William, el adolescente asesinado por estar en el sitio equivocado en el peor momento
El chico tiroteado en una plaza frente a su casa en diciembre en Villaverde fue una víctima aleatoria que estaba en el lugar que los Dominican Don’t Play eligieron para vengarse por varios enfrentamientos previos
En la entrada de la pequeña casa familiar, reposa una de las últimas fotos con vida de un sonriente William, junto a una vela encendida y un vaso de agua. “El agua es para él”, explica su abuelo Ramón, señalando la imagen del adolescente, “por si tiene sed”. Desde el balcón del salón, se ve una pequeña luz roja parpadeante que emana un puñado de cirios en un extremo de la plaza. Es de noche y los destellos iluminan el altar callejero con la pintada William eterno que los amigos del chico de 15 años levantaron hace seis meses, cuando fue asesinado de un disparo allí mismo frente a su cas...
En la entrada de la pequeña casa familiar, reposa una de las últimas fotos con vida de un sonriente William, junto a una vela encendida y un vaso de agua. “El agua es para él”, explica su abuelo Ramón, señalando la imagen del adolescente, “por si tiene sed”. Desde el balcón del salón, se ve una pequeña luz roja parpadeante que emana un puñado de cirios en un extremo de la plaza. Es de noche y los destellos iluminan el altar callejero con la pintada William eterno que los amigos del chico de 15 años levantaron hace seis meses, cuando fue asesinado de un disparo allí mismo frente a su casa, en el distrito de Villaverde de Madrid. Hoy, la familia empieza a tener también algo de esa luz en medio de la penumbra en la que la metieron aquellos tiros que retumbaron el 4 de diciembre y que hicieron que la madre de William saliera al balcón y viera a su pequeño dar sus últimos pasos.
El Grupo VI de Homicidios de la Policía Nacional en Madrid detuvo hace unas semanas a tres personas por su participación en el crimen. Son dos hombres, un dominicano y un cubano, y una mujer española que responden a las iniciales de S. R., R. O. y J. C., respectivamente, que pertenecen presuntamente al coro (grupo, en su jerga) de Alcobendas de los Dominican Don’t Play (DDP).
Como en todos los crímenes de bandas juveniles, los motivos del asesinato se diluyen en un mar de silencios y relatos a medias. La investigación apunta a dos incidentes previos, uno en el metro y otro en una calle de Villaverde, como detonante para que uno de los jefes de los DDP diera la orden de atacar a sus enemigos, los Trinitarios. La decisión se tomó después de una reunión entre varios de los líderes de la banda en Madrid. Lo que la policía sí considera probado, según diversas fuentes, es que William no era miembro de ninguna organización y que él no era el objetivo, sino atacar esa plaza, considerada uno de los puntos estratégicos de los Trinitarios.
El grito desgarrado de Ingrid, la madre de William Bonilla, atravesaba hace unos días el Atlántico a través del teléfono, cuando tuvo noticia de las detenciones. En diciembre, regresó a República Dominicana porque le resultaba imposible permanecer en la casa de Villaverde. A ella le dio tiempo a bajar las escaleras y llegar a la calle cuando al adolescente le quedaba un hilo de vida. La respuesta a su pregunta refleja el sinsentido de las dinámicas de las bandas juveniles. Murió por estar en el sitio equivocado en el peor momento. Murió porque un líder de los DDP, una de las bandas predominantes en Madrid, dio la orden de hacer una caída –una agresión– ese día en esa plaza. William estaba allí con su mejor amigo. Un disparo le arrebató la vida. Le tocó a él como podría haberle tocado a cualquier otro.
Esa noche, sobre las once, el adolescente acababa de bajar a la calle donde solía grabar vídeos para redes sociales, jugar al dominó o hacer peinados a sus amigas. “Estaba acostado en la cama, dormía conmigo en esa época. Lo llamaron y nos dijo que bajaba en 20 minutos. Era lo normal, que se asomara y, si veía a alguien, bajara un rato”, resume el abuelo Ramón. Según testigos, William se encontraba acompañado al lado de unos contenedores de basura cuando vio que un chico encapuchado se acercaba por la calle Villastar. Al llegar a su altura, sacó una pistola y disparó varias veces
Una de las balas llegó a rozar al chico que estaba con William. La otra impactó en su cuello y resultó fatal. El adolescente aún pudo andar unos pocos metros hasta caer desplomado. El tirador se alejó gritando “D3”, una de las señas de los Dominican Don’t Play. Otro de los jóvenes que se encontraba en la plaza llegó a salir tras el autor de los disparos, que huyó en la dirección por la que había llegado.
Este también recibió un tiro mientras el pistolero gritaba: “Esta pa’ti”. Esta otra víctima necesitó asistencia hospitalaria. La huida fue posible porque un vehículo, conducido presuntamente por la mujer detenida, le estaba esperando en las inmediaciones de la pequeña plaza en la que hay un parque infantil y un puñado de mesas con bancos. A pesar de tratarse de una fría noche de invierno, la plaza se llenó rápidamente de gente, que vio cómo los esfuerzos de los sanitarios por salvar la vida de William eran inútiles.
Fue el día de Navidad cuando el abuelo de William pudo viajar con el cuerpo del chico hasta el país de la familia después de que el juez diera permiso. Allí descansa en paz junto a los suyos. Mientras tanto, aquí en Madrid sus amigos y familiares lo homenajean el día 4 de cada mes. Este último domingo se celebró una misa multitudinaria con motivo de los seis meses del crimen. La familia ve cómo hoy se acercan las respuestas que llevan buscando desde aquel maldito 4 de diciembre. Sin embargo, esto no apaga su rabia porque siguen sin encontrar causa alguna. “Le quitaron la vida a él, pero también nos la quitaron a nosotros”, se lamenta la abuela, Josefina. El nombre de William sigue brillando en la plaza donde fue asesinado, pero también en los brazos de su padre y su mejor amigo, que se lo tatuaron al poco tiempo junto a la fecha en la que falleció. Demasiado pronto, con 15 años.
La víctima era el pequeño de tres hermanos, el único que había nacido aquí, cuando todos estaban ya instalados en España. La primera en llegar fue la abuela Josefina, en 1999, que comenzó como empleada del hogar en el distrito de Retiro. Poco a poco llegaron el resto. En esos primeros años vivían en Valdeacederas, hasta que hace 17 años se mudaron a Villaverde. En 2002 llegó la madre de William, que estuvo como interna en casa de una familia en la zona de Moncloa. En 2007 se quedó embarazada y sus empleadores le comunicaron que no podía quedarse más tiempo allí, cuentan sus familiares.
En el rellano a la puerta de la vivienda de los Bonilla, la bici roja de William reposa todavía en la barandilla. El sofá cama en el que a veces dormía permanece plegado al lado de un ramo de flores azules que llevaron los compañeros de colegio del adolescente a la vivienda a los pocos días de su asesinato. La abuela Josefina guarda con mimo un sobre con todas las fotos que sus amigos imprimieron y les entregaron. Su voz cantando a gritos en el baño mientras se prepara para salir a la calle aún resuena en la cabeza de sus seres queridos.
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