La colonia de los tejadillos negros
La Margarita, construida con la participación del entonces ayuntamiento de Canillejas, estaba destinada a albergar la inmigración del país, de la ciudad y del propio pueblo
Entrar en la colonia Margarita, en Canillejas, tiene algo de paseo inglés y briznas de pintoresquismo. Con sus edificios de ladrillo visto, sus fraileros verdes y sus tejados oscuros de pizarra. También por el abundante verde. Hay casi 150 acacias, más de 60 plátanos, olmos, chopos, álamos, abetos, una higuera o un ciruelo. El proyecto original constaba de 169 viviendas. Unifamiliares de una planta y en pisos en edificios de dos o tres alturas. Francisco Franco la inauguró el 18 de julio de 1949, pocos meses después de que ...
Entrar en la colonia Margarita, en Canillejas, tiene algo de paseo inglés y briznas de pintoresquismo. Con sus edificios de ladrillo visto, sus fraileros verdes y sus tejados oscuros de pizarra. También por el abundante verde. Hay casi 150 acacias, más de 60 plátanos, olmos, chopos, álamos, abetos, una higuera o un ciruelo. El proyecto original constaba de 169 viviendas. Unifamiliares de una planta y en pisos en edificios de dos o tres alturas. Francisco Franco la inauguró el 18 de julio de 1949, pocos meses después de que Canillejas se anexionara a Madrid.
“Lo primero, y muy importante, es que el nombre de la colonia es Margarita, en singular”, explica el fotoperiodista Leo del Val (60 años, Madrid). “El nombre viene de una de las hijas de uno de los terratenientes que había en la zona, que cedió los terrenos. Tenía como destino albergar la inmigración interior del país, aunque aquí se dio principalmente una emigración desde la propia Madrid. Venía gente que ya estaba instalada en la ciudad o en el mismo pueblo. Carteros, empleados de Iberia, de Campsa… profesionales muy relacionados con las empresas del franquismo”. Leo es autor del libro Canillejas, imágenes de un pueblo. “Mi abuela Cristina nació en 1902. Su carnet de identidad ponía que era nacida en Canillejas, provincia de Madrid. Un día descubrí en su casa una caja llena de fotografías y empecé a investigar. Tardé 15 años en sacar adelante el libro. Aquí había pocas cámaras y apenas había fotos que no fueran del cura o de alguna de las llamadas fuerzas vivas”.
En este paseo que comienza en la plaza de Eurípides también está José Luis Mesa (65 años, Madrid), ya jubilado de una multinacional de accesorios de automóvil. Su abuelo fue herrero en Canillejas. Explica que “esto era una dehesa, se puede percibir en la orografía. Y un poquito más allá de la colonia, eran todo campos de cereales por los que se podía ir andando hasta Vallecas”. Para él, la colonia se levantó “con unas calidades que no eran lo normal para la época. Dentro de la humildad, se percibe una intención de construir un espacio digno, de ahí por ejemplo los jardines entre bloques de edificios”.
Y al hablar sobre el año de construcción de las casas, surge un tema capital: el del nombre del distrito San Blas-Canillejas. Leo y José Luis, como integrantes de la asociación de vecinos, pelearon durante años para que el nombre de su barrio se incorporará al del distrito. “Conseguimos un éxito tremendo. Es que estábamos hablando de 600 años de historia frente a 70 que tenía San Blas. Canillejas es el origen de todo. Esta colonia la construye el Instituto de la Vivienda y el Ayuntamiento de Canillejas, cuyo último alcalde fue Tomás Serrano. Es que aquí llegó un señor que se apellidaba Franco y dice que hay que hacer un barrio nuevo y que se llama San Blas. Y entonces le queda ese nombre al distrito, perdiendo Canillejas su identidad. Nos costó mucho esfuerzo cambiarlo. Los políticos o no nos entendían o no nos querían entender. Hasta que llegó Ana Botella y dijo, ¿por qué no?”. La inclusión de Canillejas en el nombre del distrito se aprobó en el pleno municipal del 26 de septiembre de 2012.
-Un gran logro, ¿no?
-Sí, aunque debería ser Canillejas-San Blas o Canillejas solo, pero bueno…
Dejando esa reclamación para el futuro, el paseo continúa entre bloques de pisos de dos y tres plantas. Un enfoscado gris que alcanza hasta el alfeizar de las ventanas de la planta baja ejerce de base de las fachadas de ladrillo. Un grupo de cables y una tubería roja separan la primera y la segunda altura. La cubierta -a dos aguas en los edificios más altos y a cuatro en los bajos- se remata con cinc. En cada planta hay dos viviendas. Cada una tiene alrededor de 50 metros. “La llamaban la colonia de los tejadillos negros, por lo característico de la pizarra. También la llaman La Dehesilla”, dice Leo.
Hay un par de playeras unidos por los cordones que cuelgan de un cable que cruza la plaza.
“Se buscaba combinar los pisos para la clase trabajadora y las viviendas unifamiliares para lo que podríamos llamar clase media”, señala José Luis al tiempo que avanza hacia la zona de viviendas unifamiliares. “Es una pena porque en los años en los que no se vigilaba nada desaparecieron algunas casas y levantaron bloques de edificio que no tienen nada que ver con la colonia”, añade.
Las casitas bajas -de planta única- se distinguen por la longitud de la fachada y el número de ventanas a la calle. Las hay de diez metros -con dos o tres ventanas- o de siete -con una-. Algunas han ganado un sótano o un piso en la bajocubierta.
Francisco Gómez (60 años, Madrid) es ingeniero aeronáutico. Su padre, mecánico de vuelo, compró la casa en 1949. Trabajó para Iberia. “Preveía su destino”, dice en referencia a la cercanía del aeropuerto. “La vivienda original tendría unos 70 metros de planta, con dos habitaciones, un salón, baño y una cocina pequeña. Ahí vivíamos mis padres y sus cuatro hijos”, recuerda. “Los que vivíamos en las casitas éramos un poco más clase media, pero la colonia era toda de trabajadores. Había muchos empleados de Iberia. Y la sensación era la de vivir en un pueblo. Había panadería, tienda de ultramarinos, vaquería… hasta un lavadero. Era muy familiar. Nos conocíamos todos. Salíamos a jugar al fútbol, al rugby, al beisbol… es que también había americanos de base de Torrejón”. Dice Francisco que una de las principales ventajas de la colonia es también inconveniente: “al estar tan bien comunicados, cerca de un centro neurálgico, mucha gente la utiliza para aparcar; también estamos un poco dejados de la mano de Dios, solo hay que fijarse en las aceras, que están levantadas”.
En el otro extremo de la colonia, detrás de una fachada de ladrillo y haciendo esquina en la calle Boltaña, se encuentra el chéster del pub Traspiés. Y detrás de su barra está, desde hace 34 años, Miguel Horcajo (60 años, Madrid). Venía a cortejar al barrio. Su mujer es de Canillejas. “Esto era la casa del médico. Tenía 65 metros de casa y 70 de patio, que hoy es la terraza. Siempre había trabajado en la hostelería y decidimos comprar e instalarnos aquí. Hay mucha vida de barrio”. El bar está decorado con partituras de piano de marchas militares y con fotos de jugadoras de fútbol amigas de su hija, que también jugaba. Hace café irlandés: café, whisky y nata. Tiene mucho público inglés y alemán. Los británicos, por el recuerdo que les dejaron sus compatriotas que estuvieron en Madrid para la final de Champions de 2019 en el estadio Metropolitano entre el Liverpool y el Tottenham. Los teutones, porque una vez pararon aquí integrantes del grupo metal Rammstein.
Las casitas bajas tienen una entrada característica, con un arco de medio punto. Con sardinel -ladrillos organizados en sentido perpendicular a los de la fachada- tanto en la entrada como en los dinteles de las ventanas. Con un pequeño alero.
En una de ellas vive Víctor José. “Llevo 60 años en Madrid, 40 en la colonia, y no se me quita el acento. Cada vez que voy al pueblo lo traigo más marcado”, explica con su acento cordobés de Hinojosa del Duque, apoyado en la reja que protege la puerta de su casa.
Hubo un tiempo en el que la casa de Víctor José daba a la calle de Alcalá. Claro que, por aquel entonces, no era la calle de Alcalá. Era la Avenida de Aragón.
“Luego ya hicieron este edificio delante, que nos quitó el ruido. Lo único que por aquí ya no pasa el autobús”. Dice antes de dar las buenas noches y despedirse.
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