Turismofobia, la xenofobia pija

Hay una peligrosa intersección entre el conjunto turismofobia y el conjunto xenofobia. Ahí en el medio se nos pueden colar todo tipo de odios infames. Cuidado

Un vendedor ambulante por las playas de Marbella en 1982.Gianni Ferrari (Getty Images)

El otro día leí a un vecino de una ciudad que lleva ya muchas décadas agobiada por la constante presencia de turistas (una ciudad de tres millones de habitantes que recibe a 37 millones de almas cada año) relatar con delectación, con gozo, con auténtico orgullo, cómo la autobusera que cubre normalmente su ruta se había tomado la justicia por su mano y al abrir la puerta en una parada donde había una larga cola esperando para subirse al vehículo había gritado: “Gente autóctona y trabajadores primero”. Según contó el vecino, la conductora no lo gritó en español, ni siquiera en catalán (idioma qu...

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El otro día leí a un vecino de una ciudad que lleva ya muchas décadas agobiada por la constante presencia de turistas (una ciudad de tres millones de habitantes que recibe a 37 millones de almas cada año) relatar con delectación, con gozo, con auténtico orgullo, cómo la autobusera que cubre normalmente su ruta se había tomado la justicia por su mano y al abrir la puerta en una parada donde había una larga cola esperando para subirse al vehículo había gritado: “Gente autóctona y trabajadores primero”. Según contó el vecino, la conductora no lo gritó en español, ni siquiera en catalán (idioma que se usa en la ciudad donde se ubica la acción) sino que lo dijo en un idioma que no tendría que haber empleado jamás si no fuese porque su ciudad está atestada de turistas. Un idioma que probablemente jamás habría aprendido de no haber sido por la misma circunstancia. “Locals and workers first!”.

La anécdota del vecino tuvo muchísimo éxito entre los que recibieron, quienes felicitaron en diferido a la autobusera por su valentía: “Dí que sí, esos putos turistas, que todo lo atestan, que se vayan a la mierda, nosotros, los trabajadores, la gente de aquí, nosotros primero”. Lo cierto es que a mí, que llevo meses sin ir a la Puerta del Sol porque cada vez que me adentro por Preciados me entran los siete males y que con alta frecuencia me encastillo en mi casa para no tener que soportar los tumultos del centro de la ciudad, el alarido de la respetable conductora me resultó simpático, porque Madrid (una ciudad cuya hospitalidad se ha convertido en objeto de infame tráfico neoliberal) está sufriendo una presión turística últimamente tan insoportable que pone a prueba el buen temperamento hasta del más buenista. Pero también me dio un ligero mal rollo. La verdad que así en inglés el “Locals and workers first” me sonó a consigna, casi a grito de guerra y digamos que se me hizo más obvio el ligero tufillo a odio que desprendía.

¿Cómo iban a demostrar los “locals” que efectivamente lo eran? ¿Un trabajador que está de vacaciones no es un currela? ¿Un “autóctono” a partir de cuántos días de estancia empieza a serlo? ¿Qué es exactamente un turista? ¿Por qué los turistas (como los pijos, como los gentrificadores) siempre son los otros? ¿Quizá es que uno solo se fija en lo coñazo que son los turistas cuando son los demás lo que viajan? ¿Cuándo el odio a los visitantes de fuera empieza a dejar de tener gracia y a convertirse en fobia al extranjero?

A mí no me cuesta admitir que he sido turista no una sino muchas veces, porque he tenido la suerte de vivir en una Europa en la que cayeron las fronteras y por cuyo espacio se ha podido viajar, estudiar e incluso trabajar libremente durante años. Unos años en los que la vida era tan plácida que había hasta quien se atrevía a decir que la historia había terminado. Se había terminado, claro, para los que estábamos dentro de ciertas fronteras. No fue siempre así. La dueña de la pensión donde viví mis años de estudiante solía recordar con amargura cómo en los setenta, cuando fue camarera en un hotelucho de Londres, tuvo que escuchar no una sino muchas veces de sus jefes: “bloody spaniard”. No le gustaba a muchos ingleses que fuese a su país gente que no fuese “local” a ocupar el espacio de sus “workers”. Y ahí los tienen ahora, muchas décadas después, disfrutando de las ventajas de un divorcio, el Bréxit, que sobre el papel les parecía muy buena idea.

No me entiendan mal. El asunto del turismo requiere regulación urgente y la lacra de los pisos “turísticos” una mano dura que no acaba de pasar de promesas de futuro ni siquiera por parte de la izquierda, pero no es a los viajeros a los que hay que intervenir sino a los especuladores sin escrúpulos y a los fondos de inversión que, sorpresa, no los manejan precisamente trabajadores y que rara vez son autóctonos (aunque si lo fuesen tampoco serían necesariamente mejores). Hay una peligrosa intersección entre el conjunto turismofobia y el conjunto xenofobia. Ahí en el medio se nos pueden colar todo tipo de fobias infames en un tiempo en el que a los malos les gusta jugar con las bajas pasiones y las fronteras, incluso las mentales. Cuidado.

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