Los rebeldes de Lavapiés defienden su huerto: “Es nuestra semilla transformadora ante los problemas del barrio”
Un grupo de vecinos de esta zona del distrito Centro se organiza para replantar el jardín vecinal de Gloria Fuertes que cultivan desde marzo y que el Ayuntamiento desmanteló el pasado viernes
Dos niñas juegan a las palmas sentadas en uno de los bancos de piedra que rodean el parque infantil de la plaza de Lavapiés. “Choco-choco-la-la... choco-choco-te-te... choco-chó, choco-lá, ¡choco-la-té!” cantan mientras posan sus pies a cada lado del asiento de este barrio emblemático del distrito Centro de Madrid. Por una parte permanecen con las zapatillas abrochadas ante el calor que desprende el suelo de la acera y por la otra han decidido descalzarse para pisar un reducto de tierra húmeda entre el asfalto al tiempo que alguna hormiga escala por sus dedos.
El suelo que pisan ha sido...
Dos niñas juegan a las palmas sentadas en uno de los bancos de piedra que rodean el parque infantil de la plaza de Lavapiés. “Choco-choco-la-la... choco-choco-te-te... choco-chó, choco-lá, ¡choco-la-té!” cantan mientras posan sus pies a cada lado del asiento de este barrio emblemático del distrito Centro de Madrid. Por una parte permanecen con las zapatillas abrochadas ante el calor que desprende el suelo de la acera y por la otra han decidido descalzarse para pisar un reducto de tierra húmeda entre el asfalto al tiempo que alguna hormiga escala por sus dedos.
El suelo que pisan ha sido bautizado como “Jardín Vecinal Gloria Fuertes”, un pequeño huerto que un grupo de vecinos de Lavapiés lleva trabajando de manera espontánea desde marzo, con el objetivo de reconvertir en lugar fértil y “agradable” unas jardineras descuidadas y llenas de matorrales ubicadas en el centro de la plaza. El viernes pasado, en torno a las nueve de la mañana, un equipo de operarios del Ayuntamiento de Madrid llegó para acometer la orden de desmantelar el espacio por “no contar con la autorización municipal”, como explica una portavoz del Consistorio.
Isabel Domingo, 53 años, se desveló ese día a las seis de la mañana con un presentimiento extraño. Normalmente acude a diario desde media mañana para recoger la basura que se acumula durante la noche y continuar con las labores de plantación. “Esa mañana estaba muy cansada. No me apetecía moverme de la cama pero había algo en mi cabeza que me decía que fuera para allá”, relata. La mujer cogió el vestido que tenía más a mano y metió a su coneja Tara en el carrito de bebé donde la transporta para dirigirse al huerto. Al poco de llegar, mientras le indicaba a un operario de mantenimiento que el columpio llevaba días estropeado, una cuadrilla de trabajadores municipales con azadas en la mano se bajó de una furgoneta para desmantelar el vergel. “En 20 minutos no quedaba nada. Les daba pena hasta a ellos. Una me confesó que le dolía en el alma y me dio dos tallos de berenjena que se podían salvar”, recuerda esta vecina.
Lavapiés, a pesar de ser uno de las zonas del distrito centro de Madrid donde mejor se pueden comprobar los efectos de la gentrificación, sigue teniendo comportamientos propios de los pueblos. A través del boca a boca, en cuestión de minutos todo el barrio sabía lo que había pasado. Medio centenar de personas bajaron de sus casas para defender lo que consideraban suyo, pero el ruido de las furgonetas se perdía ya por el fondo de la calle de Ave María. “Cundió el desánimo, pero duró poco. El sentimiento de injusticia era tal que la respuesta fue unánime: volver a plantarlo”, afirma Alaitz Cea Álvarez, de 34 años, que la mañana del viernes acudió a la carrera desde otro huerto urbano de la zona cuando se enteró de lo sucedido.
Carlos Marqués, de 55 años, lleva siete comprobando desde su ático frente a la plaza de Lavapiés cómo el barrio ha sido abandonado a su suerte. “A nadie se le escapa que los problemas de drogas, violencia y suciedad no hacen más que crecer”, cuenta. El hombre se convirtió en marzo en el impulsor de la idea de instalar un huerto en las jardineras “abandonadas” de la plaza. “Acudí a la marcha del 8-M y me sorprendió lo bien ajardinado que está el paseo del Prado, la Cibeles o la zona de Retiro. De regreso a Lavapiés, conversando con mi vecino Mateo, nos surgió la idea de hacer algo con ese terreno e involucrar a los vecinos que quisieran unirse”, explica.
Causa espontánea
En su terraza empezó a plantar esquejes de tomate, zanahoria o laurel hasta que alcanzaron la altura de medio palmo, para injertarlos en la tierra de las jardineras sin que las palomas los destrozaran. “De forma espontánea la gente que nos veía trabajando se unió a la causa. Sobre todo los más mayores, desencantados desde hace muchos años con la deriva que ha tomado Lavapiés”, explica Carlos Marqués.
“El objetivo es mejorar el aspecto del barrio. Que sea la primera semilla transformadora, un punto de unión vecinal contra los problemas que sufrimos día a día cuando bajamos a la calle”, continúa.
Los mundos se mezclan en el centro neurálgico del denominado como barrio más cool del mundo en 2018 por la revista Time Out. Un grupo de turistas italianos ataviados con sombreros y pamelas discuten al repasar un mapa de Madrid tratando de encontrar el camino más corto hacia el Reina Sofía. A dos metros, tres hombres observan el vaivén de personas y tratan de persuadir con un gesto sutil a todo aquel que consideran como potencial consumidor de marihuana. La venta de drogas a pie de calle, fuente continua de discusiones, convive con naturalidad con los niños balanceándose en el parque infantil, los señores y señoras mayores descansando en un banco con el carrito de la compra o la bocina de los Tuk Tuk turísticos que circulan a toda prisa por las calles empedradas.
En torno al mediodía, dos mujeres aparecen desde la calle de la Fe arrastrando un cubo negro hasta dejarlo en el interior del recinto del huerto. “¿Venís a plantar?”, pregunta Alaitz. Una de ellas, Patricia Figuero, de 47 años, responde: “¡No! Es parte de una performance poética sobre el deseo que estoy llevando a cabo. Traigo tierra fértil mezclada con papelitos con toda clase de mensajes sobre lo que para cada uno significa el deseo”.
Nadie sabe qué responder pero todos les dan las gracias ya que apenas unos minutos antes un hombre se había acercado a increpar a Carlos y compañía acusándoles de realizar una “actividad ilegal”. “Lo ilegal es la basura que nos rodea”, se defienden ellos.
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