de paso”, se percata de la ropa tendida que hay encima de la tapia. “Qué cerquita viven”, apunta.

-Y usted, ¿vivirías aquí al lado?

-Yo porque no tengo medios. Estaría encantado. Tampoco me importaría dormir dentro, es donde más fresco y tranquilo vas a estar. El peligro está ahí fuera.

Suscríbete aquí a nuestra newsletter sobre Madrid, que se publica cada martes y viernes.

Archivado En