El campo de fútbol del sur de Madrid que nadie quería
El recinto municipal David Diez de la Cruz, en Villaverde, acoge desde hace décadas a cientos de niños del barrio, pero los dos humildes clubes que juegan en él temen perderlo por las nuevas condiciones que exige el Ayuntamiento para ceder su uso
Por las calles de Butarque, en el distrito de Villaverde ―la periferia sur de Madrid―, siempre hay alguien vestido de rojo o blanco y azul. Son los colores de los dos clubes de la zona, el Racing Villaverde y el C.D. Santiago Apóstol. Los vecinos cuentan que todos tienen un hijo, nieto, sobrino, amigo o conocido que juega al fútbol y entrena en el campo municipal del barrio, el David Diez de la Cruz. Gran parte de la vida allí ocurre en torno al césped, las porterías, las gradas o los vestuarios. “Tampoco hay mucho más”...
Por las calles de Butarque, en el distrito de Villaverde ―la periferia sur de Madrid―, siempre hay alguien vestido de rojo o blanco y azul. Son los colores de los dos clubes de la zona, el Racing Villaverde y el C.D. Santiago Apóstol. Los vecinos cuentan que todos tienen un hijo, nieto, sobrino, amigo o conocido que juega al fútbol y entrena en el campo municipal del barrio, el David Diez de la Cruz. Gran parte de la vida allí ocurre en torno al césped, las porterías, las gradas o los vestuarios. “Tampoco hay mucho más”, dice una vecina. Butarque es una de esas zonas residenciales ―denominadas PAUs (Programas de Acción Urbanística)― que empezaron a desarrollarse a principios de siglo y donde los habitantes llegaron antes que las instalaciones. No hay instituto, ni biblioteca, ni centro de salud. Y ahora, los clubes temen quedarse también sin campo.
Tras más de 10 años, el Ayuntamiento de Madrid ha decidido no renovar la cesión de las instalaciones y hace tres semanas sacó a concurso el uso del recinto. Uno de los requisitos que incluye el pliego es que quien gane deberá hacerse cargo de los gastos de limpieza, mantenimiento de instalaciones y vegetación, y de reponer maquinaria y materiales. El texto no especifica a cuánto puede ascender la inversión y los clubes no saben si con su humilde presupuesto podrán hacerle frente.
“El campo es de titularidad municipal y siempre han pagado los gastos. Hemos querido [desde hace años] que hagan una concesión como con otros campos, pagando un canon o una cuota por niño, y haberlo negociado”, comenta Lorena Machín, secretaría del Racing Villaverde. Francisco Folgueiras, director deportivo del Santiago Apóstol, añade que “no entienden el pliego” y que lo habitual es que los clubes paguen un canon anual por el campo y sea el Ayuntamiento el que se haga cargo de mantenerlo. “Si ni siquiera dicen cuánto costará, no podemos saber si podemos asumir el gasto. ¿Qué memoria económica presentamos con eso?”, lamenta.
La Junta Municipal de Villaverde defiende que “la decisión de sacar a concurrencia pública el uso de esta instalación es velar por la igualdad de oportunidades de los clubes del distrito”, porque “los clubes del distrito, que abonan las tasas municipales por el uso de las instalaciones deportivas, mientras que los clubes Racing Villaverde y Santiago Apóstol usan las instalaciones de forma gratuita y sin contraprestación por los gastos de suministros y mantenimiento”. Y añade que el Ayuntamiento “ha invertido más de 700.000 euros en la adecuación e instalación del césped artificial del campo de fútbol”.
Antonio Abueitah, vicepresidente de la asociación de vecinos de Butarque, critica que la Administración “no está poniendo sobre la mesa un canon”, sino “toda la responsabilidad de mantenimiento, de limpieza, de suministros al club adjudicatario”, lo que encarece el uso. “Al final, ese coste lo trasladan a las familias, que no pueden asumirlo”, se queja.
Villaverde, con 159.038 habitantes, es uno de los distritos madrileños con rentas más bajas. Hay zonas donde la renta media apenas alcanza los 10.000 euros anuales, y en la mayoría de barrios ronda los 21.000, como es el caso de Butarque, donde viven alrededor de 21.300 personas. Unas 800 son parte del Racing Villaverde o del Santiago Apóstol. “Aquí [por el campo del barrio] vienen muchos chavales de zonas más pobres, porque las cuotas son más baratas y porque si un niño o niña no puede pagar, se les fía”, cuenta Abueitah. Muchos en el Racing Villaverde, añade Lorena Machín, pagan la cuota ―de 380 euros al año, o 400, en el caso de los nuevos― a plazos. “De otra forma no pueden. También becamos a las familias que tienen problemas económicos”, explica. De esos 380 euros sale el dinero para los uniformes y el material. “Con eso tendríamos que cubrir ahora también los gastos. ¿Cómo lo hacemos?”, se pregunta.
El campo y las escuelas de fútbol ―ambas fundadas entre 2011 y 2012― han salido adelante, relatan los vecinos, gracias a la ayuda de las familias y el constante pelear de un barrio unido, protagonista de incontables luchas por conseguir un centro de salud, prometido hace más de 15 años, o un instituto, cuyos alumnos han sido trasladados a otro cercano, donde conviven hacinados 1.700 estudiantes.
Hasta 2017, el campo en Butarque carecía de césped y los chavales entrenaban en lo que parecía un gran solar de tierra protegido por unas endebles vallas de metal. El recinto lo rodeaba una segunda valla, más baja, similar a los quitamiedos de la carretera. “Solo han vallado la mitad del campo y tras mucho reclamar, porque se colaba gente y destrozaban las redes”, cuenta Machín. Las redes siguen rotas, muchas atadas con varios nudos a los postes. Un cuartucho hace las veces de almacén, despacho del árbitro y sala de fisioterapia. En los vestuarios, con las paredes desconchadas, hasta hace poco solo había un banco. Ahora hay tres más, donados por uno de los padres. “Subsistimos con donaciones y ayuda de las familias”, añade la secretaria del Racing Villaverde.
Junto al campo también hay un centro cultural municipal, cerrado por una inundación el pasado invierno e inutilizado desde entonces. Debido a las fuertes lluvias, se fue la luz, tanto en el centro como en el campo. “Nos dijeron que compráramos un generador”, recuerda Machín. Las familias, de nuevo, salieron a protestar. “Ha sido una lucha continua, todo lo conseguimos a base de dar guerra, de juntarnos y pelear, somos los grandes olvidados de Madrid, no conseguimos que hagan nada a buenas”.
“Yo apoyo a los clubes del barrio”, se lee en carteles pegados en los escaparates de decenas de negocios de la zona. Todos se han volcado con la defensa del campo. “El problema va más allá del campo de fútbol, tiene que ver con la perspectiva histórica de nuestro barrio. La mayoría llegamos a primeros de los 2000 y, como muchas de las viviendas tenían algún tipo de protección, eran más asequibles y eso nos permitió arraigarnos y tener hijos. Pero todos los equipamientos que tenían que acompañar a estas viviendas han venido siempre muy tarde. Hemos tenido que pelear desde el principio, siempre con parches, con chapuzas”, relata Abueitah.
Y en medio de la pelea, los clubes de fútbol y el campo de tierra “que nadie quería” se convirtieron en el clavo ardiendo al que agarrarse. “Son lo único que existe en el barrio para la gente joven. Pero no solo desde el punto de vista deportivo, sino también de apego. Es el sitio donde quedan los fines de semana. Hay partidos donde pueden juntarse más de 300 personas”, describe Abueitah. Machín cuenta cómo muchos empiezan en la escuela, luego ayudan a entrenar y construyen su identidad en torno al campo. “Es sacar de la calle a muchos chavales y meterles al deporte”, añade Folgueiras, que critica que en el pliego el arraigo en el barrio solo aporte ocho puntos, lo mismo que tener jugadores en competiciones municipales, autonómicas y nacionales a la vez.
A las ocho de la tarde, los más pequeños ya han acabado el entreno y salen del recinto con las mochilas al hombro, algunos en grupo y otros de la mano de sus hermanos mayores. Padres, madres y abuelos les esperan en los bancos de las gradas o al otro lado de la valla. “Ducha, cena y a descansar”, dice una mujer. “¿Quién ha ganado el golden ball?”, le pregunta su hijo.
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